Crédito: Alex Masters
Hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar en un ambiente muy particular: la cocina de un restaurante donde casi todos los países de Latinoamérica estaban representados. Al principio todo era confusión y caos, pero con el tiempo fui aprendiendo e integrando nuevas palabras a mi vocabulario como choclo, callampa, poroto, judía, arveja y palta. Una situación mucho más caótica debe ser la que viven muchos angloparlantes que tienen como segunda lengua el español y que hablan con acento y expresiones españolas, chilenas, argentinas, mexicanas o de dónde sea que hayan sacado su fluidez, al darse cuenta que su dominio del idioma se restringe a un país o a una determinada zona geográfica.