Por su lejanía del centro de México y dado lo inaccesible de los lugares que habitan, pudieron mantener su independencia hasta 1722, es decir, 200 años después de la caída de Tenochtitlan, lo que puede considerarse como el inicio el fin de la gloria del mundo prehispánico.
Lo más sorprendente de su historia es que los misioneros jesuitas no pudieron erradicar, aún con sus estrategias ya por todos conocidas, la cosmovisión y religión de los náayarite. Eso puede explicarse por su aislamiento que les permitió mantener vivas sus creencias, y también por la antigüedad de su religión que no iba a desaparecer de un día a otro.
Con el tiempo, sin embargo, los coras tuvieron que proteger su ideología de la evangelización y terminaron sincretizando sus creencias con la de los invasores europeos.
Como ejemplo podemos citar su celebración llamada “Judea”, que tiene lugar durante la Semana Santa y el 25 de diciembre y que, a primera vista, parece una auténtica fiesta cristiana. Sin embargo, si analizamos a fondo podemos encontrar el profundo pensamiento náayarite que celebra la cambiante ruta del sol entre los días que encierran el periodo del solsticio de invierno y el equinoccio de primavera.
Durante este extenso ritual, tienen participación la totalidad de habitantes del poblado, en una especie de obra de teatro comunal, en la que no hay espectadores, sino que todos son actores de esta representación.
Los náayarite sostienen que las enfermedades provienen de un espacio sobrenatural y ocurren cuando los dioses se molestan por no haber recibido las ofrendas correspondientes.
Para los coras, el cielo nocturno es una serpiente acuática, que día a día es asesinada por la estrella de Venus de un flechazo, para ser devorada por un águila llamada Kuólreabe.
Los náayarite también comparten el mito del gran diluvio y cuentan que la serpiente Kuólreabe buscó a los sobrevivientes en Ïvūriteakar (“habitantes del lugar de las águilas”). Como ellos habían sido convertidos en rocas blancas, los buscó en el poblado que hoy llaman “Santa Teresa”, que es la única laguna del territorio cora que en sus mitos se equipara con el océano y que consideran como el último vestigio del diluvio.
Los náayarite son uno de los últimos pueblos nativos que han sabido conservar sus tradiciones. por lo que su gobierno en estos días es respetado incluso por el mismo gobierno federal mexicano, aunque con ciertas influencias en su administración económica.
Vaya que los coras son un pueblo increíble: nos muestran la magia del mundo prehispánico. Muchas líneas nos harían falta para poder contarte sobre el misticismo que encierra su cultura. 