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11 costumbres gallegas que el resto del mundo debería adoptar

by Ana Bulnes 2 Nov 2017

1. La prioridad de una buena comida

Uno de los secretos para una vida feliz es tener las prioridades bien ordenadas. Saber que los amigos son más importantes que un jefe adicto al trabajo, que una tarde de playa es mejor que una tarde de ordenador y, por supuesto, que una buena comida es siempre prioritaria. ¿Hay algo que no arregle una buena cunca de caldo un día de lluvia? ¿De verdad vamos a devorar la tapa de pulpo, esa churrascada, esos pimientitos de Padrón en solo media hora? La comida es importante porque nunca viene sola: viene siempre con la compañía de familia o amigos, para alimentar no solo el cuerpo, sino también el espíritu.

2. Y de la materia prima

Se sobreentiende. Una buena comida solo es posible si contamos con un buen producto, con el sello Galicia calidade (el oficial o el oficioso, ese de la huerta de la abuela o de las gallinas de la aldea). El espíritu no se alimenta a base de comida rápida o pimientos de Marruecos.

3. Saber que la comida es siempre portátil

¿Inventamos los gallegos además del futbolín los tuppers? Yo no lo descartaría. Todo joven o no tan joven independizado ha llenado la nevera o el congelador de fiambreras con el cocido de mamá, con empanada casera, con almejas a la marinera. Eso sin contar las botellas de licor café que hemos llevado a amigos morriñentos en otros países, las patatas de la aldea, el queso de tetilla, los chorizos… Como buen pueblo de emigrantes, sabemos que la gastronomía se puede transportar.

4. El magosto

Mucho Halloween (o, vale, Samaín) y mucha tontería, pero lo que de verdad recordamos de los otoños de nuestra infancia con más emoción la generación Xabarín son los magostos del cole: pasar esa semana recogiendo pico y castañas en nuestro monte más cercano (y esperando que no lloviese para que no estuviese mojado), hacer la hoguera en el patio y, lo mejor, llenarnos la cara de tizne (y llenársela a los profes). Magosto en el cole, magosto en el barrio, magosto en familia. Comer castañas asadas es de esos placeres que si se extendieran por todo el mundo pararían guerras y ayudarían a la felicidad global. He dicho.

5. Llevar siempre algo de abrigo por si acaso

Y siempre con orgullo, por mucho que se sonrían nuestros amigos andaluces cuando nos ven coger la rebequita una noche de verano. Porque la posibilidad de que refresque (y, horror, nos coja el frío) está siempre ahí. Y todos sabemos que cuando ese momento llega somos los más preparados y los que nos alzamos llenos de superioridad sobre todos esos brazos al descubierto ya con piel de gallina.

6. La adoración al verano en forma de fiestas

Mucha gente asegura adorar el verano, pero pocos demuestran ese amor con el fervor con el que lo hacemos los gallegos. En cuanto sale el sol salimos a la calle, llenamos las terrazas y, sobre todo, iniciamos una temporada de fiestas épica, más de tres meses en los que es posible estar todos los fines de semana en alguna fiesta patronal, siguiendo a la Panorama o a la París de Noia o celebrando los grandes hits de nuestra gastronomía, desde el pulpo hasta el Albariño, pasando por el lacón, el pan y los percebes.

7. Estar siempre bien informados

Y no me refiero a estudiarnos el Faro o El Correo Gallego o el periódico que nos toque según de dónde seamos, no (bueno, un poco también). Me refiero a acudir a las fuentes de primera mano: las personas. Desde el clásico «e ti de quen es?» de los estudiosos de genealogía gallega que hay en toda aldea o barrio de bien, hasta esa labor de observación profunda que hacemos cuando nos presentan a alguien nuevo antes de dirigirles la palabra. Todo esto incluye, por supuesto, la búsqueda siempre de la precisión a la hora de ofrecer nosotros una respuesta, razón por la que necesitamos preguntar detalles sobre esa pregunta que nos acaban de hacer. Que luego nuestro interlocutor no entienda la precisión del «bueno, home, bueno» de la respuesta fina no es nuestro problema.

8. El humor omnipresente

Se llama retranca y lo mejor de todo es que el foráneo no lo entiende.

9. Disfrazarse en Carnaval

Que sí, que todos esos humanos de lugares tristes en los que nadie se disfraza en Carnaval han decidido adoptar Halloween como la festividad en la que sacar sus otras personalidades a la calle, pero hay varias razones por las que el Carnaval es mejor: dura una semana entera, no hay que ceñirse a temas terroríficos (ya, ya, mucha gente pasa de esto en Halloween, pero hagamos las cosas bien) y viene, en Galicia, acompañado de orejas. Sabemos que no es algo solo gallego, pero celebramos el Entroido con una pasión difícil de encontrar en otros sitios. (Para el resto del año tenemos las fiestas históricas, claro).

10. Llevar la tierra adonde quiera que vayamos

Somos críticos, no es que no veamos los problemas, pero estos desaparecen cuando nos alejamos. Por cada kilómetro de distancia disminuyen las cosas malas y cobran importancia las buenas: los paisajes verdes sin quemar, los días de lluvia, las calles de piedra, las tapas de empanada… Si nos preguntan por Galicia no contestamos con otra pregunta, sino con una descripción detallada de sus maravillas. Puede que algo entrecortada. Por los suspiros.

11. Malo será

Pese a esa especie de melancolía perpetua que parece rodear siempre al espíritu gallego cual negra sombra a Rosalía, somos en realidad optimistas. Sabemos que nunca choveu que non escampara, que seguro que el cielo acaba abriendo. Y que malo será. Al final siempre llegan el verano y sus fiestas o la lluvia cuando hay sequía o el sol de carallo cuando llevamos meses de vida casi subacuática.