14 costumbres chilenas que perdí al vivir en Nueva Zelanda

Chile New Zealand
by Mari Lamnien 28 Jul 2016

 

1. Dejé de asociar la palabra “kiwi” solamente a una fruta.

Kiwi se le llama por estas tierras no sólo a la deliciosa fruta verde (y ahora también amarilla), sino también a una linda avecilla no voladora endémica de estas tierras –que está en peligro de extinción-. “Kiwi” es, además, el gentilicio casi oficial usado para nombrar a los oriundos(as) de Nueva Zelanda. Así que cuidado con los dobles sentidos que pueda tener la frase “me quiero comer un kiwi” por estos lados…

 

2. Le dije Adiós a los asados con carbón.

El encuentro chileno por excelencia: la generosa y fiel parrilla a carbón, encendida de mil y una maneras y con mil un recetas para llevar a cabo el rito. Se limpia con limón, cebolla, simple diario u alguna otra “receta casera”, poniendo la sal antes o después de darle vuelta, o quizás con la clásica matita de perejil para adobar con menjunje casero. En fin, este arte milenario del que cualquier compatriota podría dar cátedra, se ha tenido que ajustar a la nueva y dura realidad: parrillas a gas, ya sea en su versión casera o pública de plazas y parques, que con el sencillo y primermundista toque de un botón se obtienen mágicamente 30 minutos de uso continuo…

 

3. Empecé a considerar que el automóvil se puede usar para más cosas que para transportarse…

Ahora sé que es totalmente posible convertir tu auto en tu cama/casa y usarlo para viajar por el país, durmiendo gratis en los muchos campings que puedes encontrar en Nueva Zelanda. Es una costumbre archiconocida por estas tierras y una alternativa increíble para ahorrar y moverse por este par de islas. Sólo se necesita un auto barato, un colchón, algo de creatividad y ganas de sentir la libertad del nomadismo.

 

4. Y ya no estoy tan segura sobre la obligación de usar zapatos en los espacios públicos.

Sí, porque Nueva Zelanda es perfecta para cumplir el sueño de la infancia de andar a “pata pelá” en cualquier lugar, sin que tu mamá te rete, ¡ni nadie te diga nada! Adultos, jóvenes y niños transitan por supermercados, tiendas y calles descalzos y felices. Los kiwis son dueños de una increíble habilidad para soportar bajo sus plantas desnudas altísimas temperaturas y también las más bajas (para las que el termostato chileno rogaría por un calcetín).

 

5. Tuve que aprender otras formas de saber dónde está el norte, el sur, el este y el oeste (que no fuesen darle un vistazo a nuestra majestuosa cordillera).

Más allá de la extrañación de la cordillera porque sí, porque simplemente es hermosa, este macizo rocoso es sin duda el mejor punto de referencia que tenemos en nuestro flacuchento pedazo de tierra. Nada como aquella espectacular brújula natural y símbolo nacional (y me salió verso sin mayor esfuerzo).

 

6. Lo de tomar “once” con marraquetas con palta (¡o desayunarlas!) no va más.

No sólo se trata de que la once (esta maravillosa merienda de tarde que recuerda a abuelitas, pastelillos y a nuestros sublimes panes batidos) acá simplemente no existe. El problema es otro. Si bien las paltas existen y son deliciosas, cada vez que la nostalgia ataca y decides comprar una en el supermercado (porque no, no hay ferias libres, ni mercados baratos) estás arriesgando perder los ahorros de todo un mes de trabajo.

 

7. Perdí el entrenamiento de vivir con ese nervioso y extraño cosquilleo de nuestros constantes remezones de tierra…

Antes de salir de Chile, la vida había llegado al punto de que muchas personas no interrumpían sus actividades si es que el temblor no empezaba a quebrar vasos, jarrones o espejos. Creo que llegamos a niveles de aceptación, tolerancia y mantención de la calma supremos. Quizás de 6° Richter hacia arriba podía poner a alguien más nervioso de lo normal y todo se detenía por algunos momentos, pero nada más. Desde hace dos años que ningún temblor invade mis pies, he dejado de sentir el cosquilleo estomacal y las dudas nerviosas que atacan la mente con el remezón: “Ya va a pasar, ya va pasar… ¡Chucha! ¡No sigue temblando! ¿Salgo o sigo durmiendo? Mmm… ¡Mejor sigo durmiendo…!

