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14 cosas que echarás de menos cuando te vayas de Galicia

by Ana Bulnes 5 Aug 2015

1. Odiar las gaitas.

Hay dos situaciones en las que no echarás esto de menos: si eres de esas personas que aman el sonido de las gaitas o si te has ido a vivir a otra nación celta. Si esto no es así, si al quinto minuto de gaitas sientes que te están martilleando el cerebro, estarás pensando que no ves por qué ibas a echarlas de menos. Te darás cuenta cuando vuelvas a escucharlas y tus ojos se llenen de paisajes verdes y lagrimones a punto de salir. Esta vez aguantarás diez minutos antes de volver a odiarlas.

2. A rañala, raparigo.

Tú que nunca pones la TVG, tú que defiendes la Versión Original por todas las cosas, tú, te encontrarás buscando doblajes gallegos en YouTube ahora que no puedes encender la tele y verlos en directo. Querrás ver a Charlton Heston diciendo aquello de “mete o facho no cú, mono de merda”, y a John Travolta exclamando que “Contra! Este batido está caralludo!”. ¿Qué versión original iba a superar eso?

3. El interés de los desconocidos por tu ascendencia genealógica.

A veces aquí llega a molestarte el clásico “e ti de quen es?” que te sueltan las señoras (¡o señores!) mientras te miran de arriba abajo con el ceño fruncido. Pero entonces te vas y todo cambia: eres invisible, nadie se interesa por ti, tu nueva vecina de setenta años no quiere saber si eres de buena familia y sientes que tanta discreción quizá no sea para ti.

4. Dudar si debes beberte ese licor café.

Sabes de qué momento hablo: ese en el que es la una de la mañana y tienes algo de sueño, te apetece quedarte con tus amigos en el bar y salir toda la noche, pero cada vez que pestañeas ves tu cama acogedora llamándote. Alguien te ofrece un licor café y debes tomar una decisión: sabes que si lo bebes no hay vuelta atrás. La duda existencial pierde bastante si lo que te ofrecen para espabilarte es un cubata con Red Bull.

5. Esas conversaciones mirando hacia el cielo.

Nadie nos gana a los gallegos en profundos, filósofos y misteriosos. El gran ejemplo es que seamos capaces de pasar horas hablando del cielo, del estado de las nubes, y que predigamos el futuro cual oráculos. ¿Qué hacer cuando nadie quiera hablar sobre si abrirá (porque siempre abre) o sobre si levantará la niebla? Además tendrás que enfrentarte a un problema distinto: interpretar un cielo que no conoces, lo que te llevará a empaparte, pasar calor o pasar frío por no haber sabido leer las nubes extranjeras.

6. Los grelos.

No solos, claro, echarás de menos el conjunto de los grelos con sus cachelos y su lacón, su chorizo o lo que elijas para acompañar. Pero los grelos serán el centro de tu morriña por una razón bien sencilla: ¡no existen más allá de nuestras fronteras! O sí existen pero nadie los come, por lo que o los plantas en tu balcón o tendrás que enfrentarte a un invierno sin ellos.

7. Poder sentenciar con un “malo será”.

La clásica expresión que crees que dice todo el mundo hasta que pisas otro territorio hispanohablante, la pronuncias con toda tu buena intención, y te preguntan por qué eres tan pesimista. Tras el choque inicial, analizas por primera vez las palabras que forman la frase y te das cuenta de que vale, quizá pueda ser interpretado al revés. Pero ¿qué decir en su lugar?

8. Esas noticias que aparecen en La Voz.

Ya sabes, esas cosas que solo pueden pasar en Galicia. El señor que vuelve a un bar vestido de buzo para agredir a su oponente con un arpón, la señora que asegura que el sol es suyo, la gata que salvó a sus dueños de morir en un incendio (provocado, posiblemente, por ella), o aquella oveja de Ribeira que, “cansada de vivir encerrada y con ganas de nuevas experiencias”, se subió a un tejado de uralita.

9. Suspirar por el verano.

Solo encontrarás estos suspiros con el mismo nivel de deseo y ansia en lugares como Finlandia, otro de esos puntos mágicos del planeta en los que saben que tienen el mejor verano del mundo. Veranos que no son siempre son buenos, pero que cuando lo son alcanzan un nivel de perfección tal que hacen que valga la pena vivir el resto del año suspirando por su llegada.

10. Que al pedir una Estrella nunca se confundan.

Llegas inocente a un bar en, pongamos, Valencia, y pides una Estrella. De pronto ves en la barra delante de ti esa otra cerveza, frunces el ceño y miras al camarero que ya está a otra cosa. ¿Debes sacarlo de su error? ¿Debes puntualizar que quieres la Estrella de verdad? Puedes arriesgarte, pero mejor que estés preparado: podrían no tener Estrella Galicia.

11. La felicidad del caldo en invierno.

Necesitas dos cosas, un invierno húmedo como el nuestro, de esos que se te meten en los huesos y parecen instalarse ahí para siempre, y el caldo. Porque todos sabemos que no vale cualquier bebida caliente, que los dedos fríos abrazando la cunca, el olor y por fin el sabor (y consistencia) de un caldo gallego es lo mejor para recuperar fuerzas y volver a enfrentarse a la ciclogénesis explosiva de la calle sin ningún miedo.

12. El color verde.

No está claro qué es. Somos conscientes de que Galicia no es el único lugar del planeta con bosques frondosos y montañas verdes, pero hay algo que hace que hasta en Escocia suspiremos por un poco de Courel o Ancares. Y ¿quién no ha sentido nunca cómo se le llenaban los ojos de casi lágrimas al reconocer Galicia desde el avión o al despertarse en un tren y ver por la ventana las verdes colinas ourensanas?

13. No ser desconfiado.

Aquí, en Galicia, eres una persona normal. En cuanto sales, todo el mundo te tacha de desconfiado por hacer varias preguntas cada vez que tienes que contestar a algo, o por entrecerrar los ojos, mirar a tu interlocutor, y decir con ese aire de misterio que nos da la niebla: “depende”.

14. El gas radón.

¿Crees que son los ríos, las fuentes y los regatos pequeños? ¿Crees que es esa vista de tus ojos que no sabes cuándo volverás a ver lo que echas de menos? La hortiña que quieres tanto, la figueiriña que plantaste… Pues no. Dicen los científicos que no, dicen que en realidad todo es mono del gas radón que emite el granito. Vaya forma de arrancarle la poesía a la morriña…