Los españoles no somos muy amigos de dar propinas (ni en Alemania ni en ninguna otra parte del mundo).
Pagamos la cuenta y guardamos en el bolsillo hasta el último céntimo, a no ser que alguien nos recrimine públicamente que las propinas son obligatorias. Da igual que el camarero sea majísimo, que nos guiñe un ojo o que nos invite a una copa. Esto de soltar unas monedillas porque sí nos cuesta mucho. ¡Las cosas están muy mal en España como para andar tirando el dinero!