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Notas sobre Año Nuevo en la casa de los Colque

by David Miller 17 Nov 2010
Celebrar el Año Nuevo con gente que acabás de conocer, puede recordarte exactamente de dónde venís y quién sos.
31/12/09 4 PM

Maxi lleva los cajones de cerveza al pozo de agua. Lo saludo con un silbido a través del alambrado, y él me guiña el ojo.

Maxi es uno de los ochenta nietos de Adela. Debe tener diecisiete. Cuando los hombres arreglan un auto, él los acompaña por unos minutos nada más. Y enseguida vuelve a jugar al fútbol con los chicos. Por ahora, tiene el peso perfecto y la altura y fuerza ideales para bajar al fondo del pozo y poner a enfriar los cajones de cerveza.

7:15-8:15 PM

Maradona enciende el fuego alrededor de las siete. Todavía no sé los nombres de ninguno de los Colque, pero él es el único hijo que vive con Adela, y debe tener unos cuarenta y seis años. No parece que tenga mujer, pero tal vez sea el padre de Maxi. Tiene el pelo como Diego Maradona.

Cerca de las ocho es él quien empieza el asado: dos corderos patagónicos estacados alrededor del fuego, y docenas de pollos enteros y chorizos, que se cuecen sobre parrillas de carbón.

Vemos a Fátima, que se puso un vestido de bailarina. Layla entra a contarle a mamá. “¡Nena, vestido!”. “Vamos a ir allá en un ratito”, le digo. Ella entra, va a su cuarto, busca su vestido rayado y lo estira en el piso. “Este vestido”.

9:20 PM

Lau sale de la ducha y se pone una blusa. Pareciera que fuéramos a “salir”, pero sólo vamos hasta la casa de al lado. Llevamos la cámara, dos botellas de sidra y dos panes dulces. Los chicos nos reciben en la calle y Brisa se lleva las bolsas con la comida y las bebidas. Dos de las nenas, Abril y Agustina, se acercan para alzar a Layla, pero ella se queja y se aferra con fuerza a los brazos de Lau. Adela está parada en la puerta de su casa, sonriéndonos.

Hace tres semanas, ella me había preguntado si teníamos familia acá. Le dije que no, que todos están en Buenos Aires o allá, que es el lugar de donde viene mi acento. Pero tal vez por la manera en que me miró, sentí la necesidad de agregar algo y le dije: “Pero siempre nos comunicamos con ellos por la computadora”. Ella asintió. “Bueno, si no tienen planes para el 31, vengan a casa y pásenlo con nosotros”.

9:40 PM

Los hombres están sentados alrededor del fuego, pasándose botellas de cerveza de un litro. Le digo a Lau que me voy con ellos. Noel y los otros chicos están tratando de hacerme jugar fútbol. Les digo que en un minuto.

Hay unos ocho hombres alrededor del fuego, todos son hijos o yernos de Adela. Yo solamente he hablado con Maradona, y me da un poco de vergűenza mientras camino hacia ellos. No sé realmente cómo presentarme, pero cuando llego y veo que somos todos más o menos de la misma edad (padres con hijos pequeños), simplemente los saludo con la cabeza y me paro en un lugar vacío al lado del fuego. La botella de cerveza sigue la ronda, tomo un trago y la vuelvo a pasar.

Miro el fuego y le pregunto a Maradona en cuánto tiempo se cocina el cordero (dos horas por el lado de las costillas, y después otros veinte minutos).

Les cuento sobre cómo la gente rostiza cerdos allá. Por un segundo me acuerdo de un cierto lugar (el Río Chattooga), y una cierta época (los tardíos 90) y de cierta gente (guías de rafting, amigos de hacer kayak, la mayoría borrachos de cerveza y tripping con hongos y ácido en el bus en el que llevábamos los raftings), y pienso cuál era mi perspectiva entonces sobre el acá y el allá. Pero no puedo explicar todo eso ahora, entonces simplemente digo “Sí, rostizamos cerdos enterrándolos por horas sobre carbón”.

Vuelve la cerveza, tomo otro sorbo, se la paso al papá de Noel y Brisa, y vuelvo a la casa para ver cómo están las chicas.

9:50 PM

La casa de los Colque es de cemento sin terminar, con las ventanas sin vidrios protegidas con pedazos de plástico, pero tiene algunos detallecitos, como los cisnes de madera tallados en la puerta de entrada. Me paro antes de entrar a la casa y miro hacia adentro. Suenan alto la cumbia y el reggeton. Debe haber veinte mujeres Colque, hijas y nietas de Adela, en la cocinita comedor. Hablan y se ríen mientras apuran las ensaldas y atienden a los nenes.
He conocido sólo a algunas, y hasta hoy siempre las he visto con camisetas de manga larga y ropa de trabajo, camino a la chacra. Esta noche llevan vestidos y blusas, y pretendo no notar (y ellas pretenden no darse cuenta de que yo lo estoy notando), los grandes y en algunos casos enormes pechos de las mujeres más jóvenes.

