Desde hace ya bastante tiempo, recibo a menudo muchos comentarios de personas que han leído artículos sobre mis viajes en los que me dicen cuánto les gustaría viajar más a menudo o hacer viajes largos “como esos de los tuyos”. Y cuando les apunto que la vida y el cuerpo tienen fecha de caducidad y que a qué esperan, me responden con un sinfín de excusas.
Hay a quienes les gustaría escapar de su vida de oficina, donde ya se ven encadenados hasta la jubilación, pero tienen horror a perder esa seguridad del fin de mes. A otras personas les da miedo viajar solos, sienten esa llamada de la libertad y la incertidumbre que es la sal de la vida, pero se les coge un nudo en el estómago que les impide continuar. Algunos dicen sentirse ya “demasiado viejos para eso”, a otros les preocupa no poder permitírselo económicamente, quedarse tirados en la ruta, incluso ya se plantean que a la vuelta de semejante aventura estarán en números rojos y será dificilísimo encontrar otro trabajo. Ya crean el problema a años vista.
Están también quienes se mueven en el mundo de las pequeñas excusas cotidianas: “ahora no es buen momento porque los niños bla bla bla”, “imposible ahora porque hay un proyecto importante en el trabajo”, “es que este año se casa fulanito y tengo que ir, es un compromiso”, “es que a mi pareja no le gusta viajar”…
Cada vez que me hablan de “compromiso”, se me ponen los pelos como escarpias. Los compromisos no existen: nos los creamos nosotros mismos, como los complejos, como las barreras… como los miedos. Nos atrapamos en vida y ni siquiera somos conscientes hasta que un movimiento brusco, un cambio de caminar o una vuelta de tuerca nos lo muestra. Y es entonces cuando tu vida cambia, porque tú cambias.
Y si a ti te gusta viajar y tu pareja es sedentaria, yo no le llamaría desde luego mi alma gemela.
Les siguen los miedos a situaciones que puedan surgir en el propio viaje: miedo a perderse, a no poder comunicarte en otro idioma, a no encontrar siempre medios de transporte, a sentirse sola o sentirme triste (en caso de viajes en solitario), a no hacer amigos en el camino, a que te atraquen o algo peor.
Y por último están los problemas físicos, problemas que se hacen patentes en situaciones concretas: miedo a volar, vértigo, alguna discapacidad física, etc.
Miedo, miedos y miedos. Excusas, excusas y excusas.
Ahora piensa en alto, con mente abierta y con perspectiva de futuro.
¿De qué te vas a sentir más orgulloso y feliz cuando llegue el recuento de tu vida? ¿De lo diligente que fuiste en el trabajo? No te van a hacer heredero de la empresa (lo sabes, ¿no?) ¿De la cantidad de compromisos familiares que cumpliste? Te cuento un secreto: no te van a dar un premio por ello, no es una competición. ¿De haber llegado al final de tu vida siendo el más rico del cementerio? Te cuento otro secreto: no te dejan llevarte los billetes al más allá. Lo único que importa es el más acá.
Mientras estás tumbado pensando y tu cabeza va a mil por hora, creando peligros, proyectando posibles momentos desagradables y creando escenas de terror, no te das cuenta de lo que los viajes pueden hacer por tí. Porque es algo que se conoce mientras se experimenta, no mientras se proyecta en nuestra cabeza. No te das cuenta: los viajes pueden convertirte en una persona diferente, feliz y definitivamente, más libre.
El miedo a viajar se resuelve viajando
Nunca va a ser un momento bueno para dar un paso importante en nuestras vidas, nunca se dará la situación ni la persona perfecta, porque la perfección no existe. Las excusas son fruto de lo mismo de siempre, de nuestro constante enemigo: el miedo, que actúa de una forma tan sibilina que logra que lo neguemos, lo justifiquemos y le andemos bailando el agua. No, el miedo hay que enfrentarlo porque es la única forma de adquirir, en pasitos cortos, fortaleza y sabiduría. Viajar es una experiencia total, una terapia integral capaz de actuar como una máquina de renovar personas. Si viajas con conciencia de lo que está pasando, con la actitud de quien enfrenta sus miedos, sabiendo que de ese viaje no volverá jamás la misma persona que se fue de casa.
Déjame que te cuente varias cosas:
Ante el peligro de perderte y de no saber cómo moverte, te darás cuenta que tu intuición así como otras capacidades se desarrollan a ritmo vertiginoso dentro de ti. De pronto, leer mapas, moverse por rutas y carreteras y cambiar de un transporte a otro no es tan complicado como creías. Te empiezas a venir arriba. Tu audacia, independencia y autosuficiencia comienza a emerger.
Tendemos a sentirnos seguros cuando “tenemos el control de las situaciones”, algo muy difícil en una situación nueva. Escucha, el control también es una ilusión. Y es una ilusión propia de la burbuja de confort en la que nos movemos cotidianamente. En los viajes has salido totalmente de tu burbuja, no tienes el control de las situaciones y eso es un gran aprendizaje. Aprendes a ser flexible y resolutiva a medida que te surgen situaciones en el camino. Aceptar y abrazar la incertidumbre que se presente es una forma inteligente de viajar… y de vivir.
Algo bueno y liberador desde el minuto uno: el miedo a ser juzgados desaparece por completo. Las relaciones sociales que vamos tejiendo alrededor de nuestro nido nos dan grandes satisfacciones, pero también tejen un ambiente de tela de araña en el que muchas veces nos sentimos atrapadas por los juicios y opiniones. Lo normal y lo convencional se imponen como verdades absolutas, pero al salir de allí te das cuenta de la gran mentira que han supuesto siempre. No hay mayor libertad viajando que sentirse libre de todas estas opiniones. Ya no tienes que ser la novia perfecta e ideal de tal, o el hijo modelo de mamá, la amiga del alma siempre disponible, la amante complaciente que en verdad quisiera ser amada… No, eres tú y ya. El reto aquí es descubrir: ¿quién soy yo realmente?
Los miedos físicos son más abruptos y exigen de medidas más abruptas aún. Terapia de choque. Yo padezco de vértigo y no ha sido excusa para que haya desfilado por caminos de los Andes y de los Himalaya. Es más, si padeces de vértigo y quieres superarlo, no hay otra forma más que ponerte el pie del precipicio.
El empoderamiento que sucede después de enfrentar los miedos viene dado por tu fortaleza interna y no por factores externos y volátiles como si tengo pareja o no, dinero o no, o si me veo guapa o me engordé.
Cuando vuelves de un viaje de este tipo, ya no eres el mismo. De hecho, eres la mejor versión de ti mismo. Más tolerante, más seguro, más flexible, más empático y definitivamente, más valiente.