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18 costumbres chilenas que perdí al mudarme a Canadá

Canada Chile
by Mari Lamnien 29 Sep 2016

1. Después de embarrar algunas relucientes alfombras hogareñas, tuve que empezar a preocuparme de entrar sin zapatos a las casas.

Una de las primeras y más importantes reglas de buen comportamiento en la ordenada sociedad canadiense es sacarse los zapatos antes de entrar a una casa, evitando así manchar con tierra, barro u otras inmundicias los pisos y alfombras de los buenos anfitriones. Nunca fue más importante contar con zapatos relativamente fáciles de desamarrar y evitar botas de cordones infinitos… Son clave para salvarse de lumbagos u otros dolores devenidos de las constantes agachaditas.

2. ¡Y para no “mostrar la hilacha”, ahora recuerdo los consejos de la mamá de ponerse calcetines “sin papas”!

Por si algo inesperado pasa ;)

3. Cambié mis ideas y temáticas sobre cómo las personas inician una conversación, no teniendo que dar explicaciones sobre mi pasado, origen social o el colegio donde estudié.

En la tan “polite” sociedad canadiense –y sin duda menos clasista que la chilena- nadie empieza una conversación con estos tópicos, es más relevante hablar del buen o mal tiempo que del colegio donde saliste. A nadie le importa un carajo de dónde vienes y es extraño acostumbrarse a esto… es algo que fácilmente se podría confundir con desinterés y/o apatía. Pero pasa que en una sociedad construida históricamente con inmigrantes de todos los rincones del mundo, inmiscuirse en temas íntimos puede ser considerado de mala educación, o puede incluso demostrar atisbos de discriminación o racismo, si no tienes absoluta confianza con tu interlocutor.

4. Me convencí de que “la existencia de cuatro estaciones” es puro invento. ¡El invierno nunca fue más invierno que ahora, así que debería llamarse de otra manera!

El larguísimo y temido invierno boreal es toda una aventura, especialmente cuando los termómetros marcan temperaturas que oscilan entre -40° y -20° Celsius. ¿Cómo se sobrevive a esto? Se puede decir que todos (y es verdad cuando digo todos) los espacios se calefaccionan, ayudados con la infraestructura y el desarrollo urbano de pasadizos que conectan ciudades en altura o de manera subterránea. Así se vive la vida en un paraíso “indoor”, estando en casa prácticamente sin ropa, durmiendo apenas con una sábana y saliendo de la ducha sin tiritar de frío durante casi los seis meses de invierno.

Más allá de tu cueva temperada, el mundo exterior se congela ante tus ojos, la vida afuera se lleva con vestimenta de oso polar, dejando a la vista sólo los ojos, caminando lento y tratando de mantener el equilibro para no resbalar con el hielo. Con el corazón y la mente puestos en la esperanza de que algún día llegará de nuevo la maravillosa primavera.

5. Me acostumbré a caminar tranquila por la calle, sola, de noche y sin miedo, a saber que puedes dejar tu casa sin llave, que lo más probable es que si pierdes tu teléfono lo recuperes, o que si dejas caer un billete de 100 dólares alguien correrá detrás de ti para devolvértelo.

En Canadá se puede vivir sin miedo. Se respira la tranquilidad, la paz y la seguridad que entrega un sistema que es capaz de otorgar a sus ciudadanos un estándar altísimo de vida. Es un lugar donde las necesidades básicas parecieran estar totalmente cubiertas y donde los niveles de delincuencia son bajísimos.

6. Los años de infancia y juventud citadina respetando la luz verde sólo en los casos que a mi instinto de supervivencia le parecía estrictamente necesario han llegado a su fin.

Acá convertirse en un peatón responsable es una cosa de vida o muerte, o más bien, de riqueza o pobreza. Según los mitos urbanos que rondan la bonachona ciudad de Calgary, el cruzar la calle con luz roja es considerado un acto de rebeldía que podría llegar a arruinarte el día, con multas que van desde los 200 dólares si eres visto por algunos de los correctísimos policías de tránsito que rondan la ciudad. Así es que mejor aprender a caminar con calma, salir sin prisa y esperar como un peatón “primermundista” a que el semáforo se ponga verde, aunque no circule un alma por la calle.

7. Empecé a bañarme en los ríos que cruzan las grandes ciudades sin agarrarme cólera ni tifus.

Cambiar el río Mapocho por el Río Elbow ha tenido un importantísimo impacto en mi comportamiento urbano, ahora ya no sólo me siento a hacer picnics a pocos centímetros de las aguas del río que cruza la ciudad donde vivo.

