Superaste duras negociaciones a la hora de comer.
La hora de comer suponía todo un suplicio dependiendo del plato que tocase aquel día. Si la comida no era de nuestro gusto, terminarlo se convertía en algo menos que misión imposible. Nuestras madres sacaban a relucir su ingenio para acortarnos el mal trago y a la vez salirse con la suya a base de: “Venga dos cucharaditas más”, o “al menos la mitad del plato”. Si llegaba el momento de medidas radicales, escuchabas: “si no te lo comes hoy te queda para la cena y sino para desayunar mañana”.