Cada 52 años, durante la aparición de la constelación llamada Tianquiztli (pléyades), nuestros ancestros celebraban el Fuego Nuevo, en Tenochtitlán. Se trataba de un ritual metafórico de cierre e inicio de ciclo, en donde podía terminar tanto la vida como el mundo.
Para cerciorarse de que esto no ocurriera y la vida continuara otros 52 años, en cada hogar de el valle de Anáhuac se apagaban todos los fuegos, desde las grandes antorchas braseros en los templos, hasta el más humilde fuego de cocina. Asimismo, en cada casa toda familia debía desprenderse de todos sus objetos materiales en señal de desapego, para comenzar un nuevo ciclo en el que se esperaba abundancia de todo lo bueno.