México no es el mismo desde hace unos meses. La noche del 26 de septiembre marcó un punto de no retorno para la indiferencia que dominaba el ánimo de muchos mexicanos. Esa noche representa la noche por la que México ha deambulado por mucho tiempo, por demasiado tiempo. Una noche que se nos estaba haciendo costumbre.
Hoy las calles suenan a cientos de pisadas unidas en marchas multitudinarias que han hecho eco por todo el mundo. México suena a indignación y a la necesidad imperante de cambio. Es extraño salir a las calles y escuchar noticias de Ayotzinapa en las conversaciones de la gente. Puede sonar raro, pero en México esto no pasa. Rara vez la agenda pública se cuela en la vida real de los mexicanos y nunca la había visto colarse con tanta fuerza como ahora. Suena a que nos vamos dando cuenta de que los escenarios de injusticia, corrupción, impunidad y sufrimiento no son solamente palabras en las portadas de los diarios. Nos vamos dando cuenta de que el México al que se refieren esas palabras, es el mismo México en el que vivimos, que no somos ajenos a sus problemas, que formamos parte del mismo espectáculo y que debemos actuar en consecuencia.