1. Esperar pacientemente a que la fila avance.
Cuando iba a una carnicería por algo de carne y había cinco personas antes que yo, lo normal era aguardar mi turno. Y si no existía una fila, memorizaba las caras de los clientes para mantener el orden.
Todo esto cambió cuando llegué a México. Mis primeros meses en Puebla estuvieron llenos de horas perdidas y frustraciones silenciosas mientras veía cómo la gente me ganaba el lugar hasta que no quedaba nadie más que yo frente al mostrador. Con el tiempo me di cuenta de que si quería integrarme a la cultura mexicana sin perder la paciencia cada vez que iba al mercado, me tenía que olvidar de todos los modales que mi madre me había enseñado. Cambié la política de “el primero que llega es el primero en ser atendido” por la de “llegar, ser atendida e irme”.