Crónica de un dilema: si deportan a tu pareja, ¿seguís viaje?

Crónica de un dilema: si deportan a tu pareja, ¿seguís viaje?

Estados Unidos
by Manuel Gutiérrez Arana 11 Jul 2014

Luli esperando, retratada por el autor.

Escena 1: el plan que no fue

Casi como la crónica de una muerte anunciada, esta historia adelanta su final: a Luli, mi pareja, la deportaron cuando llegamos a Estados Unidos. Un poco de contexto quizás ayude a narrar mi dilema.

Durante casi dos años habíamos viajado por varios países sin ningún problema, sin grandes sobresaltos. Después de trabajar y ahorrar durante unos meses en el Caribe mexicano, decidimos hacer un viaje por Centroamérica y de ahí irnos para Hawái (Estados Unidos). Calculábamos recorrer durante tres meses Cuba, el sur de México, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Después de ese periplo, los dos queríamos mudarnos a la isla de Maui, conocer a mi sobrina recién nacida, trabajar unos meses ahí, ahorrar dólares y hacer dedo a algún barco que nos lleve para Asia. Con ese plan, decidimos visitar la Embajada de Estados Unidos en México y tramitar la visa de Luli, que era lo único que nos faltaba para poder pisar tierras gringas.

Podríamos haber viajado directamente con el pasaporte austríaco de Luli, pero si lográbamos la visa con su pasaporte argentino podíamos ir a Hawái por seis meses en lugar de tres. Así que viajamos hasta la ciudad de Mérida, llevamos todos los papeles prolijamente ordenados en una carpetita, la despedí a Luli en la entrada de la embajada y la esperé sentado en una plaza a pocas cuadras. Una hora después la recibí hecha un trapo de piso, con los papeles empapados de lágrimas y la nariz cargada de mocos. Le habían rebotado la visa. ¿Por qué? Por que sí, porque no reunía los requisitos suficientes. ¿Cuáles? No podían decirle cuáles.

Ahí la tenía a Luli, desarmada por el revés en la embajada. Pero no todo estaba perdido. Todavía teníamos la chance de que Luli viajara con el pasaporte austríaco. Para eso solamente teníamos que completar un formulario online algunos días antes de viajar a Estados Unidos. Así que, con esta opción en mente, decidimos pasar la página y encarar nuestro viaje por Centroamérica.

 

Escena 2: el instante en que sellamos su deportación

Un día llegó el momento de completar el famoso formulario ESTA. Veníamos completándolo sin problemas, hasta que apareció una pregunta que nos hizo dudar un rato: ¿Alguna vez se le ha negado una visa a EE.UU. o el ingreso a EE.UU. o se le ha cancelado una visa a EE.UU.?

Si poníamos que sí, corríamos serios riesgos de que Luli entrara inmediatamente en la lista negra de la Casa Blanca, pegadita al grupo de Al-Qaeda. Si poníamos que no, corríamos el riesgo de faltar a la verdad y que eso, de nuevo, impidiera su entrada. Para nosotros, lo cierto era que le habían negado la visa con el pasaporte argentino, pero ahora estábamos aplicando con el austriaco. Entendíamos (o queríamos entender) que se trataba casi de otra persona. Empujados por este razonamiento decidimos responder que no. En ese instante, sellamos su deportación.

 

Escena 3: pasar la noche en una celda del aeropuerto de Fort Lauderdale

El 4 de diciembre de 2012 embarcamos con destino a Nueva York vía Fort Lauderdale (Florida, Estados Unidos). Ahí aterrizamos los dos, con nuestras mochilas, los jet lags y el sueño de vivir juntos durante tres meses en uno de los lugares más lindos del mundo.

–¿Estás nerviosa? –le pregunté a Luli mientras hacíamos la cola en Migraciones.
–Sí. Nerviosa por vos –me contestó riéndose.

Ninguno de los dos se imaginó, en ese instante, que esa noche yo dormiría en un departamento de Manhattan y ella en una celda del aeropuerto de Fort Lauderdale.

Llegó mi turno, avancé con paso firme, me hicieron dos preguntas de rutina y ¡pum!, sellaron mi pasaporte. Cerré el documento, sonreí al agente aduanero y caminé hacia la zona de equipajes. Atrás mío escuché muchos otros sellos estampando otros pasaportes. Supuse que alguno de esos golpes tenía que ser el de la visa de Luli. Recién arriba de la escalera mecánica miré para atrás confiando en encontrar a Luli; creí verla en muchas otras petizas morochas de pelo corto, pero no, no era.

