Empieza por aquí, por el centro centrísimo de Vigo. Mira hacia arriba y fíjate en el Sireno, esa extraña escultura que se alza sobre dos altísimas columnas. Fue muy polémica en su momento —la gente cruel decía que la pobre criatura era fea—, pero ahora es un símbolo de Vigo. Mira también bien los edificios, muchos de ellos históricos (el de la esquina entre Príncipe y Policarpo Sanz, el edificio Galoya, construido en 1934, es fascinantemente bonito) y pide a algún nativo que te cuente lo de los agujeros de bala que había en los azulejos del anuncio de coñac Pedro Domecq (en realidad parece ser que eran de taladro, pero la otra historia es más emocionante). Ah, ya ha llamado tu atención eso que parece un dinosaurio hecho por Eduardo Manostijeras…
2. Aprovecha que eres turista y hazte una foto con Dinoseto
Sí, ahí muy cerca del hasta entonces protagonista Sireno, hay desde hace tres años un nuevo habitante: un seto con forma de dinosaurio, conocido como Dinoseto. Las razones de esto son de lo más surrealista e incluyen una instalación frustrada y por error en una rotonda, la difusión de fotografías en Twitter y un alcalde que caza las oportunidades (¿de qué? no está claro) al vuelo. Su presencia en la Porta do Sol iba a ser temporal, pero han pasado tres años y Dinoseto no solo sigue ahí, sino que ha tenido descendencia y está acompañado de Dinosetito.
3. Pasea por Príncipe…
Foto: Ana Bulnes
Príncipe es la principal calle comercial de Vigo, peatonal, céntrica y con tiendas de ropa (Inditex y compañía) a ambos lados. Puedes caer en la tentación y comprar o no, pero pasear por Príncipe es de las experiencias más viguesas que puedes vivir. Algunos días (domingo por la mañana) lo harás tú solo; otros (primera tarde de rebajas), te sentirás casi como en una manifestación. Aprende de paso los dos sitios en los que siempre quedamos: el Sireno a un lado, la Farola al otro.
4. …y ya que estás ahí cómete un gofre
Foto: Ana Bulnes
En tu paseíto por Príncipe notarás de pronto un aroma dulzón que hará que tu cerebro olvide por un momento todas sus promesas de comer sano y dejar el azúcar. Te estás acercando al puesto de gofres, un diminuto establecimiento que lleva siglos (bueno, quizá siglos no, pero décadas sí) ayudando a los paseantes a superar la pájara de una tarde de rebajas. Deja de lado la dieta y todo lo que sabes sobre nutrición y date el capricho. Si compras uno con chocolate, llévate un buen puñado de servilletas. Las necesitarás.
El monte de A Guía está en uno de los extremos de Vigo y es uno de esos lugares que la naturaleza parece haber diseñado especialmente para regalarnos puestas de sol espectaculares. Verás la ría de Vigo y las islas Cíes, la ciudad y respirarás calma como si estuvieses lejos del mundanal ruido. Querrás también ver el puente de Rande pero te lo impedirán unos árboles que desearás podar. Un consejo: si la ermita está abierta, entra. Por un euro puedes subir a la torre y, desde ahí sí, ver toda la panorámica, con puente, islas, bateas, Cangas y Vigo sin que ningún árbol te tape las vistas.
Al lado de A Guía estaba la Escuela de Transmisiones y Electricidad de la Armada, un complejo militar que funcionó hasta que en 2002 fue trasladada a Ferrol. Tras unos años de abandono, la zona fue rehabilitada y convertida en un gran parque y área recreativa, con carril bici, pistas deportivas, parque infantil, dos playas, un paseo por la orilla del mar… Se echan solo en falta unas plaquitas que expliquen un poco la historia del lugar y qué era cada edificio.
Las has visto desde A Guía guardando la entrada de la ría; ahora, claro, quieres ir. Además, es posible que a estas alturas ya te haya dicho algún vigués que The Guardian dijo una vez que la playa de Rodas, el arenal de más de un kilómetro de largo que une las islas de Monteagudo y Faro, es la mejor playa del mundo. Ir a comprobarlo es fácil con un poco de planificación: compra el billete con tiempo, especialmente si quieres ir un fin de semana de sol en verano. Necesitarás también una autorización de la Xunta, pero puedes obtenerla por internet al hacer la reserva. Una vez allí, no te quedes solo en Rodas: explora las islas en busca de calitas escondidas y haz alguna ruta de senderismo (la del faro es la imprescindible).
Sí, lo sabemos: Vigo tiene fama de ciudad fea y entendemos de dónde sale. Entre una política urbanística que en los 60 y 70 se cargó algunos de los edificios históricos más bonitos de la ciudad y construyó en su lugar engendros grises y tristes y unos 80 y 90 en los que el Casco Vello, la zona histórica, se caía a trozos y era zona marginal en pleno centro (aún quedan zonas un poco así, como bien demostraron Callejeros hace unos años), Vigo no suele aparecer en las listas de ciudades bonitas.
