8 lecciones que aprendí en la Patagonia
Mi relación con la Patagonia comenzó en 2006, en un viaje por tierra desde Buenos Aires guiado por mi suegro Adalberto. Como alguien que ha explorado la región desde que era un niño en Neuquén -en una época en la que andar por la Cordillera significaba hacerlo a caballo-, Adalberto pudo darme una perspectiva única de las culturas, los pueblos, los ríos y la fauna del Sur. Este viaje iniciático me causó una fortísima impresión. Por un lado, estaba la demoledora presencia del terreno. Y por el otro, el hecho de que más allá de cuán profundo fuera ese terreno en el que te encontrabas, siempre había gente que lo habitaba. Había paisanos (la manera no despectiva de llamar a los campesinos), en sus ranchos aislados. Y estaban los refugieros (engargados de los refugios de la montaña), con sus ovejas y los cartelitos de “Queso de campo y pan casero”. Y los pobladores originarios, los Mapuche, viviendo en casas autosuficientes (algunas con energía eólica), en la profundidad de las tierras de los parques nacionales.