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19 cosas que creíamos que nunca haríamos de viaje (y que hemos empezado a hacer)

by Ana Bulnes 28 Aug 2019

Todos tenemos una historia viajera y, dependiendo del tiempo que llevemos viajando, es posible que nuestro estilo viajero haya cambiado. A lo mejor empezamos muy jóvenes y pobres pero llenos de energía y hacíamos cualquier cosa por ahorrar un céntimo: compartir habitación con desconocidos, no pisar un restaurante, desplazarnos solo a pie. O a lo mejor empezamos en el extremo opuesto, con más miedo al mundo y a salir de nuestra zona de confort: ¿cómo compartir baño? ¿cómo probar comidas raras? ¿cómo ir por lugares que a lo mejor no son seguros?

Yo empecé en el extremo del ahorro. Eso significaba escoger siempre la habitación con más camas en los hostels, alimentarme de sándwiches (hechos por mí tras una visita al supermercado) y viajar en autobús las horas que fueran necesarias si era lo más barato (mi récord fueron 24 horas de Praga a Tallín). Mi actitud era un poco la de viajera joven y arrogante, que miraba con cierto desprecio a quien buscaba algún tipo de comodidad, como si para viajar de verdad hubiese que sufrir, como si creyese que mi espalda iba a aguantar toda la vida noches en aeropuertos, como si en el fondo no fuese todo una cuestión económica.

Con la edad, las prioridades cambian. He hecho cosas que mi yo mochilera de 20 años nunca se vio haciendo. Me he aburguesado, maldita sea. Pero también hago cosas que creo que son mejores tanto para mí como para el planeta. Sé también que no estoy sola. Una pequeña encuesta en redes sociales me lo ha demostrado. Estas son algunas cosas que creíamos que nunca íbamos a hacer en un viaje… y que ya hemos hecho.

1. Descartar cualquier habitación que no sea privada…

 

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Cambio principal que casi todos los que tenemos un pasado de hostels y habitaciones comunitarias hemos vivido: llega un momento en el que compartir habitación con desconocidos deja de ser guay y pasa a ser casi una pesadilla. A veces es alguna mala experiencia la que provoca el cambio (noches sin dormir por ronquidos u otro tipo de actividades en literas cercanas, por ejemplo), otras simplemente es el creciente aprecio que sentimos por nuestra privacidad, por poder dormir sin que un extraño observe nuestras babas, por tener una habitación propia, como Virginia Woolf.

2. …o que no tenga baño privado

 

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Este es el siguiente paso. Primero un día invertimos en una habitación individual y nos sentimos nadando en el lujo, sentimiento que desaparece cuando tenemos que salir y hacer cola para ducharnos o hacer nuestras necesidades. ¿Y si —casi ni nos atrevemos a pensarlo—, y si tuviésemos un cuarto de baño para nosotros solos? Una vez que probamos la experiencia ya no hay vuelta atrás.

Los baños son una preocupación bastante compartida. En mi encuesta hubo también quien me contó que no reserva nunca una habitación sin ver fotos del baño antes (resultado de una mala experiencia) y quien va un paso más allá y solo acepta baños con mampara y no cortina en la ducha. Que, bueno, si habéis vivido lo de la cortina pegándoseos y os habéis preguntado a quién más se le habrá pegado antes, seguro que lo entendéis.

3. Rendirnos ante la industria de los seguros

 

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¿En qué momento entra el miedo? ¿Cuál es esa primera vez en la que al reservar un vuelo marcas la casilla del seguro? ¿Cuándo contratamos un día un seguro extra para el coche de alquiler? ¿Cuándo normalizas contratar un seguro de viajes cada vez que sales de casa o de la Unión Europea? Seguro de cancelación, seguro médico, seguro por pérdida de equipaje, por robo, seguro de vida, que si mi avión se estrella mi familia no tenga que pagar la repatriación de mi cuerpo, que si me pica un bicho venenoso puedan evitar cortarme la pierna sin que yo tenga que pagar millones por un antídoto mágico, que si llega un ovni (en un viaje a Estados Unidos, que es adonde llegan siempre) y me abduce mis padres no tengan que ocuparse de la diplomacia extraterrestre. ¿Cómo podíamos ir antes alegremente jugando con fuego y totalmente desprotegidos sin temer la muerte a cada paso?

