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15 cosas que le pasan a un chilango cuando se junta con norteños

México Ciudad de México
by Montse Aguilar 10 Mar 2016

 

1. Comienzas a hablar con un tonito muy curado…  

El acento de los norteños es muy pegajoso, pero además viene cargado con palabras nuevas para incluir en tu vocabulario. Es imposible que no comiences a utilizar palabras como morra, vato, cheve, macizo, chilo, inga, bichi, wacha, apapuchi, plebes, amalayon, arre… o decirle pariente a cualquier buchón.  

 

2. Y sigues hablando chistoso, incluso entre chilangos.

Porque has decidido adoptar permanentemente algunos de tus nuevas palabras, simplemente porque suenan más cagado. Estaría chilo ir por unas cheves, ¿no?

 

3. Empiezas a referirte a la gente con un pronombre antes del nombre.

El Ángel, la Britany, el Juan, la Jess, y así con cualquier vato o morra.

 

4. Entiendes que toda reunión es mejor con carne asada…  

Y te conviertes en un experto organizando este tipo de reuniones. Y cómo no, si aprendiste la técnica de manos de los profesionales. Nadie sabe como preparar una jugosa carne asada como un norteño.

 

5. Haces de la cheve el pan de cada día.

Porque en aquellas regiones es aceptable traer una cerveza en la mano desde la mañana… ¡Y es que el calor está canijo!

 

6. Y ya que estamos hablando del calor…

Descubrirás que el calor es un concepto que no tenías muy claro. Y es que si te quejas del calor en la Ciudad de México, no sabes nada de la vida. Los norteños aguantan temperaturas de más de 42°C sin agüitarse… Si ellos sobreviven a eso, tú puedes con los 28°C de un día de verano en la capital. #RESPECT.

 

7. Descubres un nuevo y delicioso universo culinario.

¿Coyotas?, ¿dogos gordos?, ¿tacos de mariscos?, ¿caldo de queso? ¿Por qué nadie nos había contado que existía todo esto?

 

8. Comienzas a elevar tu tono de voz.

Eventualmente hablas gritando, aunque la persona a la que te dirijas esté a lado tuyo… Es por puro instinto.  

 

9. Aprendes a distinguir entre un tonito y otro.

Porque los de Tijuana no hablan igual que los de Mochis, ni los de Obregón hablan como los de Ensenada. Hay muchos tipos de acento en el norte y conviene prestarles atención, pues la mayor ofensa que puedes hacerle a un norteño es confundir su lugar de origen… No todos son de Monterrey, ¿okey?

 

10. Descubres que en México también es importante el béisbol.

Sí, claro que saben de fútbol, pero su deporte predilecto, el que causa rivalidad entre estados, es el béisbol. Aproximadamente el 98% de las mujeres norteñas tienen, mínimo, la casaca o la gorra de su equipo favorito, ya sean los Yaquis, los Naranjeros, los Cañeros o los Venados.

 

11. Ya no entiendes que palabras van con “ch” y cuales con “sh”.

Pinshi desmadre que se traen con esas letras los vatos.

 

12. Te quitas de la cabeza que el norte es igual a narcos.

Conocer gente del norte hace que veas más allá de la mala propaganda y valores todo lo que los estados norteños ofrecen. San Carlos en Sonora, las Minas de Naica en Chihuahua o el Valle de Guadalupe en Baja California son todos lugares increíbles que todos los mexicanos deberíamos conocer.

 

13. Recuperas esa amabilidad a flor de piel que se te había perdido.

Los norteños te recuerdan lo importante que es saludar a la gente con la que te cruzas en la calle y a ser compa de todos. En la Ciudad de México, donde todos estamos corriendo y le prestamos cero atención a los que nos rodean, se nos olvida que la forma en la que se piden las cosas hace la diferencia.

 

14. Tu red de contactos aumenta significativamente.

Porque los del norte conocen a TODO EL MUNDO. Te aseguro que gracias a tu cuate norteño conocerás a muchísima gente interesante.

 

15. Aprendes a disfrutar más la vida.

Parte de esto viene de quitarse el odio y los prejuicios tontos que tenemos los chilangos hacia los norteños, pero también de adoptar su modo de vida más ameno y menos estresante. Aunque los norteños te puedan caer mal de inicio, terminas amándolos con todo su ser. Todos vienen con una clase de embrujo incluido.

 

Gracias norteños por entrar a nuestras vidas, ¡inga!