Creí que lo hacía todo el mundo: en mi familia siempre lo hicimos y en mi grupo de amigos más cercanos es casi pecado irse de viaje y no pasar por un buzón. Como es también la gente con la que más viajo, el estudio de mercado en cada pueblo y ciudad que pisamos para conseguir las mejores postales es siempre una parte importante del viaje. Pero entonces un día mi hermana me hizo ver la luz diciéndome que casi todas las postales que recibía eran mías. Resulta que una de las costumbres viajeras más bonitas está en peligro de extinción. Recuperémosla.
1. Les alegrarás el día a tus amigos
Recibir una postal en esta época oscura en la que los buzones ya solo reciben facturas o publicidad hace una ilusión casi infinita. Descubrir el cartoncito, ver de dónde viene, quién nos lo ha enviado, leer el mensaje… Saber que en este mundo de rapidez y redes sociales alguien ha pensado en nosotros mientras viajaba, ha comprado una postal que nos pudiera gustar, ha escrito algo personalizado y nos lo ha enviado es simplemente genial.
2. Volverás a recibir postales
El ciclo de las postales inicia un karma rápido y directo: esos amigos en los que has pensado al viajar harán lo propio cuando sean ellos los que se lancen a recorrer el mundo. Y lo mejor es que ese círculo suele ir ampliándose.
Antes de viajar a Estados Unidos el año pasado comenté en la academia en la que estudio francés que iba a faltar dos días. No sé bien cómo, acabé hablando de postales y la chica de recepción me dio su dirección. Al volver me recibió con una sonrisa de oreja a oreja y ese mismo verano recibí una inesperada postal desde Francia. Las remitentes eran ella y mi profe de francés, a la que había ido a visitar a Bretaña.
3. Podrás hacer una colección
Hay quien compra postales cuando viaja y las colecciona, y está bien; pero la colección adquiere valor sentimental si esas postales están escritas. Vale, no son de tus propios viajes —para eso ya tienes tus fotos—, pero repasarlas hace mucha más ilusión porque recuerdas a tus amigos, lees lo que te contaban y, quizá, acabes llamándolos si hace mucho que no hablas con ellos.
Además, te harán regalos así de fantásticos: estas navidades mi hermana me regaló un álbum en el que colocar todas las postales y pasé una feliz tarde recopilándolas de distintos rincones de casa, releyéndolas y guardándolas en su nuevo hogar.
4. Las viejas amistades nunca desaparecerán del todo
En esa tarde de buscar y ordenar postales de hace mil años años vi unas cuantas de gente de la que hacía bastante que no sabía nada. Por supuesto, acabé enviándoles un mensajito por Facebook (¿debería haber enviado carta? Quizá sí, pero ¡no tenía sus direcciones actualizadas!), descubriendo qué había sido de sus vidas en los últimos años y retomando el contacto.
5. Contribuirás a salvar el correo postal
Piensa en los pobres carteros que antes introducían muchísimas cartas manuscritas en los buzones y ahora solo se dedican al reparto de facturas y paquetes de Amazon. No queremos que una profesión tan romántica desaparezca; ¡volvamos a darles trabajo bonito!
Una amiga —la de mi academia de francés— le envía siempre también una postal a su cartero: pone su propia dirección, pero el nombre del repartidor de cartas. El mundo es así un poquito mejor.
6. Tendrás suvenirs para toda la gente que te importa
A todos nos gustaría traer regalos para todos nuestros amigos y familia cada vez que viajamos, pero no tenemos tanto dinero ni tanto espacio en la maleta. Las postales son un buen sustituto y tienes la seguridad de que siempre, siempre gustan. Incluso las más feas —porque hay postales horrorosas— harán que el receptor sonría al recibirlas.
7. Puede que formes parte de la decoración de los hogares de tus amigos
No todo el mundo expone las postales que recibe, pero es algo que sí hace —hacemos— mucha gente. Ir a casa de un amigo y ver una postal tuya de hace unos años en su estantería o colgada en la pared te hará volver a ese lugar y, si la lees, ver qué cosas decía tu yo del pasado.
8. No necesitas conexión a internet
Solo necesitas una tienda de suvenirs, un quiosco o una librería (o cualquier tiendecita con visión de negocio, hay postales en los lugares más inesperados), un sello, un bolígrafo y un buzón. Olvida buscar cobertura, acceso a internet o un ordenador. El mundo analógico es más accesible y mucho más feliz.
9. Es una excusa para pararte a ver a la gente pasar
Hay quien escribe las postales por la noche al llegar al lugar en el que duermen; a mí me gusta escoger un café (si hace buen tiempo, uno con terraza) y pararme a escribirlas durante el día. La inspiración llega siempre antes y tus postales serán siempre más originales: «Te escribo desde una terracita en la que…». Levanta la cabeza y observa qué ocurre a tu alrededor.
10. Te hará volver a confiar en la humanidad
No me dio tiempo a enviar las postales de Nueva York hasta el último día, así que pensé en enviarlas desde el aeropuerto antes de salir. Mi sorpresa fue mayúscula: no había buzón o por lo menos la empleada a la que pregunté dónde estaba no tenía ni idea de su existencia. Al ver mi cara de tristeza, me preguntó si estaban ya listas y selladas. Le dije que sí, que solo necesitaban ser enviadas, y se ofreció a enviarlas ella. «Paso siempre por un buzón de camino a casa, dámelas y las echo hoy mismo». Y sí, las postales llegaron e hizo muchísima más ilusión a todos.
11. Tendrás una idea de negocio
Cualquiera que tenga la costumbre de enviar postales llega enseguida a esta conclusión: hay lugares en los que claramente necesitan a alguien que monte una empresa de postales bonitas. Rincones preciosos del mundo en el que solo hay postales con fotos malas, horteras, pixeladas o con un uso poco moderado del Photoshop.
12. Harás amigos
Dilo siempre que puedas: que te encanta enviar postales, que siempre lo haces. Con cierta frecuencia descubrirás a más personas adictas al club, intercambiaréis direcciones y tu buzón recibirá nuevas postales. Y, lo mejor de todo, esa persona que hasta ahora era un simple conocido (¡o directamente desconocido!) pasará poco a poco a convertirse en un nuevo amigo.