4. No comprar el billete más barato

 

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Cuando empiezas a usar el verbo compensar con asiduidad es cuando sabes que te has hecho adulto. Compensa pagar por una maleta a llevar puesta toda la ropa que no te cabe en el equipaje de mano. Compensa pagar un poco más y que tu vuelo sea a una hora normal y no a las 6 de la mañana. Compensa abonar ese extra y llegar al aeropuerto de la ciudad y no a uno en un pueblo a tres horas en autobús de tu destino. Compensa reservar un vuelo un poco más caro pero que reduce tu escala de cinco a una hora. Compensa reservar asiento para no dejarlo en manos del azar, que te pondrá en el del medio. O en el pasillo cuando tú quieres ver las nubes o en ventanilla cuando lo que quieres es tranquilidad y vía libre para ir al baño todo lo que quieras. Y un largo etcétera.

5. Pagar una noche de alojamiento cuando tu vuelo es muy temprano

 

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Te enfrentas a esta situación mucho menos porque evitas esos vuelos, pero cuando ocurre tu razonamiento es otro. La cuenta atrás es la misma: vuelo a las 6:30, debería estar en el aeropuerto a las 5, tardo en llegar media hora, así que tengo que salir a las 4:30 y levantarme por lo menos a las 4. Tras esto, donde antes concluíamos «¿pagar una noche más para estar solo hasta las 4?» y pasábamos la noche o de fiesta o intentando dormir en el aeropuerto, ahora decimos «bueno, pues para dormir 8 horas me acostaré sobre las 20» o incluso arañamos un poco más de sueño y esa última noche la pasamos en el hotel del aeropuerto.

6. Volver al hotel después de comer para descansar un poco

 

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Una publicación compartida de The Nappress (@thenappress) el

La siesta es necesaria.

7. Ir a la zona VIP en el aeropuerto

 

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Porque una ducha y un sofá cómodo o incluso una cama cuando llegas de un vuelo transoceánico y tienes por delante varias horas de espera es impagable.

8. Comprar comida o bebida en el vuelo

 

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Una publicación compartida de Andreas (@world_of_airline_food) el

Admito que yo aún no me he atrevido a hacer esto, pero según parece es más barato en el avión que en el aeropuerto, por mucho que creamos que en el vuelo nos van a dejar sin dinero. ¡Ya te han atracado antes en la zona de degustación!

9. Usar medias de compresión en los vuelos largos

 

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Una publicación compartida de Belen (@farmaciasuecia.30) el

Puedes llamarlas calcetines de viaje si te hace sentir mejor, pero son lo que son… ¡y está bien que las uses! Yo las uso en los vuelos transoceánicos, pero conozco también a gente joven (menos de 40) que se las pone para moverse por Europa. ¿Cuándo empiezas? La primera vez que aterrizas con los tobillos como pelotas o tras escuchar alguna historia de terror sobre alguien joven y sano y deportista y con una vida perfecta y tanto por hacer que voló, tuvo una trombosis y murió.

10. Ir a restaurantes

 

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¿Pagar por comer? Vaya despilfarro. Siempre estaba la opción de atiborrarse en el bufet de desayuno y llevarse unos panecillos y un par de manzanas en el bolso para aguantar el día. Si entraba el hambre, supermercado y sándwich (¡quizá con el pan robado del bufet!). A lo mejor te dabas un capricho como parar a tomar un café y de paso ir al baño (aunque para el baño nada mejor que un McDonald’s) o un día comías en un sitio recomendado por la Lonely Planet con solo un simbolito $ y la frase «frecuentado por estudiantes».

Ahora tampoco es que pases tus vacaciones en restaurantes caros, pero comer es parte de la experiencia viajera. Aprecias no solo la comida local, sino también poder sentarte y descansar un rato, especialmente si las condiciones atmosféricas no son buenas. ¿Os conté ya la vez que comí un triste sándwich en un banco en un parque mirando Buckingham Palace mientras lloviznaba? Creo que hoy sería una persona igual de completa sin haber vivido esa experiencia.

