A VECES LAS PERSONAS VIAJAN para alejarse de aquello de lo que están cansadas: la rutina, una relación que terminó mal, unos padres súper controladores, el mal clima. Pero cuando se tiene una enfermedad crónica, no se la puede dejar en casa, guardada y olvidada en el segundo cajón a la derecha.
Créanme, lo he intentado.
Hace once años me diagnosticaron con diabetes tipo 1, es decir, con el tipo de diabetes que requiere inyectarse insulina diariamente. Yo le tenía terror a las agujas –y hasta hoy todavía me asustan-. Sin embargo, cuando a los 17 años me dieron la noticia de la enfermedad, mi principal miedo pasó a ser el perder mi libertad y tener que cambiar mi estilo de vida. Resultó que no fue así, ni lo es ahora, pero sí he tenido que volverme precavida.