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Cómo enfadar a un sevillano

by Miguel Pérez Martín 20 May 2015

Dinos que hablamos mal.

Lo primero que hay que aclarar es que no escribimos como hablamos. Escribimos como tú, vecino del norte. Y decía Torrente Ballester que hasta mejor. Según un anuncio de cerveza hablamos “un castellano entre amigos”, pero nuestra gramática es tan correcta como la vuestra. ¿La diferencia? Usamos esa figura que a veces defiende la RAE de la economía lingüística, y por ello nos comemos algunas eses finales y seseamos, como lo hacen muchos de nuestros hermanos americanos. Y eso no significa que hablen mal, solo distinto.

Antes de afirmar que somos unos paletos, recuerda que en el colegio leíste a muchos de nuestros paisanos: Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda, Antonio Machado… Tenemos hasta un Premio Nobel de Literatura que quizá te suene y que responde al nombre de Vicente Aleixandre, y fue en el Ateneo de Sevilla donde se reunió por primera vez la Generación del 27. ¿Quién habla mal ahora?

Asume que durante la Feria nadie trabaja.

Vamos a ver. En Sevilla nos gusta vivir la calle, y nos gusta disfrutar del sol y del buen tiempo, eso no lo negamos. Pero cuando ves por televisión las imágenes de nuestra Feria de Abril, que en realidad dura seis días, no vayas a creerte que durante esa semana cerramos las empresas y nos dejamos llevar por el despiporre. Tenemos las mismas fiestas que tú, que para eso en España se hacen los calendarios de festivos equilibrados.

Lo que pasa es que, igual que cuando tú tienes una cena y acabas tarde y al día siguiente tienes que currar, nosotros apuramos la Feria e intentamos compaginarla con el trabajo como podemos. Eso no significa que tengamos vacaciones: si vas a la Feria y acabas a las tantas, al día siguiente toca apechugar y tirar de café, pero al trabajo no se falta. Hasta ahí podía llegar la broma.

Afirma que “Sevilla es muy bonita, pero mejor sin sevillanos”.

Alma de cántaro, Sevilla es Sevilla por los sevillanos, igual que Córdoba es Córdoba por los cordobeses. Somos los que levantamos la ciudad, los que la cuidamos y te recibimos con los brazos abiertos si vienes a disfrutar de esta urbe espectacular. Son los sevillanos los que se deshacen en explicaciones para decirte dónde está una calle aunque no sepan tu idioma, los que te atienden con alegría en las terrazas de los bares, los que te recomiendan dónde comer y los que se dedican a hacer de guías improvisados mientras recorres una ciudad que llevan grabada en el alma.

Quéjate de que hace mucho calor y di que esto es África.

Si esto es África, entonces Santander es Irlanda. O a ver qué pasa aquí, de dobles raseros nada. Vale que en verano el calor es agotador, pero en Madrid no es que corra una brisa marina deliciosa en agosto y nadie les dice que su ciudad es un infierno. Calor hace, claro que hace, y nos encanta reírnos de nuestros termómetros que se vuelven locos y de recalentarse empiezan a marcar 70 grados.

Sevilla es menos placentera y paseable en una tarde de agosto, pero cuando cae la noche ten por seguro que aquí no vas a necesitar rebequita ni paraguas. Aquí en agosto no cae ni una gota, y por eso la noche sevillana de verano a la orilla del Guadalquivir es como una noche a la orilla de un río que siempre quiso ser mar. Y menos quejarse, que el calor pegajoso de la Riviera Maya tampoco es que sea una maravilla, y tampoco dejáis de iros allí de viaje de fin de carrera. ¡Para entrar en Sevilla aquí no hace falta pasaporte!

Asume que somos todos unos señoritos y que tenemos cortijo.

Una vez un catalán dio por hecho que tenía cortijo, y yo le dije que entonces me invitara a su masía. Los sevillanos vivimos en pisos, como todo el mundo. Pisos como los de cualquier ciudad de España, en los que tenemos nuestra cocina casi a la entrada, nuestro salón y nuestros dormitorios repartidos a lo largo del pasillo. La mayoría no solo no tenemos cortijo, es que no tenemos ni patios con fuentes, ni jardines de naranjos ni campos con tentadero.

Por favor, que no somos terratenientes. Eso sí, ten por seguro que si fuéramos dueños de un cortijo estaríais invitadísimos. Y no te fíes mucho de la forma de vestir que en Sevilla tienen algunos y que dan sensación de que viven en la abundancia. Amigo, como buena casa de poetas, la ciudad es también un tremendo trampantojo. Si rascas un poco, verás una cara mucho más auténtica que la que muestran las apariencias.

Recíbenos con “oles”, “miarmas” y “arsas”.

Los comentarios de compañeros de máster que tuve que oír cuando llegué a Madrid… De verdad: ni tengo caballos, ni como solo salmorejo y gazpacho, ni canto flamenco a la primera de cambio, ni voy saludando al grito de “hola miarma”.

Lo que sí tenemos es bastante buen humor, a pesar de que os sale fatal intentar imitarnos. De verdad, dejad de hacerlo. Fatal es fatal. Y si se nos escapa un “miarma” o un “ole”, será más por seguiros la broma que porque sea una realidad cotidiana de nuestras vidas.

Llama “faralaes” a los volantes y “calesas” a los coches de caballos.

Entendemos que en otros sitios se llamen distinto, pero aquí no. Y dice el refrán que “allá donde fueres, haz lo que vieres”. Preferimos decir traje de gitana o de flamenca antes que decir de “faralaes”. Ni siquiera sabemos de dónde os habéis sacado eso. No sé cuantos trajes de “faralaes” os ponéis en el resto de España como para que los llaméis así.

Tampoco decimos “calesas”. Lo que puedes ver por el centro de Sevilla son coches de caballos, y ya está. Las únicas “calesitas” que conocemos son las atracciones que hay al final de San Jacinto, pero no tienen nada que ver con caballos.

Créete que nuestra cultura es solo lo que llamas “flamenquito”.

Eso sí que no. En Sevilla claro que hay flamenquito, y claro que hay tablaos. Pero también hay una Bienal de Flamenco que es la más importante del mundo, acoge la Catedral gótica más grande del planeta, un Alcázar espectacular que es Patrimonio de la Humanidad y que quizá estás viendo bajo el nombre de Dorne en la última temporada de Juego de Tronos, en nuestro Archivo de Indias se guardan los documentos más importantes del descubrimiento de América…

Si con eso no te vale, apaga y vámonos.

Critica que nos creamos el ombligo del mundo.

Nos lo creemos, pero es que un día lo fuimos, en los albores de un Siglo de Oro esplendoroso en el que Sevilla era la conexión de Europa con el Nuevo Mundo. Desde entonces, pues quizás tenemos un poco de nostalgia y queremos seguir pensando que aún lo somos. Los granadinos nos dicen que no tenemos sierra ni nieve, los gaditanos y onubenses que no tenemos playa, los cordobeses que su mezquita es mejor que nuestra Catedral… y así podemos seguir hasta mañana. Y tienen razón en todo eso, pero seguimos creyendo que nuestra ciudad, aunque sepamos que no hay manera de demostrarlo, es la mejor para vivir. Y encima Antonio Gala nos dio una frase para seguir creyéndonoslo: “Los sevillanos creen que tienen la ciudad más bonita del mundo, pero lo peor es que puede que tengan hasta razón”.