Aprendí que el susto se cura con un bolillo… o con tequila (¡o con los dos al mismo tiempo!)
Una vez tuve un gran susto mientras estábamos en la Ciudad de México con uno de mis hijos. La historia es larga, pero cuando fue volviendo la calma a mi casa, empezaron a hacer su tímida entrada mis vecinas. Una vino con un bolillo para que se me pasara el susto y otra, con un vasito de tequila, “para celebrar el milagro”. Ahora sé que lo que de verdad me calmó no fueron ni el bolillo ni el tequila, sino las manos que me lo entregaron.