Ahora también uso las aguas durante el congelado invierno para patinar sobre el hielo de sus lagunas aledañas, para navegarlo en verano de manera muy divertida, para tomar sol en su orilla y hasta para sumergirme en él. Acá el río es fuente de vida y escenario principal del cambio estacional. Sin aguas contaminadas, el Río de Calgary goza del hermoso privilegio de ser el corazón de la ciudad más limpia del mundo (según un estudio publicado por Mercer Global Financial en el año 2014).

8. Dejé de escuchar el mismo idioma y empecé a encontrarme cada dos pasos con uno diferente…

Sí, porque Canadá es una alucinante mezcla de colores y sonidos indescifrables provenientes de todas las bocas y continentes del mundo. Basta con caminar unas cuadras o simplemente sentarse en el bus con los ojos cerrados para sumergirse en la Torre de Babel.

9. Tuve que dejar de abrazar, besuquear y tocar a cualquier ser humano que no fuera mi “pololo” o mis amigos y amigas latin@s.

En el Norte, existe un espacio personal, elemental e intransgredible que nosotros los latinos definitivamente no conocemos. Ese porfiado y persistente automatismo besucón que llevamos dentro no te deja en paz durante los primeros meses, dejándote en ridículas posiciones de boquita estirada-sin-ser-correspondida. Esas situaciones generalmente vienen seguidas de una serie de movimientos torpes, risas nerviosas, muchas disculpas y explicaciones del tipo “Perdón, perdón ¡Es que de donde yo vengo se saluda así!!”, mientras los interlocutores, muy educados y amables como todo buen canadiense, tratan de disimular la cara de pánico de alguien que estuvo a punto de ser devorado por una bestia salvaje.

La excepción ocurre en provincias como Quebec, lugar donde los descendientes franceses, además de hablar su propio idioma, saludan no sólo con un beso, sino con dos. En la parte inglesa, uno termina acostumbrándose y entendiendo que besos, abrazos y otras demostraciones de afecto son en la mayoría de los casos una invasión del espacio personal. Es mejor contener los apapachos. ¿Lo bueno? Gracias al desarrollo y a la poca costumbre de andar pegoteados, uno jamás anda como latas de sardina dentro de un vagón de metro.

10. Cambié nuestras solidarias “Vacas” y empecé a acostumbrarme a los “Potluck” norteamericanos…

Nuestra costumbre de reunir dinero entre amigos para cualquier encuentro social, haciendo una “vaquita” para conseguir los elixires alcohólicos que alegran la fiesta, o dividiendo el dinero del asado en partes iguales, es prácticamente algo inexistente por estas tierras. Acá lo que se estila es el potluck, algo así como el malón de nuestros padres y abuelos. Se trata de una especie de banquete colectivo donde cada participante aporta con alimentos. En sus versiones más radicales, implica que cada participante lleva y come su propia comida y bebida. Debes saber que, por buena educación, es mejor evitar mirar con deseo las delicias de los vecinos.

11. Cambié nuestros constantes y cotidianos remezones de tierra… por otras muestras del poder de la naturaleza.

Antes de salir de Chile, la vida había llegado al punto de que muchas personas no interrumpían la actividad que estaban realizando si es que el temblor no superaba los 6,5° Ritchter. De ahí para arriba, quizás algún ataque de pánico de alguien y todo se detenía por algunos momentos, pero nada más de qué preocuparse.

Acá en Canadá, no hay temblores y remezones, pero… la naturaleza no deja de hacer gala de su profunda indomabilidad. Hay tormentas de vientos espectaculares que podrían levantar a Goliat, nevazones estelares y la presencia de animales salvajes y osos grizzlis que seguro si derrotarían al inmortal Di Caprio.

12. Me acostumbré a comprar alcohol en locales especializados, a mostrar siempre identificación y a olvidarme de lo fácil que es conseguir cerveza en los supermercados.

Comprar alcohol en supermercados o en cualquier lugar que no sea una Liquor Store, es cosa del pasado. Hablamos de especies de botillerías del tío de la esquina, pero dónde no te prestan envases, ni te dejan comprar nada si es que no muestras SIEMPRE tu identificación. La mayoría de edad no se puede demostrar por apariencia, al menos que sea evidente que tienes 80 años. Al parecer, en estas tierras todos son sospechosos de padecer de “juventud extrema” mientras no se compruebe su inocencia con pasaporte en mano.

