Aquí les presento un recuento de mi experiencia como dumpster diver en Auckland, Nueva Zelanda, donde comí de la basura por unos ocho meses y donde el mayor problema fue encontrar suficientes recetas para utilizar cinco kilos de queso mascarpone.
Mi historia comienza cuando era un recién llegado a la tierra del kiwi y dedicaba mis días a la búsqueda de trabajo. Los ahorros con los que había salido de México no durarían mucho en una economía como la neozelandesa y tenía que limitar mis gastos a lo mínimo indispensable. Una noche de tantas, después de una jornada de repartición de currículums, me senté a descansar, no sé si como forma de auto tortura o de motivación, frente a una tienda de donas de renombre mundial. Sin otra cosa que hacer, me dediqué a observar la rutinaria labor de los empleados del local. Entre el corte de caja, la limpieza de cristales y demás tareas típicas del cierre, fijé mi atención en los movimientos de uno de los empleados, que empezó a colocar todas las donas y demás pastelillos, de la forma más higiénica y ordenada posible, dentro de una gran bolsa. Las mismas donas que hace cinco minutos costaban cuatro dólares -o seis cincuenta en combo con café- estaban en la oscura profundidad de una bolsa de basura. Otros cinco minutos y se apagaron las luces del local, se cerraron los candados y el contenedor de basura quedó en la calle. El equipo de las donas se marchó y yo hice lo que cualquiera en mi lugar hubiera hecho: ¡me llevé quince kilos de donas a casa!