Cuando se habla de exploradores y trotamundos, casi siempre se piensa en hombres. Pero a lo largo de la historia hubo muchas mujeres que hicieron viajes largos, arriesgados y aventureros en silencio. Algunas partieron por vocación religiosa, otras a causa de una apuesta, otras para replicar viajes literarios, otras por diversión. Viajaron solas, sin la protección de nadie, en épocas en las que no era común que una mujer se dedicara a recorrer el mundo. Fueron a mula, en bicicleta, en barco, a pie, en peregrinación. Casi todas escribieron libros o reportajes y por eso hoy las conocemos. Estas son algunas de las grandes viajeras que con su ejemplo nos inspiran a viajar sin importar la edad ni la época.
Grandes viajeras de la historia que nos inspiran a seguirlas
Egeria, la viajera religiosa.
También llamada Eteria, Ætheria o Etheria
No se sabe con exactitud dónde nació ni en qué año. Lo que se sabe es que entre el 381 y 382 d.C peregrinó sola a los Santos Lugares y escribió un libro con sus experiencias. Fue una de las primeras mujeres viajeras de la historia de la que se tiene registro.
Egeria deseaba conocer y venerar los lugares santificados por Jesús y por los santos del Antiguo Testamento, así que partió de su monasterio, en la actual región de Galicia, con una Biblia como guía. En aquella época no existía el concepto de monja, así que se consideraba a Egeria una mujer consagrada a Dios en cuerpo y alma. En su viaje atravesó el sur de Galia (hoy Francia) y el norte de Italia, cruzó el Adriático en barco, llegó a Constantinopla, visitó Jerusalem, Palestina, Egipto, Siria, la Mesopotamia, Asia Menor y volvió a Constantinopla.
Su libro, Itinerarium ad Loca Sancta, fue descubierto en una biblioteca de la Toscana italiana en 1884. Está escrito en latín coloquial y narra con detalle cómo viajó a través de la red de vías de las legiones romanas y cómo se alojó en las casas de postas y en los monasterios que encontraba en el camino. Tres años después de su partida, Egeria decidió volver a Gallaecia. No se sabe qué fue de ella. La historia de esta mujer es, para muchos, una sorpresa: ¿cómo es que alguien hizo semejante viaje hace tantos siglos? ¿No era peligroso irse sola? Egeria demuestra que no importa la época: cuando hay un llamado a viajar, mejor escucharlo.
Isabelle Eberhardt, la viajera libre.
“Seré una nómada toda la vida, enamorada de lugares lejanos e inexplorados”.
Desde chica, Isabelle Eberhardt se vestía de hombre para aprovechar las libertades que eso le otorgaba. En 1888, su medio hermano se unió a la legión extranjera francesa y se fue a Algeria: esto despertó el interés de Isabelle en Oriente y, con once años, empezó a aprender árabe. A los veinte años viajó por primera vez al norte de África con su mamá: ambas se habían convertido al Islam y querían empezar una vida nueva ahí. Unos años después, cuando sus padres y otro de sus hermanos murieron, Isabelle sintió que ya no tenía nada que la atara y dedicó el resto de su vida a viajar por el norte de África.
Iba vestida como hombre y se hacía llamar Si Mahmoud Essadi: eso le permitió moverse por las sociedades árabes con mucha más libertad. Vivió en el norte de Algeria y pasó la mayor parte del tiempo explorando el desierto y peleando contra las injusticias de la colonización. Escribió libros acerca de sus viajes y publicó sus historias en periódicos franceses. A los 27 años murió en una inundación. En uno de sus escritos, dijo: “Para aquellos que conocen el valor y el sabor exquisito de la libertad solitaria (porque uno solo es libre cuando está solo), el acto de irse es el más valiente y bello de todos”.
Alexandra David-Néel, la viajera mística.
“Siento nostalgia por una tierra que no es la mía. Estoy obsesionada con las estepas, la soledad, la nieve y el cielo azul que hay allá arriba. Las horas difíciles, el hambre, el frío, el viento cortándome la cara…”
Viajar ensancha la vida, y para muchos también la alarga. Alexandra David-Néel dedicó su vida a explorar el mundo y renovó su pasaporte por última vez a los cien años, por si acaso.