No obstante, la ciudad tiene también un pasado burgués y de arquitectura modernista del que quedan todavía bastantes edificios. Un paseo por la zona del Ensanche, las calles Policarpo Sanz y García Barbón, permite ver todo esto: muchos edificios de finales del siglo XIX y principios del XX, como el Odriozola, actual sede de la Agencia Europea de Pesca, el Teatro García Barbón, A Casa das Artes, el Sanchón, el edificio de La Oliva… Recorre la calle mirando hacia arriba y fíjate en los detalles, cornisas, esculturas…
Orientarse en el centro de Vigo es fácil: si bajas, llegas al mar; si subes, es muy probable que llegues al Castro, un monte situado en medio de la ciudad desde el que hay también vistas fantásticas sobre la ría. Encuentra las grandes anclas situadas a medio camino y pregúntate si hay todavía tesoros sumergidos, de cuando los galeones llenos de oro se hundieron en la batalla de Rande; vete hasta el yacimiento castreño y piensa en los primeros vigueses, que se asentaron aquí entre los siglos III y I a. de C.; pasea en los jardines de la zona amurallada. Siéntate en un banquito y respira muy hondo el aire del mar.
10. Descubre el Casco Vello Alto
La exposición «Vigo sonríe» fue un momento fantástico de este barrio. Hay que ir mucho para volver a darle vida. Foto: Alejandro Arce Herrero
La zona histórica de Vigo está dividida en dos (como cuenta Pedro Feijoo en Pasear o Vigo vello, en 1889 se construyó la entonces Travesía de Vigo, hoy Elduayen, para facilitar el tráfico a través de la ciudad). La parte de abajo es la que todo el mundo entiende que es el Casco Vello y la primera en salir del túnel oscuro de los 90 con proyectos de rehabilitación. Pero la parte alta es desde hace unos años también un lugar digno de visita: en pleno momento de revitalización (y, sí, un poco gentrificado también), se convirtió por un tiempo en una especie de nuevo barrio de las artes, con galerías, tiendas de productos ecológicos, locales de diseño…
Muchos han cerrado y hay quien habla de fracaso del intento de recuperación del barrio, pero los negocios que no dependen del paso de peatones o pequeñas maravillas como el café bazar Matina resisten. Es obligación moral ir a pasear por allí, ver los edificios rehabilitados y entrar (¡y gastar!) en los pocos comercios que quedan. En este documental web, Fai Rúa, puedes descubrir muchas historias del antes y ahora del barrio.
11. Escapa del Concello en el castillo de San Sebastián
Ya que estás por el barrio alto, aprovecha para descubrir otro rincón desde el que disfrutar de tranquilidad y vistas… ¡sin que el edificio del Concello (Ayuntamiento), un horroroso torreón construido en los 70, se interponga! El truco está meterse detrás: sube por las escaleras que hay al lado de la Policía y llegarás a un parquecito con vistas fantásticas y los restos de la fortaleza del antiguo castillo de San Sebastián (intenta no pensar en que parte del muro fue derruido para construir el edificio del Concello, te pondrás de mal humor).
12. Escapa del Centro Comercial A Laxe en la cafetería de la Estación Marítima
Si se trata de contemplar vistas sin que te enfaden edificios feos, el del Centro Comercial A Laxe es uno que quieres evitar a toda costa. Para ello, nada mejor que entrar en el edificio de la Estación Marítima, justo al lado, y subir a la cafetería Albatros, en el primer piso. Tiene una zona de galería y terraza perfecta para tomar un café o un gin tonic mirando Cangas, Moaña y los barquitos de la ría.
13. Admira la Panificadora
Foto: Ana Bulnes
El pasado industrial de Vigo está dibujado en el horizonte en forma de edificio extraño, de esos que sabes que esconden mil historias. Ahora abandonada (pero con proyecto de rehabilitación en marcha), la Panificadora abastecía a la ciudad de pan, harina y otros productos. Funcionó entre 1924 y 1980, cuando la empresa quebró y la fábrica cerró sus puertas. Lleva casi cuatro décadas así, abandonada entre la maleza. Desde la plaza del Rey (sí, la del concello, no lo mires), puedes verla y admirarla. Si te gustan los gatos, tendrás también bastante diversión.