Luli no aparecía. 10 minutos. 15 minutos. 20. 25. Yo no aguantaba más. Me levanté y encaré a un policía. Me dijo que no me hiciera problema, que el visado europeo a veces llevaba más tiempo que el normal, que en menos de 10 minutos ella tenía que estar abajo. Mentira. Después de un rato se me acercó otro policía y me dijo sin preámbulos que Luli iba a ser deportada en el próximo vuelo a la Argentina por haber faltado a la verdad cuando completó el formulario ESTA. A mí me pedían que decidiera si seguía el viaje por mi cuenta o no. Me desarmé en lágrimas como un nene. Tenía que tomar una decisión complicadísima y sin poder charlarlo con la “deportada”. Les supliqué que me dejaran verla, que no me obligaran a tomar la decisión sin charlarlo con ella, pero no aflojaron.

 

Escena 4: ¿Seguir solo o volver con ella?

Por un lado, si yo me volvía con Luli, se nos complicaba mucho el plan de seguir viajando por el mundo, íbamos a tener que pagar tres pasajes caros en muy poco tiempo: el mío para volver a Argentina y otros dos para volar al destino del mundo que eligiéramos para poder seguir con nuestro plan de viaje. No teníamos esa plata. En cambio, si yo me iba a Hawái, desde ahí podía ahorrar lo suficiente para pagar el pasaje de Luli desde Argentina hasta donde sea que decidiéramos reencontrarnos y seguir viajando juntos.

Por el otro, lo único que quería en ese momento era reencontrarme con ella, quería verla, saber cómo estaba. El deber romántico me mandaba a volver corriendo, abrazarla y estar juntos en las buenas y en las malas.

Les pedí un minuto a los dos policías que me miraban fijo. Me desplomé en el piso y recé: “Dios, ayúdame a tomar la mejor decisión”. Después de respirar y meditarlo un instante, decidí seguir el viaje. Como no me dejaban verla, le mandé una nota en un papel. “Luli, no puedo creer la que nos está pasando. Si estuvieras acá sé que me dirías que siga el viaje. Aprovecho para visitar a la familia y hacer todo para reencontrarnos ni bien podamos. Me duele mucho todo esto. Acordate que toda experiencia es un éxito. Te amo. Mamo”

 

La frase “Toda experiencia es un éxito” la veníamos aplicando ante cada situación del viaje que no se correspondía con lo que nosotros hubiéramos querido. La usábamos cada vez que necesitamos recordarnos que muchas veces (si no siempre) los regalos vienen disfrazados de dificultades.

¿Realmente nos estaba pasando todo eso? No podía creer que en 24 horas Luli estuviera aterrizando en Argentina, y yo viviendo en Estados Unidos. ¿Hasta cuándo? ¿Y después qué? ¿Dónde nos íbamos a ver de nuevo? ¿Cuándo? ¿Nos reencontraríamos? Mi cabeza no paraba de fabricar preguntas, cuando me acercaron un papel.

 

Escena 5: la carta de Luli

“Más te vale que entres, seguí el viaje, disfrutá a tu familia. Yo estoy bien, muy tranquila. A mí me mandan mañana para Argentina (mejor!). Hablemos ni bien podamos por Skype y vemos qué hacemos. Un beso grande bombón! TODA EXPERIENCIA ES UN ÉXITO. Te amo. Luli”

 

Fueron las palabras justas, recién en ese momento pude relajarme, a pesar de todo el dolor. Seguí mi viaje y trabajé durante un mes y medio en Hawái. Luli, mientras tanto, estuvo con su familia en Bariloche (Argentina). Un mes y medio más tarde nos reencontramos en Dublín (Irlanda), donde vivimos durante 6 meses, recorrimos Europa durante un mes y nos volvimos para Buenos Aires. La deportación, al fin de cuentas, no nos dejó más que frutos, nos fortaleció, nos hizo crecer, nos regaló la oportunidad de conocer Europa y nos dejó la confirmación de que, aún cuando la vida nos duele, toda experiencia es un éxito.

 

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