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12 cosas a las que te volverás adicto en la Isla Grande de Chiloé

Chile
by Pedro Alvarado 5 Feb 2016

1. A ser tratado con increíble amabilidad por su gente.

Es impresionante lo acogedora que es la gente de la Isla, desde el momento en que comienzas a conversar con ellos. Siempre se ha dicho que los habitantes del sur son más cálidos que en el resto de Chile, pero creo que estas personas superan todo tipo de expectativas. Si te encuentran una buena persona, te abren su cocina y entregan esos alimentos apetitosos: esta es su manera de demostrar su gran cariño.

2. A comer abundante y variado.

El día para los chilotes comienza muy temprano, a esos de las 6 o 7 de la mañana puedes ver deambular a la dueña de casa, haciendo pan y uno que otro quehacer doméstico. Aunque el desayuno puede ser común, no así los almuerzos: en su calidad y cantidad, cada plato parece que alcanzara para que coman tres personas.

3. A maravillarte una y otra vez por los palafitos.

En las principales postales de la Isla Grande de Chiloé que circulan por el mundo podemos ver las casas sostenidas por pilares de madera a la orilla de la playa. Algunas de estas edificaciones todavía son viviendas, mientras que otras se han transformado en restaurantes con una privilegiada vista. Desde esos pilares, logran la ilusión de que flotan sobre el agua cuando sube la marea.

4. Ser parte de la realización del curanto al hoyo

Es el plato tradicional de la Chiloé. O, mejor dicho, una bandeja. El curanto se hace en un hoyo en la tierra y sus ingredientes principales son los mariscos, papas, milcaos y los chapaleles, además de chorizo y carne. Todas estas delicias de la zona, 100% recomendables, se sirven a la hora de almuerzo o cena.

5. A ser transportado por las barcazas… en el espacio y a veces en el tiempo.

Es algo mágico cuando el bus se sube a una barcaza y vas dejando atrás el continente para sumergirte en una de las islas de Chiloé. Tal transporte te permite acceder no solo al accidente geográfico, sino a una forma de vivir distinta de la del resto de Chile. En Chiloé, hacen valer costumbres y tradiciones que en otras ciudades ya son parte del olvido.

6. A conectarse con la herencia de los pueblos originarios a partir de los nombres de las localidades.

Somos un país donde tenemos muchísimos pueblos originarios, los más mencionados son los Mapuches, pero también existieron los Tehuelches o Atacameños, entre otros. Viajando por Chile, nunca había escuchado tantos pueblos con nombres indígenas como en Chiloé, tales como Dalcahue, Queilén, o Ancud («valle grande» en Mapudungun). Quizás sea solo un comienzo para amigarnos con tal herencia, pero es digno de destacar.

7. A estar rodeado de iglesias que son Patrimonio de la Humanidad.

No necesariamente hay que ser católico para apreciar la belleza e historia que tienen las 16 Iglesias nombradas Patrimonio de la Humanidad de Chiloé. Hechas de madera y asimiladas al paisaje de la Isla, algunas tienen más de 400 años, así que puedes imaginarte la arquitectura…

8. A tomar un poco de licor de oro cada tanto.

Los amantes de los licores artesanales tienen un pequeño tesoro en este lugar. Es algo muy típico de la zona, realizado a base de leche y alcohol, que se puede encontrar en cualquier feria de la Isla. Los lugareños recomiendan comprarlo en la localidad de Chonchi, donde se dio origen a este brebaje.

9. A dejarte capturar por la mitología local.

Imagino que los mitos y leyendas que se guardan acá serían fácilmente ganadores de un Oscar si un buen director decidiera filmarlos: La Pincoya, El Caleuche, El Trauco, El Camahueto, El Imbunche y La Fiura son algunas de las historias que te pueden contar los más longevos de Chiloé. Como si esto fuera poco, al llegar a la Isla escucharás por ahí que “hay que tener cuidado con los brujos”. Creer o reventar…

10. A encontrar papas y ajos fuera de lo normal.

Las papas chilotas tienen una consistencia, sabor y tamaño distinto al resto del mundo: las más de 400 variedades son utilizadas en casi todas las comidas de la Isla. Y los ajos… no son grandes, ¡son gigantes! Una historia local, transmitida de boca en boca, cuenta que una vez un agricultor cosechó un ajo de más de un kilo.

11. A sacar innumerables fotos a la arquitectura local.

Los dueños de las propiedades hacen lo posible por conservar las antiguas construcciones. Las casas usan tejuelas oscuras sobre montadas que le permiten mayor protección. Los aficionados a la fotografía… se los agradecemos especialmente.

12. ¡A ir a la Minga!

Corresponde a una costumbre muy antigua. Dicen que comenzó cuando uno de los isleños necesitó trasladar su casa a otro sector y le solicitó ayuda a sus vecinos (y a unos bueyes). Luego, para recompensar a los participantes, se les agradecía con una gran fiesta y comida. Afortunadamente, hoy no es tanto el esfuerzo sino más el disfrute y el compartir.