Según la mitología mexica, antes de la historia de nuestra humanidad, existieron otras cuatro, a las que los dioses castigaron por no saber agradecer la vida y el mundo que se les había concedido. Como se puede apreciar en la Piedra del sol, exhibida en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, en el círculo central de los ocho que la conforman y según la leyenda mexica, nosotros vivimos en la quinta era de la humanidad, llamada “Nahui Olin” (cuatro movimiento) y anteriormente existieron otras cuatro.
1. La primera fue “Tlalticpac Tonatiuh” (Sol de tierra) y terminó un día llamado “Nahui Ocelotl” (cuatro jaguar). Aquí la humanidad, que era una raza de gigantes, fue devorada por jaguares enviados por Tezcatlipoca. Así es como todos perecieron y el mundo quedó deshabitado.
2. La segunda fue “Ehecatonatiuh” (Sol de viento) y fue destruida en un día llamado “Nahui Ehecatl” (cuatro viento). La humanidad de entonces fue destruida por fuertes vientos; muchos seres desaparecieron a causa del terrible desastre y los pocos sobrevivientes se convirtieron en monos.
3. La tercera fue “Xiuh Tonatiuh” (Sol de fuego) y fue eliminada un día “Nahui Quiahuitl” (cuatro lluvia). En aquella ocasión una intensa lluvia de fuego exterminó a la humanidad y los pocos que pudieron sobrevivir fueron convertidos en aves…
4. La cuarta fue “Atonatiuh” (Sol de agua) y terminó un día “Nahui Atl” (cuatro agua). Sucedió lo que todas las culturas de la humanidad conocieron como “el gran diluvio”, el agua de los mares comenzó a inundar la tierra y llovió sin cesar hasta ahogar a casi todos los seres vivos. Aquellos que no fallecieron fueron convertidos en peces.
Después de estos fracasos, los dioses, resignados a no poder concretar su creación humana, decidieron enterrar los huesos de la última humanidad en el Mictlán, dónde se quedarían para siempre como recuerdo de sus cuatro decepciones.
Tiempo después Quetzalcóatl, convencido de haber resuelto el problema en la creación del hombre que le hacía ir siempre en contra de la naturaleza para la que fue creado, convocó a los dioses en Teotihuacan para realizar un quinto intento.
Sin embargo, ninguno de los dioses quiso ir al Mictlán por los huesos de la humanidad anterior, materia prima para la nueva creación del hombre. Como Quetzalcóatl había sido el autor de la reunión, tuvo que cumplir con la misión, acompañado de su hermano Xolotl.
Una vez en el Mictlán, Quetzalcóatl solicitó a Mictlantecuhtli que le cediera los huesos de las anteriores razas de humanos para repoblar la tierra, pero el Señor del Inframundo se negó, aunque Quetzalcóatl supo arreglárselas para robarlos y poder llevarlos a Teotihuacan. Así, con la misión cumplida, los dioses se dispusieron a continuar con la quinta creación.
Los dioses eligieron a dos de sus hermanos para dar vida al nuevo sol: Tecuciztécatl y Nanahuatzin (imagen del Códice Borgia). El primero de ellos soberbio y con una actitud altanera; el segundo, humilde y honrado de haber sido elegido.
Llegado el día, los dioses encendieron una gran hoguera de la cual nacería el sol que nos alumbra. Solo uno de los elegidos tendría el gran honor de convertirse en sol y este fue Tecuciztecatl, quien tendría que arrojarse a la hoguera. Sin embargo, éste se acobardó en el último instante…
Todos en la reunión quedaron perplejos con la decisión de aquel soberbio dios, pero aún mayor fue la sorpresa general cuando Nanahuatzin tomó impulso y se arrojó al fuego divino, saliendo de la hoguera un gran sol con la temperatura y el tamaño correctos, que empezó a elevarse hacia el cielo.
Tecuciztecatl sintió celos de la magnificencia de aquel nuevo sol y se arrojó también a la hoguera. Apareció entonces un nuevo sol, igual de radiante que el primero. Los dioses no podían permitir la coexistencia de ambos, por lo que, cuando el segundo de los soles se disponía a elevarse, Quetzalcóatl le arrojó a la cara un conejo que iba pasando por ahí y aquel radiante sol se transformó en la luna que hoy conocemos.
Pero ahí no acaba la historia… El magnífico sol que nació no tenía movimiento y se encontraba estático en el cielo, por lo que los dioses concluyeron que debían arrojarse todos ellos también a la hoguera. Xólotl fue el único que se negó y escapó. Quetzalcóatl, que quería ver terminada su creación, le dio cacería a este dios rebelde hasta darle muerte (aquí puedes leer más sobre este mito).
Así es como el hombre existe hoy, gracias al sacrificio de los dioses. Por ello los mexica se llamaban a sí mismos macehuali, “los merecidos del sacrificio de los dioses”.
Según la leyenda, este Sol o era en la que vivimos terminará un día en su calendario llamado “Nahui Ollin” (cuatro movimiento) por los movimientos de la tierra, es decir, por los terremotos.
Impresionante y profundo, ¿no? Se pregunta uno si realmente los mexica tenían razón y veremos al mundo destruido una vez más, esta vez por causa de la furia de los dioses manifestada en los movimientos de la tierra…