Eran pasadas las seis de la mañana y los primeros rayos del sol dibujaban las siluetas típicas de un amanecer costero nayarita, capas de cerros, aves y lanchas de pescadores. Me dirigía desde muy temprano a las Islas Marietas.
Y es que ése era el secreto para disfrutar las Marietas: llegar lo más temprano posible y esperar en la lancha, frente a la entrada de la cueva, a que la marea bajara lo suficiente para poder entrar antes que nadie y en total soledad al increíble lugar conocido como la Playa Escondida.