En domingo, a ser posible. Samil es la playa de Vigo, con un largo paseo y bastante urbanizada, despreciada por los vecinos no vigueses, y destino de autobuses llegados desde Portugal en verano. Tiene muchos defectos, sí, pero parte de la experiencia viguesa consiste en ir allí a pasear un domingo de buen tiempo (pero no suficientemente bueno para el chapuzón). Una amiga viguesa de esas de verdad (¡varias generaciones!) me decía que un vigués pro nunca va allí para ir a la playa, para eso se prefiere cruzar la ría o incluso ir a O Vao, la playa de al lado. Yo como nativa del Val Miñor añado que playa América y Panxón también les gusta. Otra viguesa me indica que sí, que también hay vigueses que se quedan en Samil.
15. Reflexiona delante del MARCO si quieres entrar o no
Foto: Ana Bulnes
El MARCO es una de las joyas de la calle del Príncipe: construido a finales del XIX como cárcel pública, fue también Palacio de Justicia. En los 90 se pensó en derribarlo, pero finalmente fue rehabilitado manteniendo la estructura panóptica para albergar un museo. MARCO significa Museo de Arte Contemporáneo y es lo que fue hasta hace nada, cuando fue en cierto modo tomado por el Ayuntamiento, que quiere hacer de él un museo de arte gallego en general. Sin “CO”. Tras unos meses sin exposiciones reabrió ahora, ya bajo la tutela municipal, con una exposición sobre Julio Verne, muy contemporáneo. Entrar vale la pena por ver el edificio, que es fantástico (y, bueno, es gratis), pero quedarse fuera es también protestar contra este cambio de rumbo denunciado por el colectivo artístico.
Vigo es una ciudad de tamaño medio tirando a pequeña (bueno, valora tú qué son 300.000 habitantes), pero como toda ciudad que se precie ha crecido y absorbido algún pueblecito que vivía feliz en su independencia y al que ha convertido en barrio. Es el caso de Bouzas, que fue una villa pesquera independiente hasta 1904, cuando pasó a formar parte de Vigo. Recorre el paseo marítimo viendo las casitas de pescadores, callejea por la parte más antigua que todavía mantiene ese sabor a pueblo marinero y vete de tapas. Bouzas está plagado de establecimientos, ahora bastante de moda, en los que comer bien.
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Experiencia viguesa imprescindible: vete a algún Bar Carballo (hay tres, llamados Carballo 1, Carballo 3 y Carballo 4) y pide una tapa o ración de tortilla. La comunicación con los nativos vigueses será más fácil a partir de ahora, sabrás que “tortilla tipo Carballo” es una tortilla de esas con el huevo bien líquido y jugoso que se extiende por el plato en cuanto le clavas el tenedor. Las empanadillas son también un clásico.
Vigo no se entiende sin sus alrededores, sin el Val Miñor hacia el sur, Redondela al noreste o Cangas al otro lado de la ría. Mucha gente de todos estos municipios trabaja en Vigo, por lo que hay bastante transporte público (menos del que debería, eso sí). En el caso de Cangas, la forma más rápida de llegar es la línea recta y no precisamente cruzando el puente de Rande: ¡en barco! Un buen plan para un día o una tarde ociosos es subirse al barco, cruzar la ría y comer o tomar algo en Cangas en una terraza mientras contemplas Vigo y la ría.
19. Vete a un concierto en Castrelos
Podría ser en cualquier sitio, pero es en Castrelos. Y es Leonard Cohen. Foto: Alberto García
Castrelos es el parque más grande de Vigo y puedes ir por ahí a pasear entre jardines, correr o simplemente sentirte entre la naturaleza. Su mayor atractivo, según mi humilde opinión, es el auditorio al aire libre, un teatro que nos ha dado muchas noches de verano perfectas gracias a los conciertos que se programan allí cuando hace buen tiempo.
Por el auditorio —que, no nos confundamos, imita a un teatro romano pero es de los años 50— han pasado gente como Oasis, Franz Ferdinand, Metallica o Patti Smith. Leonard Cohen nos regaló allí una noche mágica hace unos años. Puedes elegir pagar y estar en la parte baja o simplemente verlo todo desde las gradas de forma gratuita. Y es cierto que los conciertos llevan unos años dejando algo que desear y son cada vez menos, pero la experiencia sigue valiendo la pena.
20. Consuela a Julio Verne
Foto: Ana Bulnes
Te lo encontrarás en el paseo del puerto, un señor sentado sobre un pulpo y con cara de estar muy triste. Es Jules, nuestro amigo Jules, que visitó Vigo en un par de ocasiones (después, y no antes, de haber llamado a un capítulo de 20.000 leguas de viaje submarino «En la bahía de Vigo») y desde entonces estamos un poco obsesionados con él. El otro famoso escritor que pasó por aquí fue Hemingway, que dejó escrito que Vigo es una buena ciudad para un macho. Y también Cortázar, que cogió el ya desparecido tranvía para ir hasta el monte Lourido en el Val Miñor, e incluso Mata Hari, que estuvo aquí en cuatro ocasiones porque Vigo, además de un buen lugar para un macho, era también un imán para espías. Solo tiene estatua Verne, así que tendrás que conformarte con él.
