Crédito: Dyan del Rivero

Manual del usuario para asistir a una boda mexicana

by Rulo Luna Ramos 6 Mar 2015

Crédito: Dyan del Rivero

Hace muchos, muchos años, todo México decidió que había encontrado el modelo de boda perfecto, era tan bueno que no tenía sentido hacer variación alguna. Por eso todas las bodas son exactamente iguales… ¡no pueden ser mejores! Aunque los detalles pueden variar, las generalidades son inamovibles y estos son los momentos por los que toda boda digna de su nombre, tiene que y va a atravesar.

 

La desaparición de los novios entre la ceremonia y la recepción.

¿Dónde se meten y por qué se tardan tanto? Uno de los tantos misterios de la gente casada. Este no sería un momento digno de mención si no estuvieras en la mesa rodeado de puros desconocidos que tratan de convertirse en tus mejores amigos al calor de las primeras copas. Llegar elegantemente tarde está más que justificado en este caso.

 

La llegada triunfal y el brindis.

Llegan los novios y acaparan reflectores. Vienen las palabras de agradecimiento y una de las partes más emotivas del festejo. Se derraman lágrimas, se realiza el brindis y, si echas una miradita a tu alrededor, verás que buena parte de los invitados ya se han tomado el vino que se sirvió para este momento. Nota: si te quieres emborrachar, hazlo con el vino tinto.

 

El vals y la inmediata ocupación de la pista.

Durante los momentos del primer baile juntos del nuevo matrimonio es donde la fiesta se vuelve más permisiva con el soundtrack… ¡hay que darle chance a los festejados! Pasan a bailar los papás, los padrinos y un primer metiche que, paso a pasito, se convierte en el pretexto perfecto para invadir la pista de baile. Comienza el inevitable camino hacia el A E I O U epsilon.

 

La maravillosa entrada de los meseros.

Si la boda es lo suficientemente folclórica y tienes suerte, los meseros entrarán bailando con algún platillo en llamas, mientras todos agitan sus servilletas en el aire. Una bonita tradición que está en peligro de extinción por la adopción de reglas de etiqueta menos coloridas.

 

El menú demasiado barroco para ser comprensible.

Si el plato principal es un entrecot de salmón con una reducción de hierbas mediterráneas en un sublimado de ajo y el postre es un parfait de vainilla con ganache de chocolate amargo sobre un espejo de fresa, en realidad vas a cenar pescado empapelado al mojo de ajo y helado napolitano. No te dejes apantallar.

 

Da comienzo la avalancha de hits y los ánimos siguen en aumento.

La cena no hizo nada para aminorar la avanzada de la euforia etílica. En cualquier momento, todos los asistentes se dedicará a recordar tiempos mejores, tiempos de tablas gimnásticas, y bailarán -o por lo menos intentarán bailar- Payaso de Rodeo. Los primeros juanetes pisados y la primera caída de la noche serán al ritmo de “ven, ven, ven, animalito ven”.

 

La víbora de la mar.

Otro momento que sólo existe por el amorío entre los mexicanos y el desastre. No se dejen engañar, lo que parecería ser una tranquila línea de conga pronto se transformará en un despliegue de resistencia y velocidad. “A la víbora, víbora de la mar, por aquí pueden pasar, los de adelante corren mucho”… y alguna señora va a salir volando por el medio de la pista para deleite de los camarógrafos. Programas como Sopa de Videos subsistieron por muchos años gracias a las eventualidades de este baile.

 

El muertito.

Si aventar el ramo y la liga no saciaron las ganas de la concurrencia por cosas aventadas, aún pueden aventar al novio por todo el salón al ritmo de la marcha fúnebre. Si el novio no ha sufrido un desperfecto hasta el momento, es probable que lo sufra durante este ritual cuyo único objetivo aparente es tentar a la suerte.

 

El clímax de la fiesta.

Todos traen pantuflas y sus atuendos incluyen cuanta madre se haya repartido en los minutos anteriores: lentes con lucecitas, sombreros de paja, cuernos de venado, pelucas de payaso, máscaras de luchador y cualquier otra cosa que brille. Al unísono se escuchan voces coreando “de pronto ¡flash!, la chica del bikini azul” y “eh meu amigo Charlie Charlie Brown”… sí, a estas alturas ya todos hablan portugués. Las bebidas pasaron de las copas a las camisas y a nadie le importa. Todos están muy ocupados abrazando al de junto y tirando patadas al ritmo de esa versión disco de I will survive que se reserva celosamente para ocasiones como esta.

 

El inicio del fin… los mariachis.

La llegada de los mariachis da un corte tajante a los desplantes fiesteros de todos los invitados. Es un anuncio del final inminente y un momento en el que los más enfiestados querrán sus cinco minutos de fama y se adueñarán del micrófono para echarse “Cielo rojo” y presumirle a todos su destreza en el falsete.

 

Los chilaquiles.

La recompensa de todos aquellos aguerridos que aguantaron todas y cada una de las etapas del bodorrio. Si la fiesta tiene que acabar, que acabe en un plato de chilaquiles.