Palabras que casi saboreamos, que hacen que saquemos el máximo partido a nuestro aparato fonador, que parecen inventadas o complicadas a propósito solo para poder jugar a pronunciarlas. Una sílaba repetida por aquí, una onomatopeya por allá. Son la pesadilla de todo estudiante de español, sí, pero también la alegría básica del idioma. Que la lengua trabaje, corra de un lado a otro de la boca, haga chasquidos e imite sonidos. Pronúncialas todas en voz alta. Despacito.
quisquilloso
Tratar con alguien quisquilloso suele ser un incordio, pero ofrece a cambio la posibilidad de pronunciar esa palabra tan larga y placentera, regodearnos en cada sílaba mientras se lo decimos despacio. «No seas tan quisquilloso», exclamamos. Le estamos diciendo que no se preocupe tanto por meras quisquillas, según la RAE, ‘reparo o dificultad menuda, pequeñez’. Viene del latín quisquilia, con lo que se designaba a mondaduras, desechos y posos (y también a la plebe, a lo más bajo de la sociedad). Quisquilla también significa ‘camarón’, que hace que todo sea más divertido.
tiquismiquis
Si no nos quedamos a gusto después de decir «quisquilloso», podemos continuar con tiquismiquis, una palabra tan adaptada a los tiempos que corren en los que por escrito hacemos burla a alguien con la i (isillivitildi, ñiñiñi) que parece que viene de ahí. Y no. Tiquismiquis viene de una ultracorrección del latín medieval: en vez de la forma correcta mihi (‘para mí’), se empezó a usar michi; y en vez de tibi (‘para ti’), tichi. Así, se usaba la expresión tichi michi (‘para ti, para mí’) para referirse a personas muy minuciosas.
tintineo
Muchas de las palabras de esta lista son onomatopéyicas, como tintineo, que no tiene nada que ver con Tintín (aunque ¿no sería bonito decir cuando estamos leyendo los cómics que estamos «de tintineo»?), sino con el ‘sonido de la esquila, campanilla o timbre, o el que hacen, al recibir un ligero choque, las copas u otras cosas parecidas’. Curiosidad: esta es la definición de tintín. Dice la RAE que tintineo es la ‘acción y efecto de tintinear’, que tintinear es ‘tintinar’ y que tintinar es ‘producir el sonido especial del tintín’.
ronroneo
Otra palabra de origen onomatopéyico, en este caso para hablar de ese sonido curioso que hacen los gatos cuando están contentos, tan contagioso (¿cómo no ser feliz si se te pone un gato encima y empieza a ronronear?) que hasta se dice que tiene la propiedad de curar lesiones en los huesos (no es del todo cierto). En otros idiomas también han optado por intentar emular el sonido: purr en inglés, schnurren en alemán…
farfullar
Lo típico que hacemos cuando hablamos rápido y sin vocalizar, cuando se nos atropellan las palabras en la lengua o la lengua en los dientes o la saliva en el paladar. Farf, farf, farf. Porque sí, de ahí viene: es una voz onomatopéyica creada a partir de farf. Y no tiene mucho que ver, pero en un inglés muy coloquial (vaya, que la definición la he sacado de Urban Dictionary), farf significa vomitar (barf) y echar pedos (fart) al mismo tiempo. Mucho mejor nuestro farfulleo, sin duda.
murmullo
Piénsalo por un momento: los murmullos ya sonaban así, a murmurmur, desde época indoeuropea. Esto está tomado un poco por los pelos, vale, pero ¿no es bonito? La explicación más larga nos lleva primero al latín murmur, murmuris, que significaba ‘ruido confuso de voz, ruido, súplica hecha en voz baja, rumor’. Se cree que esa raíz onomatopéyica duplicada era en indoeuropeo *mormor y se ve en distintas lenguas de la familia: el sánscrito, el céltico, las lenguas eslavas… Los murmullos siempre sonaron igual.
cucurucho
Aquí no hay onomatopeya porque el cucurucho, en principio, no hace ruido. En el siglo XVII se usaba para hablar de los capirotes de los penitentes y no de helados, pero luego le dimos la vuelta y le otorgamos unas connotaciones más alegres. La palabra viene del italiano cucuruccio, que a su vez viene del latín cucullus (capa con capucha y también papiro con forma cónica en el que se sujetaba algo —como nuestros cucuruchos de papel de periódico para las castañas—).
púrpura
Sí, sí, piensa en el color, pero que sepas que no es ni la primera ni la segunda ni la tercera acepción: ¡es la novena! Antes tenemos a un «molusco gasterópodo marino, cuya concha, retorcida y áspera, tiene la boca o abertura ancha o con una escotadura en la base, y que segrega en cortísima cantidad una tinta amarillenta, la cual al contacto del aire toma color verde, que luego se cambia en rojo más o menos oscuro, en rojo violáceo o en violeta» y, de esa tinta maravillosamente multicolor, nacen el resto de signficados: el tinte; la tela de ese color; una prenda de los emperadores, cardenales y reyes; dignidad imperial; SANGRE HUMANA (vale, vale, solo en uso poético); un color, pero heráldico; «estado morboso, caracterizado por hemorragias, petequias o equimosis»; y, ahora sí, por fin: «dicho de un color: rojo oscuro o que tira a violeta». La palabra en sí, que originariamente designaba solo al molusco de la primera acepción, es un préstamo del griego en el latín. A su vez se cree que al griego llegó desde alguna lengua de Oriente próximo.
tortolito
Esos enamorados que están como tortolitos (personas cándidas y faltas de experiencia, nos explica la RAE, que ha sufrido en el amor y está de vuelta de todo) posiblemente no hagan turtur o tortor, el sonido que se supone que hacen las tórtolas, el pajarito del que procede la palabra.
desasosiego
Es lo que puede crear intentar pronunciarla si tienes problemas con las eses, que se te mezclan con las ces o incluso se te van más atrás en el paladar y se convierten en el principio de Shakira. No temas. Respira hondo. Sibila (este verbo no existe, pero digo yo que es lo que hace un sonido silibante que no, no llega a silbar) despacio. Sílaba a sílaba. Que el sosiego vuelva conforme vas viajando por la palabra.