Las cantinas son, sin dudas, patrimonio nacional mexicano. Son foros que reúnen bajo un mismo techo a gente de todo tipo y de todas las clases sociales. En ellas se han escrito obras literarias, firmado treguas y organizado conspiraciones y revoluciones. Han sido desde salones de bodas hasta cuadriláteros de épicas trifulcas. Sirven para reír y llorar, para recordar u olvidar…Puedes ir solo o acompañado, con la seguridad de que el cantinero será tu consejero, el mesero tu confidente y los desconocidos, tus compadres. Ahora sí, ¡a echarse unos tragos!
11 cantinas históricas del Centro para divertirte como un auténtico mexicano
1. Salón Tenampa (Plaza de Garibaldi #12)
En náhuatl, Tenampa significa «Un lugar amurallado», un rincón en el que el México idílico (y etílico) está encerrado desde 1925. Es un sitio bastante conocido por los capitalinos y su oferta está dirigida hacia el turismo nacional y extranjero. Esto, sin embargo, no le resta méritos ya que adentro del Tenampa hay una fiesta eterna. Mariachis, banda norteña, bolero, marimbas veracruzanas, solistas… Está repleto de parafernalia y recuerdos alusivos a la fantasía mexicana del siglo pasado. Las horas pasan entre tragos y música vernácula mexicana. En sus instalaciones Pedro Infante y Jorge Negrete filmaron «Dos Tipos de Cuidado» y Cantinflas «El Potrero». José Alfredo Jiménez les dedicó una canción y Tin Tan bailó entre sus mesas. Cuando vayas a Garibaldi no dejes de adentrarte en el Tenampa, pero hazlo con tiempo de sobra, ya que aquí el tiempo no transcurre igual que en el exterior y las horas pueden convertirse en días. ¡Salud!
2. Bar La Ópera (5 de Mayo #10)
Este Bar es una preciosidad, un recuerdito casi intacto del Porfiriato. Inaugurado en 1895, entre su clientela destacan muchos de los presidentes de México, desde Don Porfirio hasta el actual, artistas como José Luis Cuevas e intelectuales de la talla de Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis y, por supuesto, las tropas revolucionarias.
Es precisamente durante la Revolución cuando Pancho Villa visitó La ópera. Cuenta la leyenda que el Centauro del Norte disparó su revolver en el interior del bar. El balazo impactó en el techo y hasta la fecha la marca continúa ahí. Nadie ha podido corroborar la veracidad del evento, en primera porque Francisco Villa era abstemio, sin embargo sus rabietas eran legendarias.
Este y otros sucesos hicieron de La Ópera un rincón y símbolo fundamental en la historia nacional. Una de las cantinas más pipiris del rumbo con excelente menú que va desde las enchiladas hasta el salmón a la lima y una oferta de tragos casi interminable, desde la cerveza nacional más económica hasta el licor europeo más exótico.
3. La Dominica (Belisario Domínguez #61)
Esta es la típica cantina popular de barrio, fuera de la ruta del turismo. No es ostentosa ni pretenciosa y el menú, más de fondita que de cantina, es su fuerte: Sopa de pasta, guarnición y un guisado, así de sencillo. Obviamente su nombre hace honor a su ubicación, la plaza de Santo Domingo. Un bar de pueblo en un barrio cosmopolita.
4. Salón España (Argentina #25)
Sí el salón Madrid fue el punto de reunión de los estudiantes de Medicina, el España lo fue para los abogados. Por su cercanía con los antiguos recintos de la Universidad Nacional, esta cantina fue otro punto de encuentro para estudiantes y maestros. En la actualidad es visitada por los trabajadores de la SEP y de otras instituciones gubernamentales. Sí visitas San Ildefonso o el Templo Mayor bien podrías darte una vuelta para refrescarte con una cervecita. Los Viernes sirven chamorros y los jueves paella.
5. La Peninsular (Corregidora #26)
La Peninsular te da la bienvenida (o despedida) a La Merced. A medio día está repleta, con músicos y pura pachanga, a diferencia de las cantinas al sur del Centro que «despiertan» un poco más tarde. Aquí se han servido tragos desde 1872, época en que La Merced aún recibía mercancía en bote desde el sur del Valle de México a través de los canales. Es un lugar poco frecuentado por el turismo, la mayor parte de la clientela son trabajadores del rumbo y visitantes que van al barrio o al gigantesco mercado por algún encargo, por ende no te sorprendas si ves a sus clientes acompañados de grandes bultos mientras se toman una cubita. Gracias al reordenamiento del comercio ambulante hace pocos años, ahora su fachada está visible para todos los peatones por lo que encontrarla te será bastante fácil. Anímate a convivir con diableros y mecapaleros en una de las cantinas más representativas de la ciudad, la más antigua del Distrito Federal, del país y probablemente de Latinoamérica.