11. Comer en un McDonald’s

Una fuente anónima me confiesa que lo hizo dos veces en el extranjero, pero que de verdad no había otra opción.

12. Vacaciones en destinos «familiares»

 

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Una publicación compartida de Belmiro Costa (@miro_belmiro_costa) el

Los que no tenemos hijos lo vemos muy claro: si alguna vez tenemos descendencia, serán viajeritos intrépidos como nosotros, los cargaremos en la mochila mientras recorremos el mundo. Y a lo mejor lo conseguimos, pero es también posible que no sea así, que en realidad necesites descansar y no moverte demasiado en todo el viaje. Y no pasa nada. En mi encuesta me han hablado de ir a destinos de playa que uno creía que no iba a pisar nunca, pero que son fáciles y cómodos cuando vas con un ser diminuto que encima ya corre y a veces tiene rabietas, lugares en los que puede ver a otros niños y tú vigilarlos rendido en tu silla de playa. Otra fuente anónima me dice: «camping de primera categoría con pulserita. De esos que tienen karaoke y animación para niños…».

13. Llevar sandalias con calcetines

 

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Una publicación compartida de Herr Padrón (@herrpadron) el

Estás en un lugar en el que nadie te conoce, los locales lo hacen y es tan terriblemente cómodo…

14. Apuntarse a visitas guiadas no gratuitas

 

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Una publicación compartida de Daniele Medaino (@etruscodan) el

Los free tours son maravillosos, pero también lo son en general todas las visitas guiadas si el guía es bueno. Para gente con un pasado muy «yo soy viajero, no turista» este tipo de visitas, encontrarse de pronto dentro de un grupo que se mueve siguiendo a un líder, es al principio mucho shock porque ¿cómo demostrar que tú no eres un turista más? Pero igual hay que aceptarlo y centrarse en escuchar, hacer muchas preguntas y aprender. Te acordarás mucho más de lo que te han contado que de lo que has leído en la guía.

15. Pagar la audioguía en un museo

 

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Una publicación compartida de Haus der Kunst (@haus_der_kunst) el

De verdad, las buenas son impagables. (Las malas dan mucha rabia, eso sí, como la de la basílica de San Pedro en el Vaticano, que está contada desde un punto de vista demasiado religioso para mi gusto. La de los Museos del Vaticano, en cambio, es genial). También puedes descargarte en el móvil una audioguía de la ciudad y recorrerla con los cascos puestos.

16. Selfies en museos

 

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Una publicación compartida de jordi baron rubi (@jordibaronrubi) el

Que sí, que sí, que es irónico. Pero el palo selfie a ver cómo lo explicas.

17. No ir con absolutamente TODO en la maleta

 

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Una publicación compartida de CHELSEA & (OCCASIONALLY) MR S (@thehousethatblackbuilt) el

La experiencia te ayuda a aprender que es más cómodo que pese menos, que si no usas la mitad de las cosas con las que viajas a lo mejor se podían haber quedado en casa. Y aprendes también que, a no ser que vayas a un lugar alejado de la civilización, en el destino puedes comprar cualquier cosa que vayas a necesitar llegado el caso.

18. Tener en cuenta el medio ambiente en las decisiones de viaje

 

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Una publicación compartida de Lindsey (@still_wanderer) el

No es que antes fuera tirando basura por ahí (para eso está el bolso), me refiero a cosas tipo plantearme si es mejor volar cuando puedo ir en tren, pagar para compensar mi huella de carbono, pasarme al jabón y champú sólido (no solo en viajes, pero además son más fáciles en el equipaje de mano) o ir siempre con una botella de agua reutilizable (la vacías para el control de seguridad y la rellenas al otro lado. La web wateratairports es una guía que te dice dónde encontrar fuentes en los aeropuertos). Supongo que es porque antes no veíamos el apocalipsis tan cerca.

19. No volver justo el último día de tus vacaciones

 

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Una publicación compartida de Michelle Is Out Of Office ✈️ (@michelleisooo) el


Al menos ese es el objetivo: tener un día en casa para descansar, deshacer la maleta, poner lavadoras, respirar, hundirnos en el sofá, suspirar viendo las fotos del viaje, ir asumiendo poco a poco que toca volver a la rutina, cuidarnos y querernos.