Antes de que los mexicas se convirtieran en la gran Nación por la que el mundo entero los conoce, fueron un pueblo nómada que atravesó obstáculos nada fáciles de sortear. Dice la leyenda que provenían de Aztlán, «el lugar de garzas», un sitio al norte del actual México, del cual aún se desconoce su ubicación o si realmente existió. Pero lo cierto es que aquel mítico lugar fue el primer testigo del sueño de gloria mexica, el origen y raíz de los primeros aztecas que recorrieron por más de dos siglos gran parte del actual territorio mexicano, antes de fundar la ciudad más grande y próspera del mundo en ese momento.
El tiempo que transcurrió desde la salida de Aztlán (1115) hasta la ceremonia de fundación de México-Tenochtitlan (1325) comprende 210 años, lo que significa que se cumplieron cuatro periodos de 52 años, su ciclo calendárico fundamental. Sin embargo, cuenta también la leyenda que, una vez habiendo forjado su poderío y orgullosos de la gran civilización que habían logrado, los mexicas se dedicaron a buscar la ruta para regresar a Aztlán. Para esto, se valieron de la tira de la peregrinación, que es el Códice que relata la travesía azteca, y de la tradición oral.
Así les fue posible reconstruir el camino que habían seguido sus ancestros desde Aztlán, el que paso a describirles a continuación:
Se dice que, ni bien salieron de Aztlán, los aztecas encontraron la imagen de Huitzilopochtli en una cueva del cerro de Culhuacán, y fue ahí cuando esta deidad les señaló que debían seguir solos hasta el final. Y así lo hicieron, cargando la imagen del colibrí zurdo y sus objetos sagrados. De esta manera, no aceptaron que otros pueblos se les unieran en su andar.
Primero habrían llegado a Tula, la ciudad fundada por Quetzalcóatl. De Tula siguieron a Atlitlalaquian, el lugar “donde el agua se resumía en la tierra». Luego pasaron a Tlemaco, que se identificaba con un sahumador y, a continuación, llegaron a Atotonilco, cuyo nombre deriva del agua hirviente de sus manantiales, y a Apaxco, cuyo cono volcánico lleno de agua les recordaba una vasija.
En Zumpango levantaron un muro de cráneos, junto a Huixtepec, «el cerro de los huizaches» y de ahí pasaron a Xaltocan y cruzaron en canoas los lagos norteños de Acalhuacan. Ya en la vertiente occidental de la cuenca lacustre, se establecieron en Ehecatepetl, «el cerro del viento», y después llegaron a Tulpetlac, «donde se tejen las esteras de tule».
De ahí se dirigieron a Cuautitlán, abundante en serpientes, y luego a Huixachtitlan, donde aprendieron de los chalcas el aprovechamiento del cultivo de los magueyes para la obtención del pulque. Tecpayocan fue el siguiente punto del recorrido, el cual se reconoce por los cuchillos de pedernal.
Más tarde arribaron a Pantitlán, un resumidero en el lago que se identificaba por sus banderas. De ahí continuaron hasta Amalinalpan, «agua de malinalli», territorio ya del Señor de Azcapotzalco, donde se les impidió seguir, por lo que regresaron a Pantitlán.
Siguieron por Acolnáhuac, «donde hace recodo el agua», y cruzaron por Popotla, Techcaltitlán y Atlacuihuayan, antes de llegar a Chapultepec, un cerro en medio de un hermoso bosque, donde fueron derrotados por un conjunto de pueblos enemigos que apresaron a sus jefes guías y los condujeron prisioneros a Colhuacan, donde los victimizaron.
Fue allí donde los mexicas aprendieron las costumbres de la gente del lago y, después de una guerra contra Xochimilco, de la que salieron triunfantes, partieron en busca del sitio prometido para fundar en medio de unos islotes al occidente del lago de Texcoco, la ciudad de Huitzilopochtli.
En todas estas localidades vivieron por un tiempo, en tanto descansaban para renovar fuerzas y aprovisionarse de alimentos para continuar su viaje. Allí enterraron a sus muertos y fueron dejando a los enfermos y a los ancianos que no podían acompañarlos.
La ceremonia del encendido del fuego nuevo, que conmemoraba la culminación de un ciclo solar de 52 años, fue realizada en cuatro ocasiones durante la peregrinación: en Tula, en Huixtepec, en Tecpayocan y en Chapultepec.
Hoy en día muchos de los pueblos antes mencionados siguen conservando su nombre original y otros más tienen un nombre colonial impuesto por los españoles a su llegada. Tal vez tú conoces alguno de ellos o habites en uno de esos míticos lugares, de ser así, siente orgullo por saber que has pisado un suelo legendario, testigo del origen de la grandeza de uno de los pueblos más avanzados de la humanidad.