Llegué a la Puerta del Sol al final de una extenuante caminata de cuatro días por senderos casi verticales a gran altura, y vi Machu Pichu por primera vez. A medida que los muros de piedra perforaban la niebla de la mañana y la ciudad Inca se desplegaba ante mí, el cansancio se desvaneció por completo.
Hicimos cumbre al alba de una mañana de enero y celebré con los otros caminantes que me acompañaban: abrazos interminables, choquemos los cinco, sonrisas amplias. Luego me alejé del grupo para reflexionar en silencio. No había sido un viaje fácil; en un momento definitorio hasta consideré dar la media vuelta y no seguir. No soy una persona atlética ni por asomo, pero aun así sentí que debía permitirme experimentar el Camino del Inca. Si bien ha sido el desafío físico más duro que he atravesado en toda mi vida, el Camino del Inca es una meta realista, aún para los caminantes sin experiencia previa.