Su curiosidad por los viajes nació de chica, cuando leía los libros de Julio Verne. Quizá inspirada por esas historias, a los cinco años se fue de su casa por primera vez. Volvió a repetirlo a los quince, cuando se fue sola a Londres, y a los diecisiete, cuando se fue sola a Suiza y cruzó a través de los Alpes a los lagos italianos. Se unió a varias sociedades secretas y estudió ciencias ocultas, y en 1911 viajó a la India para estudiar sánscrito y Budismo. Allí fue la primera mujer europea en conocer al Dalai Lama. Entre 1914 y 1916 vivió en una cueva a 4000 metros de altura, cerca de la frontera con el Tíbet, junto con un monje que luego sería su compañero de viajes e hijo adoptivo. Su objetivo era llegar a Lhasa y pudieron hacerlo dos veces antes de ser expulsados: Alexandra fue la primera mujer occidental en entrar al Tíbet. La segunda travesía a la ciudad sagrada duró tres años: hicieron casi 13000 kilómetros a pie y a caballo, vestidos de mendigos. Durante el resto de su vida viajó por Japón, China, India y vivió en Francia.
Alexandra escribió treinta libros acerca de religión, de filosofía oriental y de sus travesías. Murió a los cien años y demostró que no hay edad para empezar a viajar ni para dejar de hacerlo.
Isabella Bird, la viajera escritora.
Isabella Bird empezó a viajar para curarse. Había nacido con problemas de salud y, a los veinte años, después de extraerle un tumor, los médicos le recetaron un viaje en barco y vida al aire libre. Cuatro años después, Isabella acompañó a uno de sus primos a ver a su familia y cruzó a Estados Unidos en barco con él. Era el principio de treinta años de viajes. Las cartas que le envió a su familia en esa primera travesía fueron la base de uno de sus tantos libros.
En 1880, enferma otra vez, se fue de viaje a Asia: recorrió Japón, China, Vietnam, Singapur y Malasia. A los sesenta años decidió estudiar medicina y viajar como misionera. A partir de ese momento, Isabella viajó a la India, a Persia, a Kurdistán y a Turquía. Después se unió a un grupo de soldados británicos y viajó con ellos de Bagdad a Teherán.
Su último gran viaje fue a través de los ríos de China y Korea, y luego a Marruecos donde viajó con los bereberes. Murió en Edimburgo a los setenta y dos años, y fue la primera mujer en ser nombrada socia de la Real Sociedad Geográfica de Londres.
Nellie Bly (Elizabeth Jane Cochrane), la viajera periodista.
En 1888, con veinticuatro años, la periodista Nellie Bly le propuso a su editor que la mandara a dar la vuelta al mundo. Su objetivo era replicar el recorrido de Phileas Fogg, el protagonista del libro La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, y hacerlo en menos tiempo que él. Bly relata en su libro lo que ocurrió cuando le comentó su plan al encargado de negocios de la revista: “Es imposible que lo hagas”, fue el veredicto terrible. “En primer lugar eres mujer y necesitarías un guardaespaldas, y aún si fueras sola tendrías que llevar tanto equipaje que te sería imposible hacer movimientos rápidos. Además no hablas más que inglés, así que no tiene sentido discutir esto; solo un hombre podría hacerlo”. “Muy bien”, le respondí enojada. “Manden al hombre, yo saldré el mismo día desde otro periódico y le ganaré”.
El 14 de noviembre de 1889, Nellie se subió a un barco y comenzó su travesía de 40000 kilómetros alrededor de la Tierra. Su equipaje era minimalista: llevó el vestido que tenía puesto, un abrigo, algunos cambios de ropa interior y un botiquín. Su presupuesto fueron doscientas libras que llevó en una bolsita atada al cuello. Durante el viaje pasó por Inglaterra, conoció a Julio Verne en Francia, cruzó el canal de Suez, se compró un mono en Singapur y atravesó Hong Kong, China y Japón. Hizo la mayor parte del viaje sola y rompió el récord mundial de circunnavegación: regresó a Nueva York setenta y dos días después de haber salido.
Annie Londonderry, la viajera ciclista.
Cuando la desafiaron a dar la vuelta al mundo en bicicleta en quince meses, Annie Londonderry, periodista, aceptó. La apuesta surgió en un club de Boston, durante la moda de los viajes vuelta al mundo. Ella aseguró que había andado en bicicleta tres veces en su vida, pero el 28 de julio de 1894, cientos de personas y periodistas se reunieron en las calles de Nueva York para darle la despedida. La reportera de veintitrés años estaba a punto de empezar “uno de los viajes más extraordinarios hechos por una mujer”, según el New York World.
Pero la apuesta no terminaba ahí: Annie tendría que ganar 5000 dólares durante su travesía. ¿Qué hizo? Convirtió su bicicleta y su cuerpo en espacios disponibles para publicidad: pedaleó cargando carteles con anuncios de distintas marcas, y así se sustentó. De Nueva York cruzó en barco a Francia, atravesó el Mediterráneo hacia Egipto, navegó a Sri Lanka y a Singapur y volvió a Estados Unidos quince meses después. Tiempo después, dijo: “Soy una periodista y una nueva mujer, si eso quiere decir que creo que puedo hacer cualquier cosa que un hombre pueda hacer”.