Antes de nada: si es fin de semana y hace buen tiempo, reserva. Si no, te tocará recorrer el Casco Vello de restaurante en restaurante viendo cómo están todos llenos. ¿Dónde reservar? ¡Hay muchas opciones! Desde Juanita ya nada más entrar en la zona histórica hasta el Lume de Carozo (oh, sus croquetones) a pocos metros, pasando por la cocina enxebre de A Regueifa y A Retranca (pide la hamburguesa de buey, pero compártela), la experiencia marina del Gamboa, los colores de La Comidilla, los platos delicatessen del Picadillo… En los últimos años los sitios para comer en el Casco Vello se han multiplicado, pero también la gente. Así que repetimos: mejor con reserva.
22. Maravíllate ante las vistas en el Paseo de Alfonso XII
Foto: Ana Bulnes
Si alguien me apuntara con una pistola y me hiciera escoger un lugar de Vigo, probablemente me quedaría con el Paseo de Alfonso XII, una calle diseñada para sentarse a ver la ría y los barcos (sí, observar la ría es algo que hay que hacer desde muchos lugares en Vigo), un mirador que invita a contemplar la vida y el atardecer. Ahí está también el famoso olivo de Vigo, que es la ciudad olívica por él y no por todos los olivos que de pronto han sido instalados en muchas calles en los últimos años. La experiencia completa incluye tomar algo en una terraza, la de O Castro o la de A Póla, que haya un concierto en la plaza de la fuente y soñar con ese futuro en el que la calle sea peatonal y no se te paren los Vitrasa delante.
Ah, sí, los Vitrasa: son los autobuses urbanos de Vigo, sinónimo de la palabra autobús si te mueves en esta urbe. Su color verde los hace inconfundibles y no hay vigués que no tenga una anécdota con uno de ellos como protagonista. ¡Sé valiente, súbete a uno de ellos pagando el billete de 1,35 euros y a ver dónde acabas! (En realidad ahora puedes pagar menos si te haces la tarjeta PassVigo, que para disgusto de nuestro alcalde ya no es solo para gente empadronada aquí).
24. Sal por Churruca o por el Arenal
Concierto en La Iguana, templo vigués del rock. Foto: Adrián Estévez
O por ambas zonas para comparar. El Arenal es la zona en la que hay que vestirse bien (o bueno, arreglarse mucho, no sé bien cuál es el requisito) y donde serás feliz si te gusta la pachanga y los éxitos más comerciales. Si eres más rollo indie alternativo y underground, quédate por la zona de Churruca, empápate de rock y juega a adivinar quién de toda esa fauna lleva por ahí desde la época de la Movida en los 80.
Y bajarla, pero sobre todo subirla por el lado de El Corte Inglés, desde Urzáiz hasta la Plaza de España. Párate en la escultura de los pescadores, Os redeiros, contémplala y piensa si merece irse a otro lugar. Cuando llegues a los caballos, arriba de todo, pregúntate si te habría gustado ascender de forma más sencilla y si preferirías una cinta mecánica tipo aeropuerto o un tranvía circular. Ya estás preparado para participar en cualquier conversación en la parada del Vitrasa.
En Madrid tienen La Latina, sí, pero en Vigo tenemos nuestra Latina a escala reducida: la plaza de La Colegiata (praza da Igrexa) en el Casco Vello. Los días de buen tiempo (especialmente en fin de semana, Vigo es muy trabajador entre semana) la placita se llena de gente tomándose una(s) cerveza(s) sentados en las escaleras delante de la iglesia. No es botellón: la cerveza se compra en los bares de la misma plaza, La Colegiala y La Colegiata.
En Vigo ha pasado lo que en muchas otras ciudades: sus cines de siempre fueron cerrando y sustituidos por grandes salas en centros comerciales con una cartelera poco arriesgada. ¿Todos los cines? ¡No! Unos pequeños multicines poblados por irreductibles programadores resisten todavía y siempre al invasor. Lo han logrado gracias a una apuesta clara por una programación diferente y más independiente, por incluir sesiones en versión original y de vez en cuando recurrir a clásicos o a sesiones especiales con los directores de la película programada.
Vale, no es estrictamente necesario, pero será algo que quieras hacer (¿o no?) tras escuchar la versión de Waterloo Sunset de The Kinks que hicieron Ectoplasma. Al Berbés baja cuando quieras, mira sus casitas marineras en plena rehabilitación y llora un poco pensando que hubo un tiempo en el que la playa llegaba hasta aquí. Verás que no sabrás por qué cuando anochece la ría parece tan sobrenatural.