13. Cambié los italianos, completos y “sopaipas” de carritos por la multicultural comida de los Food Trucks Canadienses.

Los Food Trucks son el mejor paseo que un amante de la comida pueda tener. Además de ser hermosos, entretenidos y algo más económicos que un restaurante, es posible encontrar una riquísima y amplia gama de estilos, que van desde camioncitos con cocina italiana, vietnamita, mexicana, árabe y hasta uno de exquisitos pierogis y otras delicias inspiradas en Europa del Este. Sin entrar en comparaciones odiosas, lo cierto es que también echo de menos las meriendas al paso y los “bajones” chilensis. Tanto como las marraquetas con palta, los deliciosos mariscos chilenos y el vino bueno y barato.

14. Tuve que explicar más de una vez la diferencia entre México y Chile.

Muchas personas no tienen idea dónde está Chile. En mi experiencia personal, diría que esto me pasó con un 50% de las personas no hispanoparlantes con quienes me relacioné.

La cosa es que los que no saben, por no decir que no saben, o por ser amables, comienzan con un ejercicio de asociación libre en su mente. Imagino que en su cabeza es más o menos así: “Chile suena casi igual a “chili” (ají en inglés) + los mexicanos comen mucho “chili” + en México hablan español, igual que esta persona que tengo enfrente = ¡Problema resuelto!”. Ahí vienen una serie de explicaciones y mini lecciones de geografía de parte del chileno o chilena, cátedras sobre nuestra homogeneidad idiomática con el resto de los hermanos latinoamericanos, recordatorios de que eso es una consecuencia de la colonización española… Si hasta tengo que explicar que en Latinoamérica no todos bailamos salsa semi-desnudos en el Caribe, sino que a veces algunos hasta tenemos frío.

Cabe mencionar que, como Canadá es un país de inmigrantes, el no saber la exacta ubicación del país del amigo interlocutor es algo bastante común y cotidiano. ¡A todos nos pasa en algún momento!

15. Aunque las parrillas a gas pueden ser sofisticadas, tuve que decir Adiós a los asados con carbón.

Los asados son la reunión social chilena por excelencia, transversal a todas las edades y clases sociales. La carne asada a la parrilla a carbón tiene un gusto increíble, que las aburridas parrillas a gas de estos lares no consiguen.

Por más sofisticación que tengan los artefactos de estas tierras, porque deberían verlas, algunas parecen naves espaciales (diferentes pisos, bandejas, cubiertas, quemadores y cuanto extra puede haber), no consiguen aquel sabor de nuestros churrasquitos.

16. Amplié mis ideas sobre las categorías de riqueza y pobreza…

Ser “low income” en Canadá básicamente significa ser personas de bajos ingresos. Ganando el sueldo mínimo en estas tierras, es posible vivir bastante bien, pagando un arriendo en un departamento compartido, transporte, comiendo sano, tomando cerveza, viajando e incluso ahorrando. Además, dependiendo de la provincia, es posible acceder a una provisión de alimentos gratuita algunas veces al año, “legalmente” -sin mentiras ni lloriqueos-. Se trata de siete carros de supermercado llenos en un año, repletos de alimentos nutritivos y deliciosos.

La pobreza, la miseria y tantos tristísimos males sociales de nuestras tierras… son prácticamente inexistentes acá. Por supuesto, no todo es un paraíso: también hay problemas sociales como la drogadicción, el alcoholismo, la apatía social y muchas consecuencias derivadas de la colonización y el maltrato sobre las poblaciones originarias o First Nations.

17. Dejé de ponerme nerviosa cada vez que pasaba por un edificio en construcción o me enfrentaba en solitario a cualquier manada masculina…

Canadá podría ser el paraíso para cualquiera de mis amigas feministas con un marco legal y cultural que suele espantar a los machos cabríos provenientes del mundo latino. En este contexto, es muy extraño escuchar piropos y es casi imposible recibir palabras groseras o miradas lascivas por parte de un espécimen del sexo masculino.

18. Empecé a escuchar más de cincuenta “disculpas” en un solo día.

Da igual si te pisan en la calle, si sólo se cruzan por tu camino, si pestañean dos veces seguidas, si pasan muy cerca o muy lejos. Por aquí, la gente se disculpa. “Sorry” será probablemente la palabra más escuchada durante cualquier estancia en Canadá, sea esta breve, mediana o larga.