 

8. Ya no pienso que (necesariamente) el almuerzo es la comida más “enjundiosa” e importante del día.

En cualquiera de los trabajos que haya tenido por estos lares, llegado el ansiado momento del lunch break toda la camada extranjera (latinos, indios, chinos, coreanos y otros representantes del sector asiático) hacen gala de sus potes con comidas producidas, “calentables” y enjundiosas. Mientras tanto, los kiwis comen: nada o un minúsculo snack tipo papas fritas, o en el mejor de los casos un famélico sándwich de miga con jamón y queso.

 

9. Dejé de creer que las telarañas son signos de descuido y poco aseo.

La idea de que aquellos lugares llenos de telarañas son símbolos de casas abandonadas donde viven fantasmas se volvió un cuento de niños. En Nueva Zelanda, está infinitamente lleno de telarañas por todos los lugares imaginables y habitados, gracias a una amable simbiosis entre humanos que destruyen poco sus casas y arañas que pueden tejer increíbles mansiones de un día para otro. Por suerte no existe por aquí ningún tipo de araña venenosa…

 

10. No se puede comprar alcohol en la botillería de la esquina de tu casa sin mostrar identificación.

El alcohol se consigue en supermercados y Liquor Store, especies de botillerías del tío de la esquina, pero dónde NO te prestan envases, ni puedes dejar dinero «en prenda» por ellos. Y donde muchas veces tendrás que mostrar tu identificación, ya que al parecer la mayoría de edad no es demostrable simplemente por apariencia, al menos que tengas 80 años. Aquí cualquier ser humano es sospechoso de padecer “juventud extrema” mientras no se compruebe su inocencia con documento en mano.

 

11. Cambié mis ideas sobre qué son los hakas y cuándo se practican.

El pueblo maorí es enormemente activo en términos culturales, con una presencia en el país que puede ser percibida en distintos aspectos: en el arte, en la estética de sus cuerpos tatuados, en la activa participación política (más allá de una difícil historia de usurpación) y, por supuesto, en la teatralidad de sus hakas. Esta práctica guerrera llena de tradición, fuerza e histrionismo no se trata de algo que sólo se hace en los partidos de rugby, como solía creer, ni algo que forma parte del pasado. El haka le llega a uno hasta el alma cada vez que se lo encuentra en un festival, en una manifestación pública o en una fiesta local.

 

12. Nos guste o no, la selección nacional se ha convertido en nuestra embajadora universal.

Antes, en otros países que visité, ante la pregunta “Where are you from?”, uno podía casi anticipar que la reacción a la respuesta “Chile” sería: Mmm Chile, me suena, ¿eso es México, África o la Conchinchina?. Pero algo sucedió y ya no tuve que seguir dando lecciones de geografía para explicar dónde está Chile en el mapa a los neozelandeses ni a otras nacionalidades que cruzo en mis viajes… Las dos Copa América que ha ganado Chile en el extranjero han sido útiles a los propósitos de poner a nuestro país en el mapa mental del mundo. Así que ahora la respuesta automática es “Ahhhh! ¡Chile, Alexis Sánchez! Chile, very good team!”.

 

13. Después de cuestionar mi nivel de inglés, me vi obligada a ajustar el oído a la compleja pronunciación kiwi.

Todo el inglés que pensé que sabía antes de llegar a Nueva Zelanda parecía tan útil en la isla como hablar chino mandarín o camboyano fluido. La particular pronunciación neozelandesa y su excesivo amor por las “ies” (rid en vez de red, tin en vez de ten y así) hacen que al principio -y siempre- sea muy difícil entenderlos. Desde el momento que uno pisa suelo kiwi, te cuestionas si el problema es propio o si a ellos les pasa algo en su boca. No es hasta que uno comparte con viajeros que se da cuenta que no está solo en el mundo y que son muchos los que sufren tratando de entender la compleja pronunciación isleña.

 

14. Me acostumbré al “lujo” de baños públicos gratis, súper limpios y con muuucho confort (o papel higiénico).

De mi país puedo decir muchas cosas buenas, pero de que son unos amarretes con los baños, sí que lo son. A uno se le graba en la memoria que, justo en aquellos momentos de necesidad, tiene que estar preparando un par de monedas para pagar por un “baño prestado” en un restaurant.

En Nueva Zelanda, en cambio, está lleno de baños públicos gratuitos, súper limpios y con muuucho confort (o papel higiénico). Ya sea en el centro de la ciudad, en la periferia o en las carreteras, es posible satisfacer gratuitamente las necesidades básicas. Y sino, ¡seguro algún buen samaritano te lo prestará sin cobrarte un sólo peso!