Photo: lovelypeace/Shutterstock

Carta de amor al Norte de Chile

Chile
by Dani Paz Ibaceta 4 Mar 2016

Querido Norte,

Ambos sabemos que lo nuestro no fue “amor a primera vista”. Es que aún me cuesta creer que en mi infancia fui una de tus niñas morochas, tostadas por el sol, correteando por las playas de Caldera. En esos años, nuestros primeros encuentros no dejaron muy buenas impresiones, pero ahora, dos décadas más tarde volvemos a encontrarnos. Los 5 meses que compartimos juntos aún resuenan en mi memoria y hoy sentada frente al mar austral de Punta Arenas, escucho el viento golpeando la ventana y no puedo evitar pensar en ti. A pesar de los kilómetros que nos separan, la sensación de tu espacio no se me quita aún y admito que te extraño.

Probablemente te extraño porque me sorprendiste, pero por sobre todo porque esta vez quisiste enseñarme y yo quise aprender. Esta vez, en un viaje que duró 5 meses, entré a tus tierras despierta, atenta a las señales, con la mirada puesta en los detalles. Tenía tantas ganas de recorrerte que esta vez fui capaz de encontrar la belleza entre tus terrenos hostiles, apedreados, abandonados y secos. Y al fin me enamoré.

Primero fue culpa del viento de mar, que entraba raudo entre los recovecos de mi ropa, acariciándome el pelo, refrescando la piel tibia. Luego fue la pampa sin límites: donde algunos veían aburrimiento, yo veía cincuenta tonos de amarillo y otros cincuenta de café. El cielo hizo su parte y los atardeceres tiñeron sus colores en mis ojos.

No tuve más que admitir que eres un misterio cuando el desierto más seco del mundo me recibió con una alfombra de minúsculas flores blancas y rosadas escalando las colinas hasta perderse en el horizonte. En el límite de tu geografía, el altiplano es un hogar lleno de vida. En él vi vicuñas corriendo libres, vizcachas tomando sol, zorros agazapados entre los matorrales, flamencos bailando en los salares. En tus tierras más altas, el agua emerge con fuerza andina, creando vida donde las leyes de la normalidad afirman que hay nada. Ríos, humedales y lagos me acogen como una más del escenario y las aguas calentadas por el vapor volcánico me reciben amables en Polloquere.

Así que si, me enamoré. De los paisajes sin límites, pintados con tonos infinitos mientras el viento levanta el polvo y me acaricia la piel. De tus silencios, tus noches oscuras, amplias, gigantes sobre mi cabeza torcida contemplando los gases quemarse lentamente. Extraño también el sonido del mar rompiendo sobre tus rocas gigantes, las aguas cálidas rozando mis pies, invitándome a entrar, no dejándome salir. Y como todo enamorado, temo perderte, temo por ti.

¿Cómo te las arreglas para adornarte de vida con un clima tan hostil? ¿Cómo haces para sobrevivir a la sed y al sol eterno? Pero sobre todo, ¿cómo harás para sobrevivir a la avaricia? Tantos ciegos, encandilados de riqueza, solo ven en ti un recipiente de metales: una alcancía de salitre antes, de cobre hoy, de litio mañana. ¿Cómo defenderte de las máquinas invasoras, de las mangueras que roban el agua que tanto trabajo te ha costado recolectar?

Tus ritmos me transformaron, tus ciclos me educaron y ya no puedo vivir ajena a ti. Defenderte se ha transformado en una bandera que flamea dentro, en el terreno conquistado por tu belleza. Porque me enseñaste que la vida es simple y fuerte, que la naturaleza es sabia y paciente y que hasta el terreno más seco del mundo puede volver a la vida.

 

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