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18 costumbres venezolanas que perdí al mudarme a Inglaterra

Venezuela England
by Silvia Contreras Dubuc 19 Oct 2016

1. Empecé a ver publicidades en los buses, en vez de frases como “Dios está contigo”.

Sí, en Venezuela podía pasar horas riéndome de las calcomanías que las camioneticas –busetas- tienen en sus vidrios traseros, con frases como “mi envidia te fortalece” o “ya llegó el Brayan”. Ahora sólo miro aburrida las publicidades que llenan -de esquina a esquina- los buses de la ciudad. Mi mayor sonrisa solo se produce si veo que el bus que llega es el número que estaba esperando.

2. Nadie me hace el favor por ser “mi pana”.

Eso de “fulanito me resuelve porque es mi amigo” se acabó. Tener a alguien conocido o que es amigo de tu amigo y te ayudará a solucionar cualquier cosa no sucede. Aquí todo va en regla, nadie te hace el “favorcito” ni te pide “pal fresco” para ayudarte a resolver alguna situación que se te va de las manos. Lo de llevarle chocolaticos a la secretaria del banco para que te cobre el cheque y te libere de la cola no sucede NUNCA.

3. Me olvidé del dinero en efectivo.

Mientras que en Venezuela debía llevar pacas de dinero en efectivo a todas partes, en Inglaterra con unas monedas en el bolso me basta. Es increíble como en cualquier lugar aceptan pagos con tarjetas de crédito o débito, Apple Pay e, incluso, PayPal. Más nunca me preocupé por si no podría pagar el taxi de regreso a casa o las empanadas del desayuno.

4. Además, no volví a pensar en una cola de banco o en si el punto de venta tiene línea.

En mi país huía de ir al banco, eso era como el peor mandado que uno podía tener en el día. Sabía que una vez allí podía no salir hasta muy tarde. En cambio, en Londres es más lo que tardo en llegar al banco que el tiempo que estoy en el trámite. Además, esos shows de “no puedo atenderte o cobrarte porque no hay línea” se acabaron.

5. Lo de mi guayayo y mi café con leche era cosa simple…

Aquí tengo que preocuparme por pensar en el tipo de leche que quiero, si es café descafeinado o no, si deseo sirope, si lo quiero extra “hot” o medio caliente. Siento que pedir un café puede ser una tarea dura… ¿No pueden entender que sólo quiero mi guayoyito para empezar el día?

6. Ahora empaqueto mis cosas sola.

No espero que llegue el muchacho de la caja a arreglar todo por mí. Yo misma organizo todos los productos en mis bolsos reutilizables, que además llevo de casa. Eso de pedir bolsas de plástico en el mercado es una cosa que incluso condeno por temas de medioambiente.

7. Y tuve que aprender a poner la gasolina por mí misma.

En Venezuela, uno está acostumbrado a que en las gasolineras alguien llegue y se encargue de llenar el tanque por ti. Eso de bajarse del carro y ser uno mismo quien lo haga es bien raro. La primera vez que tuve que hacerlo pasé horas frente a la máquina sin saber por dónde empezar. Es más, aún no logro dejarlo llenando en automático…

8. Comencé a botar el papel higiénico en el inodoro.

En Venezuela, si haces eso puedes estar seguro de que tu baño se tapará. Pero aquí no hay otra opción. De hecho, es casi imposible que consigas una papelera en algún baño. Incluso los rollos de cartón donde viene el papel son aptos para tirarlos en el excusado una vez que se acaba.

9. Ya no dije más “Señor, me deja por la parada”.

Aprendí que el bus no se estaciona en cualquier esquina de la vía solo porque es más cómodo para mí, y el conductor tampoco hará nada si yo pido que me deje “por donde pueda”. Ya no intento pedir que abra las puertas para recogerme en medio de la vía. Entendí que debo respetar los horarios y paradas, y que, de vez en cuando, debo correr si no quiero esperar por el siguiente bus bajo el frío.

10. Me olvidé del ticket para pedir en la charcutería o en la carnicería del supermercado.

Eso de esperar horas para que me atiendan es cosa del pasado. Pedirle esos “1oo gr. de queso” o las “12 lonjas de jamón” al charcutero pasó al olvido. Aquí todo está envasado, preparado, pesado y listo para llevar.