Entonces un chico de unos dieciséis años, con un corte de pelo de los ochenta (estilo The Cure), me palmea el hombro desde atrás y, como si leyera mi mente, me dice “No tengas vergűenza, pasá”.

10:00 PM

De vuelta al fuego, pregunto sobre la tierra y el pozo (se puede encontrar agua a sólo tres metros).

Pregunto si el arroyito cercano desborda a veces (no, pero el Río sí). El marido de Adela, un hombre pequeño de unos 60 años, me ofrece un cigarrillo. Usa un argot que no conozco y habla con un acento incomprensible para mí. Le pregunto cómo era por acá antes de que pavimentaran la ruta. Le pregunto sobre los indios. “Los viejos pobladores viven arriba, en Nahuel Pan”, me responde Maradona.

La cena está casi lista y las mujeres piden más mesas para el comedor. Estoy parado frente a una mesa, así que la tomo de un lado y ayudo a llevarla adentro.

10:30 PM

Adela nos reservó los dos lugares a su lado para cenar. Lau le pregunta cómo cada persona en la mesa está relacionada con las otras.

Hay tanta gente que si necesitás algo (agua, por ejemplo), simplemente gritás por sobre la música y la gente lo repite a través de todo el cuarto, hasta que quién sea que esté en la cocina lo pasa, y va de mano en mano hasta llegar a vos.

Corto un pedazo de chorizo y me preparo un sándwich con salsa chimichurri y una ensalada agridulce de hojas.

Pienso que todo lo que está sobre la mesa, excepto las bebidas y la pimienta y la sal, fue cultivado o ha crecido acá. El cordero es salado y tiene gusto a salvaje, a animal que vivió su vida pastando hierbas patagónicas y arbustos de rosa mosqueta. Layla se sirve un pedazo de mi plato y empieza a masticar (ella ha sido, hasta esta noche, vegetariana). Lau y Adela la ven y sonríen. “Más”, pide Layla.

11:30 PM -12:30 AM

Después de la cena, los chicos encienden fuegos artificiales y cohetes, en lo que sería considerado un pandemónium en los Estados Unidos. Las nenas de cinco años se encargan de las bengalas, y los chicos de siete años encienden cohetes con sus propias manos. Tengo a Layla a upa todo el tiempo, pero ella protesta y quiere bajar. Vienen los chicos y le dan una estrellita.

12:45 AM

Volvemos a casa para acostar a Layla. Hablamos sobre la fiesta. Yo le digo a Lau que todo el tema de los fuegos artificiales es un ejemplo de como la gente como los Colque vive con menos miedo y se preocupa menos. “Pareciera como si, tarde o temprano, uno de ellos va a perder un ojo, o una mano, o algo”. “Pero en lugar de preocuparse por eso es más como ‘sí sí, pobre Pablito, un año tenía una bengala y la puta cosa simplemente explotó en su mano’”.
Claro que éste es el tipo de boludeces que decís cuando querés evitar el silencio o hablar de cosas que van a deprimirte. Y ahí es cuando Lau me cuenta que, durante la cena, mientras Adela le estaba explicando los grados de parentezco en la familia, mencionó que uno de sus hijos había muerto. “No dijo mucho más”.

1:00 AM

Además de ser Nochevieja, el 31 es el cumpleaños de Adela. Lau se queda en casa con Layla y yo vuelvo a decir “buenas noches y gracias”.
Veo a algunos hombres alrededor del fuego, pero la mayoría está adentro. Los escucho cantar. Cuando entro a la casa, Adela está cortando una torta que tiene el tamaño de una mesita de luz. La manera en que toma el cuchillo me hace acordar a que ayer me explicó como cortar las raíces de los cardos primero, para después sacarlos con más facilidad.
Se me ocurre que cuando Lau me contó sobre el hijo de Adela, no estaba hablando sólo de eso, sino del embarazo que ella perdió hace unos meses. Ahora Lau estaría embarazada de seis meses, y los dos dos estamos llevando el duelo de la manera que podemos. Son sesenta y una las velas en la torta de Adela. Cada año aprendés lo que se siente perder un poco más. Adela me mira, ahí parada. Me hace un gesto con la cabeza que me indica que entendió que llevamos a Layla a dormir. Corta un cuadrado grande de torta. “Llevátela”, me dice.