1. Redefiní el concepto de “desayuno”.
Atrás quedaron el café con medialunas, las tostadas y el juguito de naranja. Ahora, ya soy parte de los que le ponen jarabe de arce a las salchichas y al tocino. ¡Y que ni se les ocurra servirme un desayuno sin hash browns!
2. Aprendí a cruzar las calles por las esquinas y a respetar los semáforos para peatones.
Los peace officers son como el sol: aunque no los veas, sabés que están siempre ahí. Cruzarte con uno de ellos en el preciso momento en que al porteño que llevás adentro se le ocurre cruzar como se le da la gana tiene dos resultados posibles: o pagás una multa o te comés un sermón de media hora sobre seguridad vial. Y ni hablar si salís con una bici sin luces traseras.