11. Ya no me entienden si quiero una birra vestida de novia…

Dejé de pedir una “fría” en una taguara caraqueña y ahora pido un “pint” en un pub inglés. Aquí no hay Polar, ni Zulia, ni Solera. Lo de los ingleses es pedir un “pint” -586ml- o un “half pint” -284ml-, directo del grifo la mayoría de las veces. Aquí SIEMPRE tienes que especificar qué marca de cerveza quieres, nunca se lo dejes decidir al camarero o lo tomará como una ofensa. Las rubias son “lager”, las tostadas “ale” y las negras –tipo Guiness- “Stout”.

12. Nunca más llegué tarde.

Los ingleses son conocidos por su extrema puntualidad. En el país todo funciona a cabalidad y es muy raro que alguien o algo se retrase. Y los venezolanos somos todo lo contrario. Así que tuve que aprender que tengo que ser puntual y que nadie esperará por mí. Aquí no hay excusa que valga, si no llegas a tiempo pierdes el tren, el trabajo y hasta una cita amorosa.

13. Respeto los límites de velocidad y uso el cinturón de seguridad.

Olvídate de andar a 120 km por hora o más. Cuando llegas a la casa y te encuentras con un sobre que guarda la multa junto a la fotografía de tu infracción, que además cuesta una fortuna, entiendes que debes salir antes de casa si quieres estar temprano en tu lugar de destino. Y que aún cuando respetes los límites, si no llevas tu cinturón de seguridad también pueden multarte. Quizás aquí no encuentras en plena vía una alcabala llena de Guardias Nacionales que te detienen con cualquier excusa y que sólo quieren “matraquearte”. Pero si cometiste alguna infracción, te enterarás unos días más tarde gracias al correo que llegará a tu casa y no habrá manera de zafarte de ella.

14. Cambié el pabellón de mi almuerzo por un “meal deal”.

En Inglaterra se trabaja todo el día en horario corrido así que es casi imposible ir a casa al mediodía y, la mayoría del tiempo, es complicado llevar tu comida contigo. Así que mis mejores almuerzos pasaron a ser los combos de sándwich, bebida y papitas “crispy” que ofrecen todas las grandes cadenas de supermercados como Tesco o Sainsbury´s y las tiendas de bienestar, al estilo Boots, en cada esquina de la ciudad.

15. Y reemplacé mi Toddy de merienda por té y galletas digestivas.

Los ingleses aman el té, pueden tomarlo hasta cinco veces por día. Además, ¿quién no ha escuchado de la famosa “hora del té”? Bueno, una vez que estás aquí, te sumas a su costumbre y pasas a tener una tetera a tu lado a la media tarde y te olvidas de lo divertido que era merendar en Venezuela.

16. Después de rumbear, como “kebab” y no un perro en la calle del hambre.

Eso de ir a las 4 de la mañana por un perro “con todo” o una “reina pepiada” es algo que ya no me sucede. Si tengo hambre cuando salgo de alguna fiesta lo máximo que puedo encontrar es un puesto de “kebab” que funciona las 24 horas. Lo que agradezco es que al menos no debo comerlo en el medio de la calle muriendo de frio.

17. Le dije adiós a la visita semanal a la peluquería.

A ver, las venezolanas amamos que nos consientan y siempre estar arregladitas, eso no es secreto para nadie. La visita de los fines de semana a la peluquería era casi una necesidad. Si no era por el secado del cabello, al menos, para el manicure y la pedicura. Pero aquí eso se acabó. Estar bonita es una fortuna que pocas pueden pagar. Además, ¿para qué quiero una pedicura? ¡Con este frío quién puede usar sandalias!

18. Las cosas obvias: el paraguas se convirtió en mi mejor amigo y miro hacia el lado contrario de la vía.

No por obvias son menos importantes… y realmente hacen una diferencia.
En Londres llueve siempre, incluso cuando el canal del tiempo dice que no pasará. Por eso el paraguas se convirtió en mi mejor aliado. Si mis bolsos no son lo suficientemente grandes como para guardar mi sombrilla, entonces ¡no me sirven! Sólo miro mi aplicación del clima para saber si debo llevar un sweater extra conmigo, porque esperar a que allí apunten que habrá un rayo de sol en el día ya es casi como esperar un milagro.

En Inglaterra muchas cosas parecen estar al revés, y eso de acostumbrarse a manejar del otro lado de la calle y tener que ver en viceversa al momento de cruzar no es nada fácil. Al principio creí que en el momento menos esperado un carro me llevaría por el medio o que al menos me pegaría un buen susto.