Joyas que encontrás viajando a dedo por Irlanda

Ireland
by Manuel Gutiérrez Arana 27 Jun 2014

Después de vivir y trabajar durante seis meses en Dublín, con Luli (mi pareja) decidimos abandonar nuestro departamento, armar de nuevo nuestras mochilas y viajar a dedo alrededor de la isla. Al haber sido criados en la Patagonia argentina, siempre muy cerca de la naturaleza, la vida en la capital de Irlanda empezaba a resultarnos cada vez más difícil. Así fue que emprendimos un viaje de unos 1200 kilómetros que nos llevó de paseo por los paisajes más remotos del país, con sus pastores, ovejas, castillos, playas, pubs y la tranquilidad de un territorio lleno de riquezas.

 

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Adios Dublín: la posibilidad de buscar lo que uno quiere.

Ni bien salimos de Dublín, el paisaje al costado de la ruta nos confirmó que íbamos por la buena senda. Queríamos abandonar el asfalto, los edificios y los ríos de gente para reemplazarlos por el verde (tan famoso) de Irlanda, su fauna y sus paisajes. Solo hizo falta que hiciéramos algunos pocos kilómetros hasta Dingle para que empezaran los escenarios que tanto queríamos.

2

Amabilidad por doquier.

Esta no era mi primera vez viajando “a cuestas” del autostop, sin embargo nunca en mi vida me resultó tan fácil como en el país de los duendes. La amabilidad está presente en todos, no solo en quienes manejan automóviles. En la foto, un viejo lanchero prepara su embarcación para retirarse luego de haber ofrecido traslados durante todo el día en el lago Lough Leane, el más grande de Killarney.

3

Tiempo de espera y creatividad para matar el tedio.

Cuando uno viaja a dedo tiene que armarse de paciencia e ingeniársela como sea para matar el tiempo al costado de la ruta. Por más hospitalarios y amables que demostraron ser los irlandeses, tuvimos que afrontar largas esperas en algunos tramos del viaje, porque no nos levantaba los autos o porque, simplemente, no circulaban autos. Así fue que recurrimos a la lectura de más de un libro, hicimos música, dormimos siestas, capturamos selfies y hasta manufacturamos artesanías con cáscara de naranja… todo con tal de evitar el tedio de la espera.

4

El poder de la tracción a sangre.

Cuando las horas pasaban y la espera no parecía conducirnos a ningún lado, nos vimos obligados a poner en marcha las piernas y, simplemente, caminar hasta el próximo destino. En el caso de esta foto, nos dirigíamos hacia Slea Head, uno de los lugares con mejores vistas en la región occidental de Irlanda.

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Muchos lugares para dormir buenas siestas.

Muchos. Muy buenos.

6

Muchos lugares donde huir de las masas – 1.

Elegimos hacer un viaje de muchos paisajes y pocas ciudades. Los dos queríamos entrar en contacto con la parte más pura de Irlanda, visitar lugares poco frecuentados por el turismo masivo y estar todo lo que pudiéramos en silencio con la naturaleza. Imagen tomada en Cong.

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Muchos lugares donde huir de las masas – 2.

Cualquiera que eche un vistazo a nuestro itinerario podría acusarnos de “fóbicos sociales”. Y sí, puede ser que lo seamos.

8

Pubs, música en vivo y Ted McCormac.

Pocas cosas han dado tanta fama a Irlanda como sus históricos pubs y las sesiones de música en vivo que improvisan a toda hora entre pintas y aplausos. De todos los artistas que pude ver en tantísimos bares, hay uno particularmente memorable: Ted McCormac. Ted es famoso en Irlanda por su calidad como cantante, su look de viejo pescador y por entregar todas sus fuerzas cada vez que canta en Gus O’Connor’s Pub, un pub que funciona desde el año 1832 en el pueblito de Doolin.

9

La posibilidad de viajar barato y comer por centavos.

Una de las consignas más importantes del viaje fue gastar lo menos posible sin dejar de pasarla bien. Para alcanzar ese objetivo, recurrimos a supermercados que ofrecen precios ridículamente baratos y basamos nuestra dieta en sándwiches caseros de todo tipo y fideos (costo: 25 centavos de euro cada uno) y algún que otro chocolate.

10

La posibilidad de dormir donde se te antoje (o te agarre la noche).

Viajar en carpa ofrece el enorme beneficio de vivir temporariamente donde a uno se le de la gana. Puede ser en medio de un bosque, en una playa de arena (como Slea Head, en la imagen) o a orillas de un lago. No importa cuál sea el lugar, cualquier rincón del planeta es un posible hogar cuando uno lleva su casa a cuestas.

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Intercambio cultural a partir del mate.

Desde el primer día nos fuimos encontrando con viajeros de otros países (como el alemán de la foto), a quienes inmediatamente les ofrecíamos mate. Foto tomada en el Parque Nacional Killarney.

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Inch, una de las mejores playas para surfear en Irlanda.

No se dejen engañar porque en la imagen el mar esté tan tranquilo como una pileta.

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Los famosos acantilados de Moher.

A veces no es posible alejarse de las multitudes: estos acantilados, que llegan a elevarse hasta 214 metros sobre el nivel del mar, reciben aproximadamente un millón de turistas por año.

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Paisajes típicos.

En Irlanda, a cada paso hay una iglesia gótica o medieval. También uno se encuentra con los tradicionales frentes coloridos de los pubs irlandeses, como los de Killkenny en la foto.

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Historia y tradición 1.

A lo largo del viaje nos fuimos topando con muchísimas “joyas” de la arquitectura irlandesa, como la abadía de Kylemore o el monasterio de Mount Melleray. La abadía fue el castillo privado de la familia Henry y hoy sirve de hogar para monjas benedictinas que huyeron de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. El monasterio, fundado en 1832, ofrece la posibilidad de compartir días de silencio y meditación junto a una comunidad de monjes trapenses.

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Historia y tradición 2, con toques de película.

El castillo de Ashford está ubicado en Cong, un pequeño pueblo reconocido mundialmente por haber sido la locación de la película hollywoodense "The quiet man". Tuvimos todas las intenciones de ingresar al castillo, pero preferimos no invadir la elegancia de Ashford con nuestros zapatos embarrados y la bolsa del picnic a la vista.

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El fútbol gaélico.

Es una mezcla perfecta entre fútbol y rugby, y es el deporte más popular en la isla.

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El “alivio” de los trenes.

La vuelta a Dublín desde Belfast (Irlanda del Norte) fue el único tramo del viaje que no fue a dedo sino en un tren con wifi.

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