1. La obsesión por el ardor de trompa.
Los mexicanos no tenemos una fijación por el chile, tenemos una fijación por enchilarnos. La lenta tortura que implica darle fin a un plato de consomé al que le detectamos lo peligroso desde la primera cucharada, la acumulación gradual de dolor en nuestra boca, el sudor, el ojo lloroso y los inevitables mocos, son los elementos que conforman nuestra obsesión. Nos entrenaron desde chiquitos a fuerza de paletas de sandía con chile, que la neta si picaban, y ya nunco hubo vuelta atrás. Obviamente durante este doloroso proceso, le agarramos el gusto al sabor de las salsas más perras y a los chiles que pican dos veces.