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15 cosas que los españoles echamos de menos en el extranjero

España
by Ana Bulnes 26 Aug 2015

1. Las tardes que se van comiendo pipas y filosofando con amigos.

¿Importa que la última vez que hiciste esto en España tenías 17 años? Claro que no. En cuanto sales del país empieza la desesperada búsqueda de pipas y, lo más difícil, amigos que estén dispuestos a pasarse horas comiéndolas y arreglando el mundo en un parque o en la playa.

2. Dormir en la oscuridad.

Pensabas que lo de preferir dormir en la oscuridad era normal, pero entonces viajaste al extranjero y descubriste que en realidad se trata de una tara que tenemos los españoles. Resulta que las personas del resto del mundo tienen párpados más gruesos y por eso no les molesta la luz y no necesitan instalar persianas, o por lo menos esa es la única explicación que has podido encontrar.

3. Los tampones con aplicador.

Eres chica y te mudas a otro país europeo, uno de esos que se supone que es más civilizado y avanzado que el nuestro. Descubres rápidamente que sus habitantes son también más habilidosos y que las mujeres no necesitan tampones con aplicador. De pronto vuelves a ser una preadolescente asustada, luchando en el cuarto de baño para intentar meter el maldito tampón donde le corresponde.

4. Que te pongan comida (gratis) con la bebida.

¿Se supone que tengo que beberme esto sin comer nada? ¿Qué quieres decir con que si quiero comida tendré que pagarla?

5. Perder la consciencia delante de la tele.

Hay momentos en los que lo único que necesitas es quedarte dormido con el runrún de las suaves voces de Jorge Javier o Belén Esteban de fondo. O la extraña sensación de seguridad que te da poner La 2 después de comer y comprobar que Jordi Hurtado, como el dinosaurio, todavía está ahí.

6. ¡La merienda!

Todavía comes algo a las 6 de la tarde, pero resulta que ahora se llama “cena”.

7. Tener tiempo para comer.

No, no echas de menos salir del trabajo a las 8, pero ¿cómo esperan que comas algo decente sin atragantarte en una pausa de 30 minutos? Un misterio.

8. El pan (para empujar la comida al tenedor).

Estás en un restaurante y el camarero te trae la comida. Te preguntas dónde está el pan. Lo pides, asumes que tendrás que pagar con él, pero aun así aceptas. Partes un trozo y empiezas a hacer lo normal, usarlo para ayudarte a poner la comida en el tenedor. Todo el mundo te mira. “¿Qué pasa? ¿Preferís que use el dedo?” – te preguntas.

9. Tener bidé.

Aunque en casa solo lo usaras para lavarte los pies de vez en cuando, ahora echas de menos su presencia. Los baños te parecen incompletos. Por no hablar de la extraña experiencia de entrar en uno y descubrir que el váter está en una estancia diferente.

10. Los bares como lugar familiar.

Te quedas sin leche en casa y sugieres bajar al bar a desayunar. Tu compañero de piso te mira preocupado y te da una tarjeta de Alcohólicos Anónimos.

11. Todos los puentes del año y, sobre todo, el de diciembre.

Ahora esperan que aparezcas y de verdad trabajes aunque ayer fuera festivo y mañana sea sábado.

12. No tener que hacer complicados cálculos cada vez que dejas una propina.

Ay, los días felices en los que podías limitarte a dejar propina solo si te apetecía y no necesitabas una calculadora para saber cuánto tenías que dar.

13. La seguridad de saber que puedes salvar cualquier fiesta pinchando a Marisol, Raphael o Rocío Jurado.

«Como una ola» hará que hipsters, hippies y heavies canten felices y desafinados sintiendo que en realidad todos pertenecen a la misma tribu.

14. Comer en casa de tus padres.

Una vez al mes si vives en una región diferente, entre una vez a la semana y todos los días si vives en la misma ciudad. Claro que ahora tampoco tendrías tiempo gracias a tu cruel pausa de 30 minutos para comer…

15. Desayunar leche con galletas.

Y mojar cualquier cosa (¡galletas! ¡churros! ¡muffins! ¡pan con aceite!) en el café o el colacao sin sentirte culpable.