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14 señales de que aprendiste a comer en España

by Ana Bulnes 16 Oct 2015

1. Tu día ideal gira en torno a las cinco comidas y sus horarios.

Que sí, que tenemos la hora cambiada y por eso hacemos cosas tan raras a ojos de los extranjeros, pero sigues sin ver claro lo de comer a las 12:30 y cenar a las 6. A esas horas tomas el café de media mañana (o el aperitivo, en realidad) y la merienda, conceptos a los que no estás dispuesto a renunciar. El primero porque te ayuda a descansar del trabajo, el segundo porque te recuerda a tu infancia. Lo que nos lleva a…

2. Pensar en un bocadillo de Nocilla todavía te hace feliz.

Ahora que eres mayor y has visitado Francia te has pasado a la Nutella (y ya no te haces esos bocatas sin sentirte culpable), pero todavía sientes la emoción de aquellos días en los que te dejaban merendar Nocilla en vez de mortadela. Tras años de migas destrozadas intentando untarla en el pan, alguien te contó el gran secreto: unos segundos en el microondas hacen milagros. Los sandwiches de Nocilla te siguen pareciendo el mejor snack para un cumple.

3. No te parece raro desayunar (o cenar) leche con galletas.

Creías que el concepto de galletas de desayuno era algo universal hasta que recorriste en Europa y notaste el interés con el que te miraba la gente en el hostel. Ellos, claro, tomaban su café o té con tostadas, queso, fiambres, y hortalizas. Las mermeladas te las repartías con los franceses y las galletas… las galletas las compraste tú en el supermercado el segundo día, al descubrir que no estaban incluidas.

4. Eres de Nesquik o de Cola-cao.

Hace años que te has pasado al mundo adulto del café, pero sigues participando de forma acalorada en las discusiones sobre cuál es mejor, sobre los grumos del Cola-cao frío o que el Turbo sea solo una copia del Nesquik. Eso sí, si vas a un bar sabes que solo hay una opción.

5. Comer un sandwich frío te parece lo más triste del mundo.

Especialmente si estás solo. No poder parar para comer en condiciones (hora y media por lo menos), engullir un triste sandwich frío delante del ordenador o mientras vas a otro lugar, es la señal de que las cosas van mal. Ya puestos a comer rápido, qué menos que un bocadillo con pan de verdad y tortilla, jamón o calamares dentro, ¿no?

6. Esperas que las palomitas del cine sean saladas.

Recuerdas con escalofríos el momento en el que descubriste que en otros lugares te las ponen por defecto con azúcar (o guarradas como caramelo).

7. Sabes que vegetal no significa vegetariano.

Los bocadillos vegetales de verdad llevan atún, jamón york o huevo. Y lechuga bien mojadita que hace que el bocata gotee sobre el plato, algo que en realidad siempre te dio un poco de asco pero que has aprendido a apreciar.

8. Te lavas los dientes después de comer.

Es lo que te han enseñado entre tus padres y el dentista, y no acabas de entender a esos extranjeros que se los lavan nada más levantarse, antes del desayuno, y pasan así todo el día hasta que se van a la cama. ¿No tienen mal sabor de boca? ¿No les huele el aliento?

9. Te horroriza la idea de cocinar con mantequilla.

Nadie te va a convencer de que es más sano o más rico que el aceite de oliva.

10. Sabes qué son las croquetas.

Y no entiendes bien por qué hay tantos países en los que no existen. Que sí, que tienen sucedáneos hechos con patata, pero todos sabemos que no es lo mismo. Y por muy francesas que sean (porque, amigos, su origen es francés), sabes que su hábitat natural son los bares de viejo de aquí, servidas con sus palillos como tapa al pedir una clara.

11. Si quedas para comer, intentas dejar la tarde libre.

Entre semana es distinto por eso de que tienes que volver al trabajo, pero en viernes o fin de semana todo cambia. “Quedar para comer” es como “quedar para tomar un café”, sabes cuándo empiezas, pero no cuándo acabas. A la comida le sigue la sobremesa que, en su estado ideal, se alarga durante varias horas y convierte la tarde en un continuum que se extiende hasta la cena. Sin parar nunca de comer.

12. A veces todo lo que necesitas para ser feliz es un pincho de tortilla.

En la tortilla hay niveles. Está el supremo, que es la tortilla de patatas que hace tu madre y que sirve como ideal para medir al resto. Esto determinará si eres de los de tortilla con cebolla o sin cebolla, si la prefieres bien hecha o eres de los que salivan al ver el huevo líquido extenderse por el plato al cortarla.

13. No consideras que la mesa esté puesta si no hay pan.

¿Comer sin pan y ayudarse con el cuchillo? ¿Dejar toda esa salsa o aceitillo en el plato y renunciar al placer de rebañarlo hasta dejarlo limpio? ¡Nunca!

14. Comer con alcohol te parece normal (y hasta recomendable).

Aunque no lo hagas todos los días, tienes siempre a mano algún estudio que dice que beber un vaso de vino tinto al día es lo mejor que puedes hacer por tu salud. Y, maldita sea, ni que te fueses a emborrachar con una caña… ¿por qué iba a estar mal volver luego al trabajo?