6. La Vaquita (Mesones #54)
Tan importantes son las cantinas para los mexicanos que hasta el INAH ha intervenido en su conservación, como ocurrió hace unos años con La Vaquita, un local cuya edad rebasa la centuria. Esta cantina es una joya. Era vecina de la sede del partido comunista y del periódico El Machete, por lo que la actividad intelectual y revolucionaria a principios del siglo XX era constante, y probablemente en su barra o en una de sus mesas se sentaron Diego Rivera, Siqueiros y Tina Modotti. Cantinflas, vecino del barrio, llegó a trabajar como lava loza y velador de la cantina a cambio de una cama para pasar la noche, esa cama fue la barra de la Vaca. El nombre del negocio poco tiene que ver con una vaca lechera, su nombre proviene de la tradicional palabra que utilizan los mexicanos para referirse a la acción de juntar dinero para pagar la cuenta: La coperacha o La Vaquita. Buena, bonita y barata.
7. Tío Pepe (Independencia #26, Barrio Chino)
Allá por los rumbos del Barrio Chino, lejos del bullicio de las calles más concurridas del Centro, nos encontramos con una pequeña y centenaria cantina, grande en historia. Durante su estancia en la Ciudad de México, William S. Burroughs la visitaba frecuentemente y hasta la menciona en varios pasajes de su libro Junkie. Eisenstein también visitó la cantina en su periodo mexicano cuando filmaba ¡Qué Viva México! Pepe está en los linderos del centro, por ende si ya vas de salida del primer cuadro podrías darte una vuelta y así descansar tomándote un dulce coñac. O una ginebras para pasar el trago.
8. El Gallo de Oro (Venustiano Carranza #35)
Vaya lugar, una finura. Elegante y de buen gusto, esta es otra cantina centenaria (abrió en 1874). Los sábados ofrecen un delicioso bufett y, de lunes a viernes, cortes de carne, desde la arrachera hasta el lomo con chistorra. Antaño era un bar de toreros, cuando ese espectáculo era el más popular de la Ciudad, sin embargo hoy lo visitan aficionados al fútbol. Don Felipe, mesero del Gallo por más de tres décadas, cuenta que sin duda la clientela ha bajado, en parte por la competencia desleal de los nuevos bares de franquicia y medidas gubernamentales como las leyes antitabaco dentro de los locales y horarios más restrictivos. «Este fue un bar de toreros. Aquí venían desde chavos hasta viejitos. Eso de que no dejaban entrar mujeres a las cantinas es mentira. Aquí siempre entraron.» En cierto sentido, sus palabras son un grito de auxilio para que la gente vuelva a las cantinas.
9. La Montañesa (Palma #9)
Se inauguró en 1946 y en la última década ha sido redescubierta por las nuevas generaciones. Aquí lo antiguo no está peleado con lo moderno. Este es un lugar ideal para disfrutar un buen partido de fútbol o divertirte con la novedad de lugar, un karaoke. El menú varía dependiendo del día, desde barbacoa hasta cochinita. Ideal para neófitos, oficinistas, familias y visitantes repentinos del Centro Histórico.
10. Los Portales de Tlaquepaque (Bolívar #56)
Si andas en el escandaloso tramo de Bolívar, repleto de tiendas musicales, y quieres darte un respiro o una pausa te recomendamos que visites los Portales. Tómate una o varias cervezas y cómete un apetitoso tentempié. Los precios son accesibles y la oferta de bebidas es bastante amplia. De vez en cuando alguno de los músicos que andan por el rumbo se meterá al bar y te regalándote un palomazo a cambio una simbólica «cuota de recuperación».
11. Salón Madrid (Belisario Domínguez #77)
Hubo una época en que la Universidad estaba en el Centro. ¿Qué hacían los estudiantes al salir de clases? ¡Celebrar! El Salón Madrid existe desde 1896 y desde su fundación se ha ubicado en esa maravilla colonial conocida como Plaza de Santo Domingo. La apodan La Policlínica, ya que entre los universitarios que más la frecuentaban estaban los miembros de la facultad de Medicina, aunque no faltaban los arquitectos y economistas. Una copita y una torta de pierna (la vieja especialidad de la casa) para estudiar y hacer la tarea en el Madrid. El menú varía día con día: mixiotes, pancita y carnitas, sin mencionar las tradicionales y ricas botanas. En los últimos años su clientela juvenil ha regresado, en parte gracias al revival que ha tenido el centro.