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8 señales de que fuiste criado por una madre cubana

Cuba
by Sandra Alvarez 18 Dec 2014
Si eres mujer, aprendiste a cerrar bien las piernas.

Cuando una mujer va sentada junto a un hombre en un bus, él ocupa su asiento y un 15 por ciento del de ella. ¿La razón? «Debes cerrar las piernas porque eres hembra», como nos decía mamá. Sin embargo, a los hombres se les enseña a explayarse hasta molestar. Así que pasamos la vida contenidas, como si estuviéramos dentro de una botella, sólo porque «así se sientan las niñas», mientras los varones se sientan como se les da la gana.

Si eres hombre, tenías una retahíla de novias (sin que ellas se enteraran).

“Tonito, dile a ella cuántas novias tú tienes”. Esa es una demanda usual de las madres cubanas hacia sus niños varones. Luego sucede que las chicas se convierten en novias o amiguitas sin ni siquiera saberlo. “Noviazgo de dedo”, lo llamo yo. Lo peor (o lo mejor) es que luego las mujeres nos quejamos de que los hombres cubanos sean, ejem, «poliamorosos», por llamarlo de algún modo…

Lograste llegar al final de todos los cumpleaños con la ropa impecable.

En Cuba, a diferencia de Alemania -donde vivo ahora-, se viste a los niños para que regresen a su casa más limpios que cuando salieron. Eso significa que te enseñaron a mantenerte limpito aunque fueras a un cumple y te restregaras por el piso tratando de coger caramelos de la piñata. Es realmente estresante y la marca dura para la toda vida. Nunca más podrás disfrutar de una fiesta sin preocuparte porque la ropa no se te ensucie.

Te da muchísima culpa botar comida.

“¿Tú no sabes que hay muchos niños en África que no tienen nada que llevarse a la boca?”, es la frase preferida de muchas madres cubanas. Lo cierto es que todos los nenes en Cuba crecemos con esa responsabilidad de comernos la comida que con taaaanto trabajo nos ponen en la mesa. Hablando en serio, desde chiquitos aprendimos a valorar lo que tenemos y a compartirlo con otros. De adultos seguimos con la práctica, aún cuando sepamos que el hambre puede estar en cualquier rincón del planeta.

Te la pasaste esperando a que la gallina cacareara…

Muchacho, ¿¡qué es eso de hablar mientras los mayores conversan, interrumpir, pedir algo, dar una opinión?! Eso en mi época estaba vedado para los peques. Casi te cogían los 18 años para poder pronunciar palabra alguna delante de los adultos. Es más, todos aprendimos a distinguir cuando sobrábamos en una conversa, aún cuando estuvieran hablando sobre nosotros. «Los niños hablan cuando la gallina cacarea». O sea NUNCA, porque en la mayoría de los hogares cubanos no hay gallinas.

Conoces con exactitud los diferentes tipos de chancletas.

Existen chancletas (chanclas) de varios tipos. Esa es una verdad irrefutable. Pero un niño inquieto llega a saber con exactitud cuál de ellas pica más cuando entra en contacto con la piel, al ser usada como correctivo. Aunque estoy en contra de la violencia, tengo que reconocer que en Cuba se hace un uso cotidiano de la misma a la hora de educar. Ya saben, «una nalgada nunca está de más» o » es mejor que llore el ahora y no yo por el resto de la vida». La verdad es que mi mamá no me pegó mucho, «me cogiste cansada», decía, pero pregúntenle a mi hermana a ver cuántas chancletas puede diferenciar…

Conoces el poder aterrador de “El Coco” y (aún así) lo usas con tus propios hijos.

¡Uhhh ahí viene «El Coco»! Y viene a «asustar-nenes-que-se-portan-mal». Este personaje, que presumo hombre, logra que el más intrépido de los niños se «recoja al buen vivir». Sin embargo, cuando ya somos grandecitos, hacemos las paces con «El Coco» y lo convertimos en nuestro gran aliado a la hora de atemorizar a los más peques…

Entiendes a la perfección lo que quiere decir «has lo que yo digo pero no lo que yo hago».

Las madres siempre tienen la razón —y las cubanas ni hablar—. Eso explica que nos hayan enseñado que aún cuando ellas fumen delante de nosotros, nosotros eso no lo podemos hacer (o lo tenemos que hacer a escondidas). A pesar de que ellas tomen cerveza con cara de felicidad rotunda, a ti no te toca. No se deben dicen malas palabras, pero a ellas se les olvida…Gritar es de mala educación, excepto que sea tu madre la que quiera saber “¡¿Dónde te metiste?!”.