Crédito: Rulo Luna

10 cosas que dejaron de importarme después de mudarme a México

México
by Martina Žoldoš 8 Aug 2016

 

1. Esperar pacientemente a que la fila avance.

Cuando iba a una carnicería por algo de carne y había cinco personas antes que yo, lo normal era aguardar mi turno. Y si no existía una fila, memorizaba las caras de los clientes para mantener el orden.

Todo esto cambió cuando llegué a México. Mis primeros meses en Puebla estuvieron llenos de horas perdidas y frustraciones silenciosas mientras veía cómo la gente me ganaba el lugar hasta que no quedaba nadie más que yo frente al mostrador. Con el tiempo me di cuenta de que si quería integrarme a la cultura mexicana sin perder la paciencia cada vez que iba al mercado, me tenía que olvidar de todos los modales que mi madre me había enseñado. Cambié la política de “el primero que llega es el primero en ser atendido” por la de “llegar, ser atendida e irme”.

 

2. Darle demasiada importancia a los regalos de cumpleaños.  

Cuando era joven solía estresarme por el asunto de los regalos. Odiaba los regalos de último minuto que pasaran por alto un profundo análisis de mis deseos cumpleañeros, y tampoco era de las que compran regalos sin pensar en el toque personal.

Afortunadamente los mexicanos son mucho más prácticos con respecto a esto. Desde el momento en el que recibo la invitación, ya sé que voy a comprar. Si al fiesta es para niños, un vestido o un juguete. El que sea. Mucha gente para en el Walmart que le queda de camino, se dirige a la sección de niños y se lleva lo más barato que encuentra. Claro que el pobre niño acabará con una colección de cobijas, tres pelotas y algunas playeras genéricas, pero ya le ahorraron a sus padres la búsqueda de regalo para la próxima fiesta de cumpleaños. Si la fiesta es de adultos, la cosa es aún más fácil, sólo hay que llevar alcohol y algunas botanas. Así de sencillo.   

 

3. Llegar absurdamente tarde a cualquier lado.

Llegar tarde en Eslovenia es aparecerse en la escuela dos minutos después del inicio de clase, estar a punto de perder el tren, llegar sin aliento a una conferencia sólo para darte cuenta de que aún no comienza, o tener que disculparte con tus amigos porque llegaron antes que tú y ya ordenaron un café. Llegar con más de dos minutos de retraso era algo que me llenaba de vergüenza.  

En México, el tiempo es relativo. Si un concierto comienza a las ocho, esa es la hora a la que los técnicos seguirán preparando el escenario. Si me quedo de ver con un amigo a las tres, es probable que se esté dando una ducha a esa hora. Todo evento semi formal o informal tiene un tiempo de tolerancia de hasta una hora. Aprendí de la peor manera que ser puntual en México sólo sirve para hacer corajes, así que ya no me preocupo mucho por el tiempo.

 

4. Respetar las reglas de tráfico.

A los diecinueve decidí tramitar mi licencia de conducir. Tomé clases teóricas, pasé un examen, tomé lecciones de manejo, reprobé el examen práctico porque “no usé el retrovisor lo suficiente”, tomé nuevas lecciones y obtuve mi licencia. A partir de ese momento, mi estilo de manejo fue prácticamente impecable… hasta que llegué a México.

Me tomó casi un año reunir el valor para ponerme tras el volante. El primer intento fue un desastre: tuve encuentros cercanos con tres autos que se pasaron una luz roja, me volé varios topes, caí en dos baches y todo el camino me acompañó una orquesta de claxons por manejar tan lento. Después de dos años, ya sé manejar como mexicana: rápido, no le presto mucha atención a la luz del semáforo, considero que todos los carriles son carriles rápidos y nunca uso las direccionales.  

 

5. Limpiar mi propia casa.

Dedicar el fin de semana a tallar, planchar y aspirar siempre fue parte de mi identidad eslovena. Cuando los inquilinos anteriores dejaron mi actual casa, quise despedir a la señora de la limpieza, Doña Gema. No me sentía a gusto con la idea de que una persona extraña fuera testigo de mi desorden; sin embargo, esa decisión la haría perder parte del ingreso con el que mantiene a su familia. Superé mis inseguridades, Doña Gema mantuvo su trabajo y ya no me tengo que preocupar por la limpieza.

 

6. Recoger animales extraviados.

Solía ser un caso perdido en lo que se refiere a ayudar animales en problemas. Cada cierto tiempo llegaba a casa con un gato que me había encontrado, flaco, sucio y con al menos una enfermedad. Ponía mi cara más triste, derramaba unas lágrimas y le rogaba a mi mamá que me dejara cuidarlo.   

En México eso sería una tarea imposible. Hay tantos animales en la calle que mi casa se llenaría en un par de días si siguiera con mi misión. A veces trato de darles comida, pero muchas veces le tienen tanto miedo a la gente que se alejan tan pronto me acerco a ellos. He aprendido a dejarlos vivir y a no dejar que me rompan el corazón cada vez que me los encuentro por ahí.  

 

7. Usar los pasos peatonales.

Hace algunos años recibí una multa por cruzar a veinte metros de unas líneas peatonales. Por suerte, México me salvó de estas tonterías, ya que aquí las líneas peatonales son más raras que ver estrellas en una noche nublada.

 

8. No tener medicina en casa.

Es bastante molesto cuando vives en una pequeña ciudad Eslovena, te da fiebre a las ocho de la noche y no tienes la medicina adecuada para bajar tu temperatura. La solución es ir a la sala de emergencias a que te den un par de pastillas y aguantar hasta que la farmacia abra al otro día.  

En México la cosa es muy distinta. Nunca hay que ir muy lejos para encontrar una farmacia y la mayoría abren toda la noche, así que me puedo dar el lujo de tener el cajón de las medicinas completamente vacío. Además, en muchas farmacias puedes comprar jamón, queso y pan para la cena mientras esperas que te atiendan.

 

9. Hacer una comida pesada muy tarde en la noche.

Las comidas pesadas como la carne roja, los antojitos grasosos y los excesos de carbohidratos y azúcares no son la opción más saludable para la cena. Pero si le propusiera esa idea a un mexicano se reiría de mí. Comer tacos después de las diez de la noche es prácticamente un deporte nacional. La gente comienza a reunirse en los puestos de las esquinas, las tortillas envuelven carne de todo tipo bañada en salsa picante y todo queda balanceado con una botella de Coca. Puedes terminar el ritual con un fuerte eructo, unas palmaditas en el estómago y estás listo para irte a casa y dormir como un bebé.  

 

10. Volverme loca por haber olvidado el paraguas cuando empieza a llover.

La temporada de lluvias en México dura de mayo a noviembre. El día comienza con sol y alrededor del medio día hace bastante calor. Para las cinco de la tarde empiezan a aparecer las nubes, el cielo se oscurece y de pronto cae un aguacero. Todo es bastante predecible; sin embargo, los paraguas no son tan comunes. La lluvia normalmente se detiene después de treinta minutos, por lo que mucha gente sólo se refugia hasta que pasa el temporal.