Maipina Copacabana de la Barra Lira, la viajera educadora.
“Las naciones europeas comprenden hace ya mucho tiempo que no hay progreso, que no hay regeneración posible, sin el concurso poderoso de la mujer, cuya influencia abraza la vida entera del hombre”.
Fue una de las grandes viajeras chilenas y se sabe poco de ella. Maipina nació en París, hija de un político y diplomático chileno y de una mujer francesa, y su padrino fue el libertador José de San Martín. A los cuatro años se fue a vivir a Chile y a los treinta y nueve, tras quedar viuda, empezó a viajar con su única hija. Recorrieron el sur de Chile y pasaron a Argentina por el estrecho de Magallanes, visitaron Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro y cruzaron a Europa en barco. Visitaron Francia y España y se instalaron en París. Pero en 1877, tres años después de volver a Chile, Maipina decidió establecerse en Buenos Aires: para llegar a la capital argentina salió sola en una mula y cruzó la Cordillera de los Andes. Durante sus últimas décadas, Maipina se dedicó a promover los derechos al acceso de la educación para las mujeres.
Alice Mildred Cable, Francisca French y Evangeline French: el trío viajero.
Alice Mildred Cable había decidido ser misionera. Estaba comprometida con un hombre que también quería serlo pero que le dijo que no se casaría con ella si no abandonaba su ambición. Se separaron, ella se unió a la China Inland Mision, una sociedad misionera cristiana-protestante, y ahí conoció a Evangelina French y más tarde a su hermana Francisca. Trabajaron y viajaron juntas por el resto de sus vidas.
Después de estar veinte años en China, entraron al desierto de Gobi y fueron las primeras mujeres en cruzarlo. “Pasamos muchos años siguiendo rutas comerciales, rastreando las huellas de caravanas, buscando otros caminos y explorando los oasis ocultos. Atravesamos el desierto cinco veces, y en el proceso nos convertimos en parte de su vida”, dijo Cable acerca de sus travesías. Viajaron durante años y miles de kilómetros evangelizando, construyeron escuelas e iglesias y atravesaron la Ruta de la Seda solas, en un carro cargado de literatura religiosa.
Constance Gordon-Cumming, la viajera pintora.
A los 31 años, Constance fue a visitar a una amiga a la India. Era la primera vez que se iba de viaje, y esos dos años en el exterior la motivaron a seguir explorando el mundo. Recorrió Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, China, Japón y Hawaii. Constance, que era pintora autodidacta, se dedicó a escribir acerca de sus viajes y a pintar con acuarelas los paisajes que veía. Publicó varios libros y pintó más de mil obras. Viajaba sola y sin ayuda, y una vez fue invitada a subirse a un barco francés para visitar áreas remotas de Samoa.
Cuando, en 1878, llegó al valle de Yosemite, escribió: “He viajado bastante por el mundo para reconocer cuando soy bendecida por una vista gloriosa”. Se quedó tres meses ahí pintando acuarelas e hizo la primera exposición de arte en Yosemite.
Amelia Earhart, la aviadora.
Estadounidense. 1897 – 1937
“Nunca interrumpas a alguien que está haciendo lo que tu dijiste que no se podía hacer”.
De chica, Amelia Earhart tenía un pasatiempo: juntaba recortes de diarios con historias de mujeres que sobresalían en actividades que tradicionalmente eran protagonizadas por hombres. Durante la Primera Guerra Mundial, mientras trabajaba de enfermera voluntaria, aprovechó para visitar un campo del Cuerpo Aéreo Real, y allí comenzó su interés por la aviación. En 1923 fue la decimosexta mujer en recibir la licencia internacional de piloto, y en 1928 fue la primera mujer en cruzar el Atlántico. En 1934 cruzó el Pacífico, de Hawái a California, y en 1935 comenzó a planear su vuelta al mundo por el ecuador. Partió junto con su compañero, Fred Noonan, el 21 de mayo de 1937. Después de pasar por el Caribe, bordear el norte de Sudamérica y atravesar África y el Sudeste Asiático, llegaron a Papúa Nueva Guinea. Despegaron el 2 de julio con rumbo a la isla Howland, pero después de sobrevolar las Islas Nukumanu, el avión desapareció. Nunca se encontraron los restos. Amelia tenía 39 años, y su desaparición sigue siendo uno de los misterios más grandes en la historia de la aviación.