Corría el año de 1930 y hacía pocos años que había llegado a su fin la guerra de revolución en México. El nacionalismo se encontraba a tope y al gobierno de aquel entonces se le ocurrió que debíamos olvidar a Santa Claus y sustituirlo por Quetzalcóatl que, de más está decirlo, nada tiene que ver con la Navidad.
La revolución mexicana había planteado iniciar un país que contara con una identidad propia y que pudiera establecer sus celebraciones sin emular lo que hacen otros países, así que consideraron fuera de lugar algunos elementos navideños.