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Los 11 lugares más curiosos de España

España
by Ana Bulnes 8 Jun 2017

Parque del Pasatiempo (Betanzos, A Coruña)

Considerado uno de los precursores de los parques temáticos, el Parque del Pasatiempo se construyó entre 1893 y 1914. Fue ideado por el gallego Juan García Naveira, que con su hermano había hecho fortuna en Argentina. Reinvirtieron mucho en su pueblo natal, Betanzos, y el gran proyecto fue este enorme parque, que en su momento llegó a los 90.000 metros cuadrados. El parque buscaba ser una especie de enciclopedia universal, por lo que estaba lleno de esculturas de maravillas del mundo como la Gran Muralla China, además de laberintos, pasadizos secretos, un zoológico, un jardín botánico… En la actualidad queda solo una décima parte y está muy deteriorado, pero se puede visitar e imaginarse lo que fue en su momento.

La (segunda) silla más grande del mundo (Lucena, Córdoba)

Era la primera hasta que cuatro años después de su creación en Sankt Florian (Austria) hicieron una mayor. Mide 25 metros de alto, más 12 metros más de respaldo, y ocupa una superficie total de 800 metros cuadrados. En el interior de su asiento hay una sala de exposición dedicada, como no podía ser de otro modo, al sector del mueble. Y, sí, también cuentan la historia de la silla.

La iglesia skate (Llaneda, Asturias)

La iglesia de Santa Bárbara llevaba abandonada desde el fin de la Guerra Civil, olvidada por todos hasta que en 2007 el colectivo Church Brigade decidió montar una rampa de skate allí. Diez años después, y gracias a un crowdfunding y al apoyo, entre otros, de Red Bull, la iglesia es un templo del skate, cuyo interior ha sido redecorado por el artista urbano Okuda San Miguel. Es, por supuesto, un nuevo lugar de peregrinaje para amantes del skate.

Restaurante El Diablo (Timanfaya, Lanzarote)

¿Qué puede tener de especial un restaurante para aparecer en esta lista? Pues, por ejemplo, que su cocina sea una especie de pozo que se abre directamente a las entrañas de un volcán. Es el calor geotérmico que sale directamente de la tierra el que se aprovecha y es más que suficiente: la parrilla está a 15 metros del fondo, pero los 600 grados a los que están esas brasas naturales llegan de sobra.

Catedral de Justo (Mejorada del Campo, Madrid)

En 1961 Justo Gallego Martínez fue expulsado del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta por padecer tuberculosis, antes de contraer los votos. Contra todo pronóstico se curó, por lo que decidió dar gracias a Dios y a la Virgen construyéndoles esta catedral, todavía inacabada y a la que el ya nonagenario ha dedicado su vida. Utilizando materiales reciclados (ladrillos desechados por fábricas, objetos de la vida diaria) ha levantado este templo de 35 metros de altura, con cúpula de 40 metros, sin planos ni proyecto, ya que asegura tenerlo todo en la cabeza. La Iglesia católica sigue sin reconocerla.

Museo del orinal (Ciudad Rodrigo, Salamanca)

Como muchísimos museos, el del orinal de Ciudad Rodrigo (el segundo del mundo) empezó con una colección que a su vez empezó de forma casual. José María del Arco “Pesetos” coleccionaba objetos antiguos, y una vez alguien le entregó unos orinales que se habían encontrado al hacer obras en un museo antiguo. Esto fue en los 80 y por fin en 2007 el coleccionista pudo ver su sueño cumplido y abrió su Museo del Orinal. En la actualidad cuenta con más de 1300 orinales de distintas épocas y de todo el mundo, además de 300 escupideras.

Museo de Man (Camelle, A Coruña)

En mayo de 1962 llegó a la pequeña parroquia de Camelle un alemán educado y de buen aspecto. Era Manfred Gnädinger, artista y filósofo, que se instaló en la aldea y vivió toda su vida como un ermitaño, realizando curiosas esculturas que iba colocando en su jardín y los alrededores. Gran defensor del medio ambiente, se dice que se dejó morir de tristeza tras la tragedia del Prestige, que dañó también parte de su obra. Años de dejadez política, vandalismo y embestidas del mar han ido destruyendo su obra, pero varios proyectos están intentando volver a ponerlo en valor y preservar lo que queda.

Júzcar (Málaga)

Imagina un pueblecito andaluz de casitas blancas. Y ahora imagina que de pronto reciben una llamada de Sony preguntándoles si las pintarían de azul. Esto es lo que pasó en 2011, año desde el que Júzcar es un pueblo pitufo oficial. Sony quería promocionar su película Los Pitufos 3D y los vecinos accedieron, pero con la condición de repintarse de blanco al acabar la promoción. Seis años después, Júzcar sigue siendo azul pitufo y agradeciendo mucho el extraño giro del destino que de pronto la ha puesto en el mapa del turismo cuando antes eran casi un pueblo fantasma.

Museo Atlántico (Lanzarote)

Lleva solo unos meses abierto, pero sigue llenando titulares. ¿La razón? Es el primer museo subacuático de Europa. Doce instalaciones, más de 300 figuras de tamaño humano, y un artista detrás de todo el proceso: Jason deCaires Taylor, gran defensor del medio ambiente que quiere transmitir con el proyecto la importancia de preservar el medio marino. Las obras están creadas con materiales de pH neutro que con el tiempo aumentarán la biomasa marina y ayudarán a la reproducción de las especies de la zona. Una excusa perfecta para aprender a bucear.

Parque Gulliver (Valencia)

Hay una zona del Jardín del Turia en Valencia que es en realidad Liliput, la tierra en la que vivían personitas doce veces menores que un ser humano. Allí en el medio está el pobre Gulliver sirviendo de terreno de juego con rampas, toboganes, etc. para nosotros, los liliputienses. La enorme escultura mide 70 metros de largo y 7,5 de alto y lleva desde los 90 haciendo que valencianos y turistas vivan en sus carnes la fantasía de Jonathan Swift.

Parque de los Desvelados (Estella-Lizarra, Navarra)

No apto para personas impresionables, tendentes a las pesadillas si durante el día han pensado más de lo normal en espectros, en la muerte o en cementerios. El parque de Los Desvelados o Las Calaveras es la obra del artista Luis García Vidal, un espacio que durante 30 años fue llenando de esculturas de calaveras enormes de distintos materiales. La idea era representar la realidad de los accidentes de tráfico (hay en el parque también coches y referencias a accidentes) y dejar claro que, en el fondo, todos somos calaveras. El artista, que falleció en 2009, tuvo que luchar durante las tres décadas en las que fue creando su obra contra la incomprensión vecinal y, sobre todo, la falta de respeto, que hacía que cada dos por tres tuviese que acercarse a reparar desperfectos provocados por visitantes.