Tardamos una milésima de segundo en distinguir una paella auténtica de un arroz con cosas. Nadie nos engaña con las imitaciones de nuestro plato más internacional.
Cuando llueve desaparecemos de la faz de la tierra. Somos como el fuego, la lluvia nos apaga y hasta que no salga el sol no volvemos a arder.
Todo es pequeño, cafenet, goset, xiquet, pardalet… con el poder del «et» disminuimos el tamaño de cualquier persona, objeto o animal.
Antes de que te des cuenta ya te estaremos llamando perla, rey/reina, campeón, cariño, maestro, tete/teta, nano, mari… o cualquier otro apelativo cariñoso ¡No te resistas!
No intentes evitar una discusión con nosotros, somos expertos discutidores y pasamos del pasotismo a la batalla dialéctica más encarnizada en cuestión de minutos.
Nadie improvisa como nosotros, nuestro «pensat i fet» nos capacita a organizar cualquier evento en lo que otros tardan en pensar el nombre del mismo.
«Ahora luego te digo algo», «Vale, nos tomamos un café y lo hablamos», «Tenemos una cena pendiente, no te olvides»… Nunca te tomarás ese café ni llegará esa cena, somos capaces de dar largas con más maestría que un espía.
Podemos detectar a un valenciano con sólo tres palabras: coent, xafardera i desficiós, son la santísima trinidad de las palabras que has de usar en una conversación para detectar a un valenciano.
Los jóvenes valencianos son capaces de tumbar a cualquier otro habitante del planeta en lo que a pasar horas seguidas de fiesta se refiere. Este poder se pierde cuando dos valencianos se unen en lo que se conoce como «pareja estable».
Dicen que los españoles hablamos muy alto y hacemos mucho ruido, y es cierto. Pero sin duda los valencianos son los más ruidosos de todos. Entre tracas, almuerzos populares, verbenas y motos trucadas, solo alzando tu voz serás capaz de hacerte entender entre nosotros.
Somos capaces de distinguir el olor a pólvora y a azahar a kilómetros de distancia. Y cuando se juntan los dos sabemos que estamos ya cerca de nuestra querida terreta. 