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11 dichos del español con nombre propio (y quiénes fueron sus protagonistas)

by Ana Bulnes 10 Mar 2016

1. “Más feo que Picio”

¿Quién era este pobre Picio, que ha pasado a la Historia como ejemplo de fealdad extrema? La teoría más defendida es que se refiere a Francisco Picio, un zapatero de Alhendín (Granada) que, no se sabe bien por qué, fue condenado a muerte en plena época de la invasión francesa. Picio no era feo de nacimiento y si la condena se hubiese llevado a cabo nunca más habríamos oído hablar de él. Pero fue indultado y llegó la fealdad: con impresión de la noticia se le cayeron el pelo, las cejas, y las pestañas. Además, le salieron una especie de tumores en la cara que lo dejaron totalmente deformado. Se dice incluso que ni siquiera el cura se atrevió a tocarlo cuando murió y que le dio la extremaunción con una caña. Pobre.

2. “Como Pedro por su casa”

Este Pedro que va siempre tranquilo y con confianza por la vida se cree que es en realidad Pedro I de Aragón. ¿Su casa? Huesca. De hecho, lo que se decía a finales del siglo XI era “entrar como Pedro por Huesca”, refiriéndose a cómo conquistó la ciudad aragonesa a los árabes: con una victoria tan contundente que daba la sensación de que no había habido resistencia.

3. “Quedar como Cagancho en Almagro”

Esta expresión ya no se utiliza demasiado, pero a veces todavía se oye. Significa quedar mal delante de mucha gente, con lo que es fácil suponer que al tal Cagancho no le fue demasiado bien en Almagro. Cagancho era el mote de Joaquín Rodríguez, un torero muy, muy popular en los años 20 que tuvo un mal día en 1927 toreando en la localidad de Ciudad Real. Tan mal lo hizo que tuvo que salir escoltado por la Guardia Civil para evitar ser linchado por un público furioso que estaba lanzando toda clase de objetos y fluidos al ruedo.

4. “No ha venido ni el Tato”

El Tato, como Cagancho, también era torero. Se llamaba Antonio Sánchez, nació en Sevilla en 1831, y era también una especie de ídolo de masas, algo que se ganó a pulso siendo un personaje omnipresente tanto en corridas como en eventos sociales. Ayudó a forjar su leyenda el hecho de que tras una cogida en 1869, cuando la pierna se le empezó a gangrenar y hubo que amputar, decidiera no aceptar la anestesia y aguantar la operación “fumándose un habano”. La pierna amputada, por cierto, fue conservada en alcohol y exhibida durante varios años en el escaparate de una botica madrileña.

5. “Tiene más orgullo que don Rodrigo en la horca”

¿Por dónde empezar? Este dicho no tiene mucho sentido porque está basado en una gran mentira: don Rodrigo Calderón, marqués de las Siete Iglesias que fue ejecutado en 1621, no murió en la horca, sino que fue degollado. Era un tipo de personalidad insolente que no pasaba desapercibido y que se había ido ganando tantos enemigos que, cuando fue detenido, los cargos incluían cuatro asesinatos, 244 abusos de poder y brujería (él solo confesó haber sido responsable de una de las muertes). Estuvo 32 meses preso antes de ser ejecutado, por lo que le dio tiempo a refugiarse en la fe y a mantener la calma en sus últimos momentos. Lo que logró, claro, fue convertirse en una especie de ídolo del pueblo y que todo el mundo olvidara que de santo tenía poco.

6. “Tienes más cuento que Calleja”

Saturnino Calleja fue un escritor y editor del siglo XIX cuya Editorial Calleja llegó a publicar en un solo año, 1899, más de tres millones de volúmenes. Por eso y por ser también uno de los pioneros en las ediciones infantiles y de pedagogía, tenía “mucho cuento”. Otra de las razones por las que “los cuentos de Calleja” pasaron a ser tan conocidos es que el editor no siempre era demasiado justo con los autores, cuyos nombres muchas veces no aparecían en portada. ¿Qué era lo más reconocible? Que era un cuento de la Editorial Calleja. También fue uno de los primeros en regalar libros a cambio de opinones positivas, ¡todo un pionero en el arte del cuento!

7. “¡Que si quieres arroz, Catalina!”

En realidad no se sabe bien de dónde sale esta expresión, que se sospecha que no se empezó a decir hasta el siglo XIX. Circula una bonita historia sobre una tal Catalina, mujer de un judío converso, que vivió en el siglo XV y que era fan del arroz, que para ella era un manjar de los dioses. Cuando enfermó y dejó de comer, sus seres queridos intentaron tentarla con un plato de arroz, pero ella no contestó al ofrecimiento y tuvieron que preguntárselo muchas veces (“¡que si quieres arroz, Catalina!”). Desafortunadamente, todo parece indicar que esta historia no tiene ninguna base real.

8. “Que lo haga Rita”

Esta Rita a la que tanto citamos cuando no queremos hacer algo no es otra que Rita Giménez García, una cantaora de flamenco nacida en Jerez de la Frontera en 1859. Sí, la famosa Rita la cantaora. Pero ¿por qué la usamos como comodín cuando alguien nos pide que hagamos algo que no pensamos hacer? Hay varias teorías: que si Rita solía acceder a cantar las peticiones del público (muchas veces peticiones a otras cantaoras, que decían “lo va a cantar Rita”), que si se llevaba tan mal con las otras cantaoras que estas siempre le encargaban lo que ellas no querían hacer…

9. “Como el coño de la Bernarda”

Decimos que algo es “como el coño de la Bernarda” (con perdón) cuando es desordenado y caótico, un lugar en el que todo el mundo entra y sale sin orden ni concierto y mete mano. Pero ¿quién era ella y qué tuvo que hacer para que su órgano sexual se hiciese tan conocido? Como siempre, hay varias teorías: Bernarda podría ser una santera del siglo XVI que obraba sus milagros no a través de oraciones o pociones, sino con su afamado órgano sexual. También podría haber sido una de las prostitutas que en 1925 ofrecían sus servicios entre los soldados desembarcados en la playa de Alhucemas, en Marruecos. Claro que la teoría de la magia nos gusta más.

10. “Esto parece el corral de la Pacheca”

Otra forma algo más fina de referirnos a un lugar confuso y caótico. La Pacheca era como se conocía popularmente a Isabel Pacheco, dueña de un corral de comedias que empezó su actividad allá por el siglo XVI en el lugar en el que ahora está el Teatro del Príncipe en Madrid. En su época dorada, el corral de la Pacheca era de los más populares, tan concurrido que muchas veces la cosa acababa en pelea. Igual que los teatros de ahora, vaya.

11. “Más tonto que Abundio”

Se ve que la Historia ha dado suficientes tontos como para crear cientos de teorías sobre quién era este Abundio. Lo encontramos en Córdoba en los siglos XVII y XVIII intentando regar un cortizo casi sin agua, en Navarra llevándose uvas para tomar de postre a la vendimia, y hasta llevando a cabo un acto de valentía como capitán de una fragata en el siglo XIX e intentando enfrentarse él solo a la Armada estadounidense (perdió, claro). Por ser, podría hasta ser el propio San Abundio, cordobés del siglo IX al que martirizaron los árabes tras ofrecerle hasta en once ocasiones que se desdijese de lo que había dicho contra el Corán.

* Fuentes:
ABC, Yorokobu, Ideal.es, El País y «Las 101 cagadas del español», de María Irazusta.