1. ¿Llevo paraguas o protector solar?
Este dilema parece de fácil solución, pero nunca se sabe. Si afuera hay sol y colibríes volando por los arbustos de la veredas, seguro que al mediodía la radiación ecuatorial trata de cocinarnos cual llapingacho sobre la sartén. Todo apunta a un soleado día quiteño. Pero… Nunca falta el familiar o amigo que planta la semilla de la duda en nuestra alma: “Es un sol de aguas”, dice el comedido. ¡¿Qué?! ¿me estás diciendo que va a llover? Pero, mira, mira hacia arriba. Seguro que si me pongo el protector solar cae el aguacero del año y termino con esa crema corrida por toda la ropa, empapado y enojado, como buen quiteño que actúa como si le sorprendiera una lluvia nivel bíblico. Porque aquí, en Quito, esas lluvias son lo más normal, pero también lo más impredecible.