En el tiempo que llevo escribiendo artículos de identidad cultural sobre la Ciudad de México hay algo que me ha quedado prístinamente claro: a muchos habitantes de la ciudad les arde como el chile que se utilice la palabra chilango como gentilicio; de inmediato se arman argumentos y posturas del por qué la dichosa palabra es un instrumento del mismísimo Lucifer y de por qué no mejor nos asumimos como defeños, capitalinos, mexiqueños o algún otro adefesio de gentilicio que, honestamente, ¿quién va a tomar en serio?
A continuación les presento cinco argumentos, basados en las peores críticas que ha tenido que soportar nuestro extraoficial y nunca bien recibido denominativo, de por qué deberíamos asumirnos como chilangos.