A la llegada de los españoles al actual territorio mexicano, la isla de Cuba ya había sido despojada de su independencia, y sus habitantes reducidos a la esclavitud, o habían muerto por las enfermedades traídas por los europeos. Todo ello sucedió en un tiempo relativamente corto. ¿Por qué? Pues aquella isla no contaba con grandes ejércitos para repeler a los invasores ni tampoco tenía grandes ciudades ni centros religiosos.
Esto es lo que podrías encontrar si pudieras viajar en el tiempo al mercado de Tlatelolco
Por eso, cuando Cortés desembarcó en las costas del actual Veracruz creyó que encontraría un panorama similar, con tribus aisladas, tímidas y fáciles de someter. Sin embargo, se encontró con algo totalmente diferente: ciudades más grandes que las europeas, con mayor orden y mejor trazo, sin problemas de salud pública, con escuelas para todos los niños sin distinción de clase social, ejércitos profesionales, un alto desarrollo de las artes y las ciencias y una muy clara distinción de las jerarquías sociales, así como de una gran cantidad de oficios y profesiones que lejos estaban de la improvisación.
Lo único que aquellas civilizaciones no habían logrado desarrollar era la tecnología bélica, es decir, armas de alto poder y, hasta la fecha, ha sido el lastre que hace que muchos aún las consideren inferiores.
Pero de entre todas las cosas que impresionaron a los españoles hay una que aún en estos tiempos puede parecernos fuera de este mundo. Se trata del mercado de Tlatelolco, que aún hoy en día, con los avances que tenemos, sería un ejemplo de verdadera organización, armonía, considerando el tamaño que tenía. Esto no lo digo yo, sino que surge del relato del mismo Cortés, en su “Segunda Carta de Relación al rey de España del 8 de octubre de 1520”:
“tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil almas comprando y vendiendo…”.
Ahora bien, este dato a simple vista puede no confirmar la magnificencia del mercado, pero fíjate que la ciudad española de Salamanca en ese momento contaba con no más de veinte mil habitantes.
Aquel enorme mercado tenía tres veces más personas comerciando que el total de habitantes de la ciudad española.
Pero no es ese el único aspecto impresionante. Cortés continúa su relato diciendo que en aquel lugar puede encontrar uno todas las mercancías del mundo, e incluso muchas de las que él desconocía su existencia:
“Hay todo género de mercaderías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedra, de hueso, de conchas, de caracoles y de plumas; véndese tal piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de diversas maneras…”.
El impresionante relato continúa. Cortés describe la forma en que se organiza dicho mercado, lo que al analizar nos hace visualizarlo más bien como un supermercado de nuestros tiempos, en el que todas las mercancías se encuentran ordenadas en pasillos según su género:
“cada género de mercaduría se vende en su calle, sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo lo venden por cuenta y medida, excepto que hasta ahora no se ha visto vender cosa alguna por peso…”.
En este apartado Cortés hace mayor énfasis, relatando los pasillos que alcanzó a ver en su recorrido y que tanta impresión la causaron:
Departamento aviario:
“hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, zarcetas, tórtolas, palomas, águilas, halcones, gavilanes y cernícalos y de algunas aves destas de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas…”.
Departamento de carnes rojas:
“venden conejos, liebres, venados y perros pequeños, que crían para comer…”.
Departamento médico:
“hay calles de herbolarios, donde hay todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se hallan…”.
Departamento de frutas y verduras:
“hay todas las maneras de verduras que se hallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzos, berros, borrajas, acederas y cardos. Hay frutas de muchas maneras, en que hay ciruelas y cerezas que son semejantes a las de España”.
Departamento de dulcería:
“venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz que son tan melosas y dulces corno las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman maguey, que es muy mejor que arrope; y destas plantas hacen azúcar y vino, que asimismo venden…”.
Departamento de textiles, pieles y pinturas:
“hay a vender muchas maneras de hilado de algodón de todos los colores, en sus madejitas, que parece propiamente sedas de Granada. Venden colores para pintores cuantos se pueden hallar en España y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él, teñidos, blancos y de diversos colores…”.
Departamento de artículos de cocina:
“venden vasijas de tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas…”.
Departamento de alimentos:
“venden maíz, en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja, así en el grano como en el sabor, a todo lo de las otras islas y Tierra-Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallinas y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en gran cantidad, venden tortillas de huevos hechas…”.
Departamento de muebles:
“…y esteras de muchas maneras para camas, y otras más delgadas para asiento y esterar salas y cámaras”.
Y, por si fuera poco, había cargadores, que vendrían ser como los carritos del super hoy en día:
“hay hombres como lo que llaman en Castilla ganapanes, para traer cargas…”.
Pero, además de cargadores, también había esclavos en venta, que más bien eran deudores pagando a sus acreedores a través del servicio. Sin embargo, como no todos requerían sirvientes, algunos los vendían en tal mercado para recuperar su dinero.
Sin duda alguna, un aspecto impresionante de este sitio era el catálogo de productos y servicios que se ofrecían, equivalentes a los que hoy brindan las plazas comerciales. Cortés se muestra impresionado en su relato y no da lugar a lo que está viendo:
Farmacias:
“hay casas como de boticarios, donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos…”.
Peluquerías:
“hay casas corno de barberos, donde lavan y rapan las cabezas…”.
Restaurantes:
“hay casas donde dan de comer y beber por precio”.
No cabe duda que de incivilizadas nada tenían aquellas sociedades, ¿no crees? En consideración a lo leído, y analizando las diferentes descripciones de Cortés, podemos intuir que se pasó un buen rato recorriendo los pasillos y no alcanzó a verlo todo.
Cortés continúa su relato sobre aquel mercado, contándole al rey sobre la forma en que se mantenía su seguridad, a través de vigilantes entre los corredores del mercado, y hasta un juzgado para los sucesos más controvertidos:
“Hay en esta gran plaza una muy buena casa, como de audiencia, donde están siempre sentados diez o doce personas que son jueces y libran todos los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan continuo entre la gente mirando lo que venden y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa…”.
Para cerrar con broche de oro, el capitán español termina su testimonio con la más sincera de sus impresiones, aceptando que no esperaba encontrar algo semejante, pues lo visto ha superado a su imaginación:
“…y por no ser más prolijo en la relación de las cosas de esta gran ciudad, aunque no acabaría tan aína, no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España, y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas”.
Todo esto, escrito un 8 de octubre de 1520, del puño y letra de Hernán Cortés, un año antes de la caída de Tenochtitlan.