1. El acento te delata.
Basta con el saludo, “¡Hola!”, para recibir un: “Tú eres catalán, ¿no?”
2. Te es imposible acabar una frase sin haber dicho alguna catalanada… ¡o un par!
Tenemos palabras muy nuestras que nos hacen pasar un mal momento durante los microsegundos que dura el buscar mentalmente la traducción, para acabar soltando cualquier tontería: “pésoles» (¿o eran guisantes?), “calzas” (ah no, que eran bragas…), “michones”, (¿o calcetines?), “cigrones” (o mejor dicho, ¿garbanzos?), y así hasta la saciedad…