1. A los gasistas, a los plomeros y a los mecánicos.
Es tiempo de aceptarlo: nos duele en el alma reconocer que no podemos hacer algo (cambiar el motor del limpiaparabrisas o reemplazar el chispero del calefactor, por ejemplo). Y, peor aún, nos cuesta aceptar que hay gente que está capacitada especialmente para realizar esos trabajos. Por eso, cada vez que el plomero termina su trabajo sentimos ese escalofrío provocado por la envidia, un verdadero baldazo de agua fría a nuestro orgullo.